Daphne Bonavich.
Mi mejilla arde, las lágrimas abundan en mis ojos, se que mi rostro se ha puesto rojo pues el espejo de mi cómoda está frente a mi, mi madre me mira desafiante, tocó mi mejilla que poco a poco se va hinchando devido al impacto y la fuerza que uso.
—No me voy a casar —levanto mi rostro, me planto firme frente a ella demostrando que no le tengo miedo.
«O eso intentas»
No ayudas.
—¡Si lo vas a hacer, Daphne Lianna!, es tu deber. Ya hablamos de eso.
—No es mi deber, solo lo dices porque tú niña mimanda no quiere hacerlo —la contradigo y su rostro se endurece.
—Callate —habla entre dientes, levanta su mano para volver a pegarme, pero está vez la detengo en el aire.
—No me importa lo que pienses de aquí en adelante, no me voy a casar —suelto con brusquedad su brazo, su cuerpo casi frágil se tambalea.
Mi padre se va a acercar pero con si quiera dar un paso mi madre lo mira, su mirada se devuelve a mi, sonríe acomodando su postura y su ropa de diseñador.
—Oh, Disculpa Daphne, parece que no me explique —intenta caminar con elegancia, su postura refinada es sinónimo de malas palabras—. Te vas a casar y no está a discusión, creo que te hace falta una visita al cuarto, ¿O me equivoco?
—Te equivocas, madre —alargo la palabra en un indicativo de burla hacia ella—. No me importa ir a ese basurero si eso me exime de estar en esa estúpida ceremonia a la que usted por cierto llama, matrimonio.
La imitó en su postura, sus ojos destellan llenos de rabia contenida, se acerca más rápido hasta agarrarme de mis cabellos, encorva mi cuerpo obligando me a arrodillarme, levanta mi rostro denjandolo a la vista de los presentes en la habitación.
Mi hermana se acerca llena de alegría, se que le causó más que repulsión, palmea con una fingida suavidad el lugar donde mi madre me abofeteo, sus golpes se hacen más fuertes al no ver ningún dolor reflejado en mi rostro.
—Vamos hermanita, no te hagas la difícil, siempre terminar cediendo —su sonrisa se ensancha cuando arranca un mechón de mi cabello.
—Pudrete —escupo lo que puedo, cae en su mejilla, sus ojos me miran incrédulos, tocando su mejilla se da cuenta de la babosidad en ella.
—¡Mamá, papá! —chilla tan fuerte que cierro mis ojos por la repercusión que causa en mis oídos.
Al abrirlos veo la figura de mi padre acercarse, más cerca cada vez, cuando está frente a mí, me proporciona un golpe en mi rostro, mi cara se gira muevo mi mandíbula con un dolor punzante, no me dejan digerir el impacto cuando otro golpe llega, uno tras otro.
Mi madre me suelta me hago bolita, sin llorar, ni gritar o suplicar como las otras veces, mi cuerpo se va debilitando poco a poco, el llanto de mi hermana se escucha alto en la cuatro paredes de mi habitación que parecen encerrarme en mi mente, me desconecto de todo. Solo escucho algunos fragmentos de su conversación, mi mente diga más allá de recuerdo llenos de noches sin dormir viendo las paredes oscuras llenas de clavos oxidados, me sofoco rápido ante esos recuerdos.
Escucho el sonido chirriante de la puerta, mi cuerpo empieza a temblar, un frío me invade. Mis músculos se contraen causando me calambres dolorosos, cierro mis ojos contando la mayoría de números que puedo antes de que mi mente se nuble.
Logro mantener mi cuerpo estable durante un tiempo, alcanzo a llegar a la cómoda arrastrando me por el suelo, agarro mi celular marcando el número de Emiliano, contestan al primer pitido.
—Frio, mucho frío Emi, ayúdame —me acurrucó en el suelo.
—No te duermes Daphne, voy en camino —su voz agitada llena la línea, grita al teléfono cuando no respondo a sus palabras.
—Si me vas a pegar no me grites y si me vas a gritar no me pegues —murmuro viendo todo borroso cuando intento abrir bien mis ojos.
—Tu y tus cosas, estamos en algo serio y me sales con éso.
—Que te puedo decir.
—Muchas cosas, pero por ahora mantente serena —el suspiro que suena tras la línea es inevitable para mí no sentir alivio de escuchar su voz—. Ya estoy llegando.
No respondo, la creciente alegría va siendo opcada por la presión en mi pecho.
—¿Daphne?
—Sí, aquí estoy.
El sonido de la puerta crea eco en la habitación vacía solo llena con mi presencia y la poca comunicación a través del aparato a mi lado, intento descubrir quien la persona que ha entrado pero su voz es conocida.
—Emi.
—Vas a estar bien, lo prometo, solo no te duermas.
Murmuro más ni yo misma entiendo mis palabras, su risa cargada de emociones llena mis oídos, siento el movimiento rápido de sus pasos, pronto ya nos encontramos bajando las escaleras. Intento no desconectar mi mente, puedo escuchar a lo lejos las risas de los que se hacen llamar mu familia con una voz que no está ni para nada de que yo reconozca.
—Mierda —maldice y se queda clavado en su sitio—. Pisss, hermano.
No sé que sucede a decir verdad, sigo encapsulada por aquella voz que taladra en lo más profundo de mi mente.
—¿Que quieres Emi..? —escucho el impacto en su voz me remuevo un poco escondiendo mi cara de la vista de quien sea—. Carajo Emiliano, vamos te llevo.
Siento algo calentito colocarse en mis brazos, el castaño de mis dientes disminuye, nos movemos con más rapidez que antes.
—No le digas nada, por favor. En su momento ellos hablaran y lo sabes —no escucho respuesta, solo un sonido de disgusto.
Emiliano me coloca en una superficie cómoda, se sube a mi lado colocando mi cabeza en sus piernas, acaricia mi cabello, les obido de la puerta cerrarse y el movimiento leve me hacen querer dormir, en mi mente se escucha como un disco rallado el sonido de la voz de aquella persona.
—¿A qué hospital Emiliano?
—Al Miunsai, necesito que busques al médico cuando lleguemos, el nombre está anotado en el papel.
Editado: 05.01.2025