Daphne Bonavich.
Abrocho mi camisa, las dos horas han pasado demasiado lento y de solo recordar lo que dijo Bastian hace que mi pecho se llene de ese sentimiento extraño de alegría, pero la vergüenza me embarga y ya no se ni que pensar.
Aliso un poco mi blusa, acomodo mi cabello con cuidado, unos toques en la puerta me exaltan, el rostro de Bastian se asoma un poco al interior. Su rostro está serio, intento sonreír terminando de acomodar mi cabello.
—Tengo algo que resolver —entra a la habitación cerrando la puerta tras él—. Thiago te llevará al hotel, cualquier cosa que necesites, por favor. Llámame llegaré cuánto antes, si tienes hambre solo indicarle lo que quieras comer a Thiago.
Asiento viendo cómo se acerca, sus ojos me examinan, destellan con algo más que alegría, extiende sus manos indeciso pero al final terminan en mis hombros llevando me un poco más cerca de él, la tensión crece entre nosotros. Me detengo a tan solo unos pasos de él sus labios tiene un suave color rosa, el aroma a menta con un toque a bosque llena mis fosas nasales, el olor es relajante y su presencia aunque imponente genera tranquilidad; su rostro se agacha un poco hasta tenerme bien a la vista, sus ojos se dirigen a mis labios, y los míos a los suyos, acortamos la distancia como si ya lo hubiéramos acordado hace tiempo.
Nuestros labios se rosan un poco, mi pecho se llena de algo. Algo que no puedo descifrar pero se que hay un poco de miedo en mi, nuestros labios se unen en algo lento lleno de sentimientos que rebasan el miedo de mi interior. Ahora después de esto se que se me hará muy difícil el ver sus labios y no probarlos de nuevo, hay algo en ellos que me hacen sentir algo único, que mi yo de antes siempre soño y ahora lo estoy probando, sus manos suben a mi rostro acercándose más a mi, las mías en cambio se posan en su cuello, me coloco en puntillas para intentar llegar a una mejor altura.
Los toques en la puerta nos hacen separarnos con brusquedad, mi corazón late con fuerza, es tanta que parece querer salirse de mi pecho, mi respiración está agitada, la suya parece estar controlada. Sus pupilas dilatadas arropan la mayor parte del color verde de sus ojos, sus labios están un poco hinchados. Una sonrisa de lado se extiende sobre su rostro, pero aún así dice las mismas palabras que el día de nuestra boda.
—Prometi que no te iba a tocar sin tu consentimiento —una promesa estúpida—. Lamento romper mi promesa.
Se disculpa y parece un poco aturdido y arrepentido, se da la vuelta acercándose a pasos grandes hacia la puerta. No encuentro mi voz hasta que su mano está sobre el pomo.
—Tienes mi consentimiento para tocarme cuando quieras —digo para luego tapar mi boca.
Su cuerpo se petrifica unos instantes antes de girar un poco su cabeza, asiente inseguro y sale de la habitación, mi mente no procesa la información de manera adecuada y me encuentro un poco arrepentida pero jamás de mis palabras.
Recojo un poco las cosas guardando las en la maleta, al tener todo listo me encamino para salir de la habitación, fuera de esta está Thiago esperándome, siendo rodeado de enfermeras, al verme intenta salir del circulo en el que está, con mi teléfono le tomo una foto y se la mando a Emi, lo guardo sin esperar respuesta.
—¡Thiago! —digo con alegría.
Todos las miradas se posan en mi, la enfermeras se dispersan un poco avergonzadas algunas con su rostro colorado, Thiago logra avanzar sin dificultad al llegar a mi lado retira la maleta de mi mano cargándola él.
—Podria haberla llevado yo, tengo manos —se las muestro.
—Es mi trabajo y con tranquilidad yo también puedo, señorita.
Se siente extraño el que alguien haga algo por mi cuando siempre yo he hecho las cosas para mí misma. Suspiro y sonrió un poco para no hacer el ambiente incómodo.
—Sabes que puedes llamarme Daphne, o por el apodo que me tiene Emi.
—¿Bichito?
Asiento fijando mi vista al frente, el pasillo desolado genera una opresión en mi pecho y un par de recuerdos llegan a mi mente.
—Si, el mismo.
No dice nada, y agradezco un poco el silencio aunque preferiría escuchar alguna voz para que los recuerdos de mi mente se dispersen. El pasillo se hace corto el único sonido que irrumpe el silencio son las ruedas de la maleta. Thiago habré la puerta para mí agradezco y me quedo parada viendo el panorama, la vista está llena de nieve, los copos caen encima de mi, dejando una pequeña marca, me guia por el estacionamiento hasta llegar al vehículo, antes de si quiera entrar a este una llamada hace mi celular vibrar.
Antes de contestar Thiago cierra la puerta después de que estoy dentro, saco mi teléfono viendo el nombre en la pantalla, mi madre. Dejo que suene hasta que deja de hacerlo, reviso la fecha y suspiro sabiendo a lo que llama, el sonido penetra el silencio en el auto, Thiago se termina de abrochar el cinturón para empezar a movernos.
Contesto un poco reacia, su voz llena la línea molestando mis oídos, dejo que hable, sin importarme en realidad lo que dice. Algo llama mi atención en su charla motivacional.
—¿Ya estás embarazada?, me informaron que acabas de salir de un hospital.
—No, ¿Cómo sabes dónde estoy? —refuto viendo el paisaje por la ventana.
No dice nada y me fastidia su silencio, como siempre hace cuando no respondo cuelgo la llamada, Emiliano llama tan de inmediato como dejo a mi madre quizás, hablando sola.
—Daphne vuelve, tu hurón tiene dependencia emocional y ahora necesita un psicólogo, pero no solo el ahora yo también, ¡Necesito ayuda, Dios!
—Eres uno, ¿Te puedes auto tratar? —me río
—No lo había pensado de esa manera —un chillido llena la línea—. Tiene hambre no te preocupes, y algo te digo, no soy psicólogo de animales. Solo de personas.
—¿Que te dijo el veterinario?
—Que dejo de comer y empezó a vomitar porque, piensa que su dueña lo abandonó y puede que sin querer le haya dejado beber de un agua sucia.
Editado: 03.02.2025