Daphne Bonavich.
Desde que Bastian se fue a su habitación a contestar la llamada no ha salido más que para buscar un vaso de agua y sonreír al verme; y Dios me dejó pensando en esa sonrisa toda la hora.
Camino en silencio disfruta el sonido de su voz que resuena de manera tranquila por cada lugar de mi habitación, al estar uno al lado del otro solo puedo escuchar su voz más no sus palabras y eso para mí está bien, en realidad no quiero invadir más su espacio personal.
—¿Donde está? —mi voz suena con fastidio.
Ya he buscado el abrigo por todos lados y no lo encuentro, por lo que logré visualizar desde las ventanas de la sala empezó a caer nieve hace un poco, a pesar de que aquí dentro está calentito, afuera debe hacer un frío infernal.
Me resignó cuando no lo encuentro, los toques en la puerta me sobresaltan. Su voz se hace presente ante el evidente silencio que hay dentro.
—¿Estás bien? —suena preocupado.
Me acerco a la puerta animando me a abrir, cuando ya no hay barrera que le impida verme sonríe y vuelve esa sonrisa juguetona llena de secretos y un encanto que me absorbe por completo. Tiende su mano y la acepto con gusto.
—¿Estás bien? —vuelve a preguntar cuando cierro la puerta a mis espaldas.
—Lo estoy —sonrio para dispersar un poco su preocupación.
Asiente en silencio y está vez el silencio que se ha creado es cómodo lleno palabras que jamás me atreveré a decir o de sentimientos que quizás tal vez nunca en mi vida llegue a sentir pero por instantes creo que puede llegar a suceder.
—Hace mucho frío fuera, ¿Dónde has dejado tu abrigo?
—No lo sé —mis palabras parecen un murmullo distante.
Mis pensamientos son un torbellino en mi mente desconectando me de la realidad. Está vez no agradezco nada y creo que voy a empezar a odiar está manera que tengo de desconectarme por instantes de mi propia vida, sus pasos se detienen cuando creo que ha logrado descifrar mis palabras tan bajas que puede que no haya entendido del todo.
—Utilizaras mi abrigo, ¿Vale?
Busca mis ojos y no descansa hasta encontrarlos sonriendo a medio lado, descuelga el abrigo del perchero con cuidado deja sobre mis hombros su abrigo de cuero, parece satisfecho hasta que levanto mis manos su ceño se frunce y ve cuan largo me queda el abrigo.
—Bastian —intento contener mi risa luego de pronunciar su nombre—. Me queda demasiado grande, ¿No crees?
—Pues que tal si te compramos uno luego, por ahora ese no está mal —su rostro refleja su confusión, arremanga el abrigo intentando que no se vea tan largo.
Sonrío viendo cómo se agacha intentando llegar a mi altura, sus intentos son en vano ya que el cuero vuelve a su posición inicial, se rinde y me carga en sus brazos, sin mucho esfuerzo me encuentro sorprendida, sus movimientos me dejaron pasmada.
—Así es más fácil —sus ojos olivas demuestran su determinación.
Abre la puerta de la suite y al salir me encuentro con la mirada confundida de Thiago, me río y miro sobre el hombro de Bastian viendo cómo cierra la puerta encogiéndose de hombros.
El calor que me proporciona el abrigo y el poco frío que se logra colar me da sueño, y el movimiento constante en la caminata de Bastian me invita a cerrar mis ojos y dejarme llevar pero, me niego a perderme el camino; de repente se detiene y miro como frente a nosotros están las puertas cerradas del elevador, la paciencia de Bastian se acaba muy rápido y decide ir por las escaleras. Thiago nos sigue en silencio pero intentando no reírse al igual que yo.
Quien lo diría, Bastian es un ser impaciente, aunque no lo juzgo. Empuja la puerta de las escaleras empezando a bajarlas de una vez.
—Puedo caminar Bastian, te vas a cansar.
Se hace el de oídos sordos, sigue su camino bajando las escaleras, voy contando los escalones aburrida y un poco frustrada, Thiago no se queja ni dice nada solo nos sigue en silencio un poco perturbador pero lleno de tantas palabras silenciosas que producen curiosidad.
Al llegar al escalón que parece ser el último Thiago pasa a un lado de nosotros abriendo la puerta que deja a la vista la recepción. Bastian asiente y sigue en silencio y sin quejas, las personas que entran y salen se quedan viendo nos como si fuéramos una rareza en exhibición, escondo mi rostro en la curva de su cuello.
—Que no te importe si te miran, jamás dejes que las miradas te afecten más de lo que unas simples palabras pueden.
Sus palabras me dejan pensando pero no soy capaz de pronunciar algo o siquiera generar un pensamiento coherente en mi cabeza. Levanto mi rostro encontrándome con el suyo mirando al frente.
—Te voy a dejar en el suelo, ¿te parece?
—Sí —se detiene a mitad de la recepción.
Con cuidado me deja tocar el suelo, la punta del tacón resuena un poco cuando camino unos pocos pasos hacia el frente y luego me regreso a su lado estirando mis piernas, su sonrisa se hace presente. Y con ella el olvido me absorbe haciendo que no exista más nada que sus ojitos achinados y su sonrisa tan grande que amo con todo mi corazón.
—¿Emocionada?
—Para nada —intento disimular mi nerviosismo.
Está vez soy yo quien tiende la mano agarrando la suya, el calor que transmite me reconforta un poco, caminamos el tramo que queda, el vehículo ya nos espera afuera, Thiago está esperando por nosotros con la puerta abierta. Las puertas corredizas del hotel se abren permitiendo nos salir sin mucho esfuerzo, los copos de nieve caen rápido, algunos caen en el abrigo deshaciendo al instante de tan solo tocar el material. Sonrío admirando por primera vez la nieve, antes no podía ni siquiera pensar en salir de casa si no se me permitía.
—Sube, tengo que enseñarte cuánto antes la sorpresa que tengo —volteo mi rostro.
Sus ojos están llenos de una emoción oculta, como en la recepción de nuestra boda, parece un niño pequeño.
Editado: 03.02.2025