Daphne Bonavich.
Solo he caminado en círculos unos cuantos minutos, la oficina es bonita y mantiene el toque personal de Bastian. Las sillas de cuero frente a su escritorio son un toque más relajado y elegante a la vez, el cofre tiene algo escrito en un idioma que no conozco, me apoyo en una silla intentando encontrar sentido alguno en la inscripción y me resulta extraño, aunque como dijo: Hay muchas cosas que no se de él y hay muchas cosas que no sabe de mi.
Los toques suaves pero certeros en la puerta me hacen despegar mi vista del cofre, relajo un poco mi postura y me alejo antes de pronunciar palabra.
—Adelante.
La puerta de cristal se abre dejando ver a Sienna con una bandeja en sus manos, me acerco a ayudarla tan de inmediato como me es posible.
—Oh, muchas gracias. El señor Bergmann está por llegar.
—Gracias a ti, estaré atenta a su llegada —sonrio caminando con la bandeja en mis manos.
La dejo con cuidado en el escritorio, intentando no mover nada de su puesto. Sienna se mantiene en su lugar rígida y al parecer con miedo, sonrío cuando su rostro voltea a dónde me encuentro.
—Puedes sentarte, no muerdo —intento relajar un poco el ambiente.
—Estoy bien gracias, necesito atender algunas cosas. Cualquier cosa que necesites puede pedirla a la secretaria, permiso.
Se da la vuelta con esas palabras para salir de la oficina, me encojo de hombros agarrando el vaso con jugo de la bandeja, busco un lugar para sentarme aunque teniendo frente a mi unos cuantos asientos busco estar alejada de el escritorio lo más posible. Al final termino sentandome cerca de la puerta en el sillón más grande de toda la oficina o lo es a mi parecer, frente a mi se encuentra una pequeña mesa de café, dejo mi jugo en ella viendo todas las decoraciones de la oficina apreciando cada detalle aunque ya lo haya hecho antes no tengo más nada que hacer. Analiso a más profundidad la gran vista que considero una obra, la paredes están en un color gris y pocos detalles en negro.
Hay algunos cuadros por las paredes y unos pocos retratos de animales, más que nada mariposa de un color poco visto pero igual de hermosas, la puerta se abre exaltando me, una mujer un poco más joven que yo está recorriendo la oficina con su mirada en busca de algo o alguien.
—¿Quien eres y que haces aquí? —cada palabra la pronuncia con un tono despectivo.
Suspiro pero no bajo mi mirada, no tengo que darle ningún tipo de explicación a la rubia oxigenada que ahora se encuentra con sus brazos cruzados, extiendo mi mano agarrando mi jugo dándole un trago sin tomarle importancia a su presencia, sus ojos me examinan de arriba a bajo alzando sus cejas. Se mueve con impaciencia ante mi silencio, mantengo mi postura imperturbable.
—¿Quien eres tu? —repite su pregunta acercándose a mi a pasos grandes queriendo intimidar me—. Jamás pregunto dos veces, respóndeme.
A estás alturas apreta su mandíbula afilando su expresión y por el tono de su voz está molesta, lo único que me separa de esta mujer es la mesita de café, parece no importarle que la mire pero mi silencio le incomoda.
—No te debe importar quien soy —doy otro trago a mi jugo dejando de mirarla.
Bufa con mi respuesta, pero no devuelvo mi vista a ella, la mantengo en constante movimiento dejándola a ella se lado, no siendo más que otra cosa dentro de este lugar. Tanto como yo, se que no debería estar hablando de ella de esa manera pero si le caigo mal pudo haberme tratado bien desde la hipocresía. Rodea la mesita agarrándome de mi cabello, no hago ninguna mueca aunque duela la presión que ejerce en su agarre.
—¿Quien eres?
—Nadie a quien le tengas que tomar importancia —mi cabeza comienza a doler.
Su rostro se contrae de la furia, pues no es la respuesta que esperaba recibir, la presión que ahora coloca es descomunal tanto que cierro mis ojos intentando disipar un poco el dolor y aturdimiento en mi, no se que es peor, ¿Que me meto en peleas sin buscarlas?, o ¿Que no le hago nada a las personas y ya les caigo mal?
—Mirame —no le hago caso y intento soltar su agarre de mi cabello.
—Sueltame, por favor —una lágrima rueda por mi mejilla.
Mis ojos arden tanto que lagrimean pareciendo que estoy llorando, mi mejilla se moja en tan solo segundos, su risa no se hace esperar y su tono mordaz me hace enfurecer.
—No quería llegar a estos extremos.
—Yo ni siquiera te conozco, no se quién eres y me tratas de esta manera. No te he hecho nada.
—Estas en una empresa privada y el dueño es mi novio.
¿Que?
—No se de que hablas.
Me resignó a golpearla, si lo hago estaría a su mismo nivel, mi madre pudo ser horrible pero por lo menos lo único que me enseñó es cierto. Y ahora se que todas las personas no son buenas, la mayoría se deja llevar por apariencias o tan solo por el estatus de la obra persona y eso está muy mal.
—¿Quien eres y que le haces? —la voz de Thiago se hace presente generando alivio en mi interior.
—Nada.
La presión en mi cabeza se va en tan solo segundos, agarro con mis manos mi cabeza intentando que el dolor baje un poco, abro mis ojos intentando aclarar mi vista. Thiago se acerca serio, mueve un poco la mesita de café para agacharse frente a mi.
—¿Esta bien?
—Sí, pero mi cabeza duele.
—¿Mucho? —niego mareando me en el proceso—. Bastian no tarda en llegar, ¿vale?
Asiento cerrando y abriendo mis ojos, mi vista permanece nublada aclarando se por segundos y luego volviendo a dejarme sin ver nada, una punzada atraviesa mi pecho, el miedo recorre mi cuerpo pero intento mantenerme serena.
—¿Daphne, que sucede? —no logro ver nada por lo que miro a todos lados intentado encontrar aunque sea su silueta.
Cierro mis ojos intentando calmarme, se sienta a mi lado el abrigo me da calor por lo que me lo quito dejándolo en mis piernas, al abrí mis ojos parpadeó varias veces para corroborar que ya no hay nada que me impide ver, frente a mi se encuentra Thiago aún agachado con su cara llena de preocupación, detrás de él aquella mujer con su cara llena de susto y tan blanca como una hoja de papel. Bastian parado no muy lejos de ella con sus ojos llenos de preocupación, su ceño fruncido y sus brazos cruzados delatan cuan molesto está.
Editado: 03.02.2025