Bastian Bergmann.
Hace diecinueve años atrás.
Abro mis ojos cuando mi propia saliva se queda en mi garganta cortando el suministro de aire, toso con fuerza sentandome de una manera antinatural para poder respirar, aún huelo la sangre y el moho en la putrefacta cela, pero no me encuentro es ese lugar, una suave cama se extiende bajo mi cuerpo. el chillido de un grillo se escucha bajo, no hay más que oscuridad en este lugar, casi me hace pensar que está vacío.
Agarró con fuerza la funda de la cama el oscuro lugar solo me hace enfurecer con mi progenitor, no se cuánto tiempo ha pasado, he perdido pero lo que hizo jamás se me va a olvidar, nunca. Y cada cosa me las voy a cobrar el doble.
—Hey —un susurro de una dulce voz perturba la oscuridad—. ¿Cómo te llamas?, ¿Estás bien?
—Sí —miento recostando mi cabeza en el respaldar de la cama.
Mi respiración se vuelve irregular de un momento a otro, cuando intento mover mis manos no lo consigo, se quedan estáticas en un lugar, parecen estar envueltas en algo y el picor se hace presente.
El sonido de algo que no sé reconocer me alarma una pequeña luz se enciende a mi lado permitiéndome ver a la dueña de aquella voz tan dulce un cabello chistoso, pero muy hermosa acompaña su rostro, admiro sus ojos avellanados, sus mejillas sonrojadas, sus labios rosaditos. La sonrisa que lleva en su rostro es mágica y los pequeños pliegues en sus ojos los enmarcan de una manera especial, no puedo apartar mi vista de ella, cada pequeña parte de su rostro es hermosa.
—¿Tengo un bicho en el rostro o qué? —su risa resuena grabándose en mi mente.
—Para nada —bajo mi vista viendo mis muñecas vendas y por fin siento alivio.
—Uy, que sofisticado. Aunque te entiendo.
—¿Cómo así que me entiendes? —miro de nuevo su rostro está vez serio.
Su mirada se pierde en algún punto de la oscuridad, la curiosidad se instala en mi pecho, un sonido chirriante llega desde algún lugar, mis ojos se llenan de lágrimas, no se que hago. Mis emociones me dominan nublado mi mente, la luz se enciende llenando por completo la habitación, una mujer ya anciana mira a aquella niña con una mueca en su rostro. Tapo por completo mi cuerpo negandome a qué me vean, me recuesto lento queriendo pasar desapercibido.
—Piccola Dafne, ¿cosa fai sveglia?
—Madre Eugenia, la nostra ospite si è risvegliata.
Cierro mis ojos aguantando el dolor que proporciono en mis muñecas ejerciendo precio en ellas, no entiendo ese idioma, una risa suena por la habitación. La voz de la señora se vuelva a escuchar, muevo mi cara intentando que no quiten la cobija.
—Ascolta, piccolina, ho bisogno di sapere che stai bene.
—Eugenia non ti capisce, o almeno questo è quello che penso.
—Sì, lo farò.
Dejo su conversación en silencio me muevo un poco, intentando dormir más antes de pensar en como salir de aquí. Y volver de dónde soy, y si no muero en el intento llegar hasta donde se encuentra mi madre.
—Oye, tú bajo las cobijas.
—Me llamo Bastian —atiendo a su llamado, un poco furioso—. Bastian Bergmann.
—Un gusto Bastian, me llamo Daphne Bonavich.
Bajo la cobija hasta mi cuello asintiendo, la mujer se acerca. Una señora de avanzada edad, si cabello canoso aún recogido en un sutil moño, sus arrugas al sonreír se hacen presentes cuando me ve, sus ojos colo verdes casi como los míos recordándome a los de mi madre verde agua. Y la similitud de sus rostros hace que una operación se apodere de mi pecho, intenta hablar pero parece que recuerda algo, Daphne o según se así se llama sonríe y asiente cuando la señora se dirige a ella. Sin permiso se sienta a mi lado.
—Eugenia quería informarte que llevas aquí tres noches y cuatro días, y que si te sientes bien realmente.
—Lo estoy, estoy bien —me aparto un poco de su lado intentando mantener una distancia—. Quisiera saber cuando me puedo ir.
Me detengo al estar al borde de la cama, la señora Eugenia se ríe un poco al ver mis acciones. El chirrido de la puerta se vuelve a escucharlo, volteo mi vista viendo a un niño muy pequeño caminar en la dirección de Daphne. Eugenia hace una pequeña reverencia haciendo que rían.
Cómo quisiera en este momento traspasar la pared, y alejarme lo más que pueda de este lugar y dejar de escuchar sus risas que son un tormento o más que eso, apretó mis dientes al ver cómo me hacen aún lado aunque para mí eso no es importante, sonrió un poco viendo una oportunidad. En silencio quitó cada frazada de mi, intento hacer el mínimo ruido al moverme. Un dolor punzante recorrer mi columna hasta llegar a mi cabeza luego de colocar mis pies en el suelo, bajo mi cuerpo con cuidado hasta estar por completo abajo, camino de puntillas intentando no lastimar más mis pies, agradezco al niño que entro y dejo la puerta entre abierta.
Miro a mis espaldas viéndolos en su burbuja de felicidad, niego viendo lo débil que se ven ante una simple muestra de afecto.
Patético.
La oscuridad del pasillo me llama, me invita a dejarme llevar por ella, paso por la pequeña abertura, en silencio. Muerdo mi labio al sentir ese dolor punzante recorrer mis pies al dejarlos por completo en el suelo, la madera vieja cruge bajo mis pies. Una luz se enciende a mis espaldas, mis ojos se llenan de lágrimas más no volteo a ver quién es, cruzo por un pasillo de la vieja casa, mi respiración se acelera al ver cada vez menos, no se reconocer nada y por obvias razones me pierdo, una lágrima solitaria rueda por mi mejilla la limpio con fuerza negandome a llorar y decaer en este estúpido lugar.
Algo se encaja en la planta de mi pie izquierdo, gimo de dolor pero aún así sigo caminando. La oscuridad no me permite ver nada en lo absoluto golpeó mi frente contra una pared. Retrocedo tocando mi cabeza por el fuerte golpe.
—Te recomendaría que no intentes escapar, hay muros de concreto fuera de la casa.
Editado: 11.03.2025