Daphne Bonavich.
Luego de su recorrido -por no decir que solo me abandonó en la habitación- me había esforzado en mantenerme al margen; buscando ropa y dándome una ducha para intentar acabar con el mal genio que me cargaba desde hace días, me dediqué a explorar la habitación guardando cada rincón en mi mente y, por los colores sombríos de la habitación puede deducir dos cosas.
Uno: que no sabía otra combinación de colores.
Dos: era un maldito neandertal.
Mi estómago ruge con fuerza, camino arrastrando mis pies a la puerta. Pero soy detenida por el sonido de mi teléfono, apresuro mis pies en dirección contraria cuando lo tengo en mis manos el sonido cesa siendo reemplazado por el de unos toques no tan ligeros.
-Mierda -digo resignada cuando mis oídos empiezan a doler.
Dejo el teléfono en la cómoda y regresó mis pasos hacia la puerta al abrir no me encuentro con quién esperaba, solo con una mujer menuda de linda sonrisa con una bandeja en sus manos.
-Buenas noches, señora. El señor indicó que le trajera su cena.
El olor me absorbe dejándome embobada y sin responder, y es ahí cuando agradezco tener a alguien intenso en mi vida. El teléfono vuelve a sonar sacandome de mi ensoñación.
-Muchas gracias y tengo una petición -estiró mis manos esperando recibir la bandeja pero nada sucede.
-Dígame y, permítame ingresar su cena -su tono es tajante, pero aún así me dispongo a seguir hablando.
-Claro, disculpa -me hago un lado viendo su cuerpo moverse con destreza por la habitación-. Viene un amigo y necesito saber si quizás podría...
-¿Quizás podrías, que?
Su voz hace eco por la habitación, los bellos de mi cuerpo erizan la mujer se mueve más rápido, al igual que el tiempo a mi alrededor parece que yo solo doy vueltas a su alrededor y que cada segundo que pasa los segundos se ralentizan giro mi cuerpo viendo sus ojos, encontrándome con él. No mucho después de que me dejara aquí, un escalofrío me recorre cuando veo sus ojos oscurecerse y su pupila se dilata escondiendo casi por completo el color verde de sus ojos su mirada me recorre y me siento expuesta ante él en segundos y de alguna manera a pesar del frío mi cuerpo se calienta con su mirada.
Y por momentos como estos, desearía tener una cantidad exuberante de alcohol corriendo mi torrente sanguíneo.
No sé en qué momento empecé a retroceder mientras él solo se acerca. Ni en qué momento la de servicio ha desaparecido.
La pesadez se apodera de mi cuerpo y los músculos de mi espalda se entumecen con el frío de la pared a la que he sido obligada a apoyarme.
-Emiliano -aún con todas las emociones en mi interior mi voz sale con una calma muy peculiar-. Va a venir y quería saber si se podía quedar.
No pronuncia palabra, resignada a no recibir una respuesta miro sus brazos a mi costado, sintiendo que toda mi sangre se acumula en mis mejillas coloco mis manos encima de su antebrazo y por unos segundos pude sentir su calor, apartó su brazo o al menos lo intento muchas veces el calor se empieza a apoderar de mi cuerpo y me empiezo a cansar. Apretó mi mandíbula hasta que mis dientes duelen.
-¿Podrías apartarte?, me sofoca tu presencia.
Veo como su iris se expande ocultando en su totalidad el verde de sus ojos y dando paso a una risa baja, ronca que perturba cada rincón de mi mente. Su rostro se acerca más al mío cada vez más hasta que nuestras respiraciones se mezclan hasta el punto que trato de mantener mi vista y mi mente en lo que realmente quiero en este momento.
¿Un beso?, no.
¿Salir?, sí.
Sus ojos me escanean, tal vez buscando algo que nunca va a encontrar, ni él, ni nadie. Por ahora.
-Ve abajo, ya te está esperando -el olor de su perfume se cuela por mis fosas nasales en cada respiración que doy.
-Bien, entonces, ¿Te puedes quitar o me toca quitarte?
Una sonrisa amarga casi como si no hubiera probado un limón muy agrio se extiende por su rostro y otra risa esta vez menos ronca, cala en mis oídos levanto mi brazo dejandolo impactar con fuerza en su antebrazo casi encima donde está su codo haciendo que lo quite de mi camino.
-La próxima no hay preguntas.
Camino alejándome de él sin voltear a verlo, a pesar de sus bajos quejidos y ligeras maldiciones lanzadas al aire y que quede claro que aunque ano saber que está cerca, su presencia me atormenta.
Arrastro mis pies hasta salir de la habitación bajo las escaleras unos escalofríos recorren mi cuerpo, Emiliano está al final con una de sus tantas muecas al terminar de bajar inclino mi cuello ligeramente. Caminamos los dos explorando la casa cruzando pasillos sin tener alguna conciencia de dónde o a qué lugar nos dirigimos.
-¿Sabes a dónde vamos? -dice aguantando suspirar.
-Sí-va a ser un poco en mi respuesta iniciar antes de seguir-. No
-¡Ay!, mamita, nos perdimos -recibo un pequeño empujón en mi hombro.
-No es mi culpa -intentó justificarme-. Solo llegué hasta la habitación y más de ahí no pasé, pero sabes que. Vamos a buscar otra habitación y un par de botellas.
-Nada de alcohol, por hoy. Ni días siguientes.
-Por eso decía que porque no mejor botellas botellas de jugo.
Bufa antes de seguirme sonrío y abro la primera puerta que veo un par de obras que se extienden por las paredes, algunas cubiertas por una tela blanca. Otras sin terminar el olor a pintura se aloja en mis nariz veo algunos frascos en el suelo y se me hace inevitable sucumbir ante la tentación.
Emiliano me agarra de la muñeca haciendo que detenga mis pasos, giro mi rostro viendo como su dedo señala algo alejado difícil de distinguir para mí pero no para él. Al parecer.
Camino dejando de observar las obras que me rodean, al acercarme puedo ver con claridad lo que Emiliano señalaba una pequeña barra llena de algunas botellas de alcohol, y unas cuantas copas.
Editado: 05.07.2025