Mariposa negra

Capítulo 35: Especial parte 12

Daphne Bonavich.

Hace quince años atrás.

Dejo el pincel en el suelo secando mis manos en la falda del vestido, Emiliano ha dejado de comer para acercarse.

—Por favor, recuerdame jamás volver a pedirte que me hagas una pintura.

Arqueó mi ceja, yo no le veo nada malo solo un poco de blanco y quedará mejor. Miro a Emi y luego el lienzo de nada fijándome si hay algún error pero no encuentro ninguno. Solo que a una de las manos le hace falta un dedo, pero ni la expresión de pánico o sus ojos están mal. Detalló con más cuidado la pintura antes de responder algo, hay un niño, con los ojos cerrados atormentado por esas manos, llorando, las calaveras de fondo dejando ver qué en la oscuridad sobrevive, no el más valiente ni el más miedoso. Sobrevive quien ha sabido enfrentar sus miedos el que ha podido renacer en esa, su propia oscuridad que lo consume. Dónde esas manos pese a su mala presencia representan la salvación de una dulce alma.

—No hay nada de malo en la pintura.

—No, nada más está un poco macabra con esas calaveras tras las manos.

—Bueno...

Mis palabras son sepultadas por el sonido de la alarma, y eso solo indica una cosa. Miro a Emi y sonreímos.

—Lo hizo, Thiago.

—Lo logro —completa por mi y reímos.

Presente.

El calor se apodera de mi cuerpo, unas manos agarran mis caderas de manera ligera y sin causar daño. Giró mi cabeza y encuentro a Bastian durmiendo, agarró su mano y al tan solo tocarla se remueve dándose la vuelta dándome la espalda y puedo respirar tranquila.

Bajo mis pies tocando el suelo también como una linda panela de hielo, suspiro al estar completamente de pie, me arrastro hasta salir fuera de la habitación.

Las luces están apagadas lo que hace que mis ojos duelan por el esfuerzo, estiró mis manos antes de chocar mis dedos del pie con el barandal de la escalera. Muerdo mis labios para no gritar, me agarró con fuerza intentando no tropezar y caerme en el intento. Suspiro cerrando mis ojos esperando bajar a salvo o bueno la definición de la palabra.

—Oye —un susurro de una persona aquí en mi vida pude haber visto tal vez nunca me llama.

Abro mis ojos y puedo ver su figura, alta. Lo suficiente para superarme, espera abajo en el último escalón, me levanto para volver a suspirar.

—¿Quién? —digo igual, volviendo a mi ritmo nervioso de bajar lo que parecen mil escalones.

—No me digas que no me reconoces —me río y espero a que termine de hablar—. No te voy a dejar de verte una botella otra vez, por despecho. Además de memoria a corto plazo volviste a dibujar a ese niño llorando.

—¡Emiliano! —gritó bajito—. Ese niño llorando eres tú, así que dejas a esperanzo quieto o te hago un nuevo retrato.

—Me rindo —veo como levanta sus manos y maldigo a las escaleras por ser eternas—. Solo porque no quiero sostener la cabeza de un alce en tu próxima pintura.

—No va a ser la cabeza lo que vas a sostener, van a ser las entrañas y su corazón.

Sonrío al sentir el piso frío bajo mis pies de nuevo, me enderezo al estar casi a su lado.

—Puag, recuérdame jamás pelear contigo, de nuevo.

Me río y lo jaló de su pijama o bueno el intento de lo que se consiguió, caminamos despacio intentando no hacer ruido, pero mi querido acompañante no colabora. Bufo pellizcando su costado escuchando sus ligeros balbuceos sonrío y empujó la puerta siguiente a la habitación que antes habíamos entrado.

Al encender la luz escucho, ¿Silencio?, algo sumamente extraño para alguien tan parlanchín como Emi. Volteo mi rostro y ahí está, parado con la boca abierta.

—¿Con quién te casaste? —le salió un suspiro al terminar sus palabras.

Estoy tentada a decírselo, pero en mi mente se repiten cada una de sus palabras.

Sus ojos brillan cada queda un nuevo paso por la sala de cine, o al menos lo que parece, una gran pantalla en el medio. Otras dos a los costados, al acercarme más puedo visualizar unas cuantas consolas y varios videojuegos.

—No te distraigas Emi.

—No lo hago.

—Entonces, dime, ¿Que necesitamos? —me cruzo de brazos esperando su respuesta.

—Un bate, una lija y pintura en aerosol —enumera las cosas.

—¿Por qué una lija?

—Ya verás. De la entrada a la casa hay una larga fila de autos. Ah, y también alcohol; para hacer lo que vamos a hacer lo necesitamos en nuestro sistema.

—No me quejo.

Abro los estantes y reviso cada cajón hasta que encuentro un vino, y camino más rápido para seguir a Emi. Al no encontrar más nada, nos devolvemos a nuestro trayecto inicial, a la oscuridad del gran pasillo. Vamos abriendo puerta por puerta, encontrándonos con algunas habitaciones vacías y otras llenas de muchas cosas no muy buenas para describir. Bebemos de la botella hasta casi acabarla. En el camino nos encontramos una linda bodega llena de diferentes licores.

—No creo que a Bastian le importe si le quitamos unos. Igual le dejamos una notita —sus palabras son arrastradas por su lengua, haciendo casi inentendible su hablar.

—¿Cómo?, si ni papel traemos —reprocho, buscando algo que me guste—. ¡Mira, whisky! Una botella de esas que tu papá guardaba.

—¡Oye, no grites! Recuerda que todos duermen —regaña, dándose la vuelta—. Es cierto, de las caras. Llévatela.

Asiento riendo, para luego llevar mi dedo a mis labios. Salimos a hurtadillas con las dos botellas que logramos agarrar.

—Vamos al garaje. Ya veremos si encontramos algo ahí —digo al ver cómo se acaban las habitaciones.

—Sí, vamos.

Tira sus manos fuertemente al aire una y otra vez, solo logrando rozar mi cabello. Esta vez tropezamos con la mayoría de las cosas. Nuestros pies se mueven al igual que los latidos de los bocados de mi corazón. Al salir, un asombroso calor nos recibe, y el whisky no ayuda. Caminamos en silencio como los propios ladrones, casi tirándonos a la tierra para arrastrarnos. Me río de mis propios pensamientos. Emiliano me arrastra, sacándonos del gran y buen camino para introducirnos en el garaje.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.