La mansión Dupont, un enorme caserón situado en las afuera de la ciudad. Rodeado de inmensos jardines y elegantes fuentes. El edificio se sentía solitario y envuelto en niebla, como si solo estuviéramos aquella residencia y yo.
Un escalofrío me recorrió la espalda justo cuando un mayordomo me abrió la puerta de mi coche de forma servicial.
—Bienvenida a la residencia Dupont, señorita Everhart. —Lo seguí por aquella enorme escalinata, hasta la entrada—. La señora Dupont la esta esperando en el ala este.
—El ala este ¡Que elegante! —Interrumpió Duncan, apareciendo de golpe a mi lado, mientras que subía las escaleras.
—Por favor, comportarte —Supliqué mientras relentizava el paso para quedarme atrás.
—¡Siempre lo hago! Aunque tengo que recordarte de que nadie me ve por que estoy muerto, es lo primero que os enseñan a las Mariposas.
—Ya, pero te veo yo y me distraes. —Respondí a la vez que apretaba los dientes de los nervios.
—Señorita Everhart, ¿Va todo bien? —Me preguntó el mayordomo mientras que se giraba hacia mi, confundido.
—¡Sí, claro! ¡Todo está perfecto! —Respondí sin mucho miramiento.
—El señor Dupont este muerto, nada está perfecto... —Murmuró Duncan justo antes de contener una carcajada.
—Digo... Que espero que mis servicios sirvan de ayuda para la señora Dupont. Estamos todos muy tristes por la pérdida de su marido. —Rectifique.
El mayordomo rodó los ojos para entrar en aquella enorme casa. Su interior era lo esperable; Techos altos, suelos de mármol, retratos gigantes de miembros de la familia, candelabros de oro y una enorme lámpara de araña con diamantes.
En cuanto puse un pie en la casa, una extraña sensación me invadió por dentro, como si una presión, similar a una serpiente enrroscanose en mi cuerpo, me presionara hasta dejar mis pulmones sin aire. Pero lo más extraño fue el no sentir a Duncan.
El mayordomo parpadeo varias veces, confundido, mientras miraba a mi lado-. Disculpe, no sabía que la dama venía acompañada de alguien...
Me giré hacia mi lado, percatandome de que efectivamente estaba hablando de Duncan.
—Espera, ¿Que acaba de decir este tio? —Preguntó Duncan, completamente confundido.
—Caballero, le pido que mantenga un poco la compostura. En esta casa consideramos la educación algo sagrado, es lo que nos diferencia de los animales.
—¿Puede verme? ¿Cómo es posible? —Duncan se encontraba completamente fuera de si, como si hubiera vivido una mentira durante toda su no-vida.
Yo me quedé congelada por un momento, casi no pude responder, por lo que rápidamente posé mi mano en su hombro para hacer que cerrara la boca. Casi no podía creérmelo, el hombro de Duncan se sentía tan sólido, tan real, que incluso me hizo dudar si yo también estaba muerta.
—Disculpe la mala educación de mi ayudante, aun esta aprendiendo. —Apreté mi mano de forma que captará la señal, cosa que afortunadamente comprendió.
—Disculpe, no era mi intención faltarle el respeto, es un problema que tengo desde pequeño. Pero ya estoy... ¿Medicandome? —Duncan, el elegante caballero de perfectos modales se había convertido en un desastre andante al recobrar su condición de vivo. Menuda excusa más poco acertada.
—¡Creo que ya has hablado lo suficiente! —Interrumpí—. Si no le importa, no hagamos esperar más a la señora.
—Sí, por aquí. —Mientras seguíamos al mayordomo, Duncan me soltó una cara de completo pánico, recibiendo de respuesta un gesto de mis manos que le pedía que se calmara.