I.I. El Archivista de la Certeza
Elías Vance había vivido treinta y siete años, siete meses y diecinueve días bajo una ley inmutable y autoimpuesta: la dictadura de la lógica cartesiana. Su existencia no era solo un oficio; era una devoción a la certeza. Como Archivista Senior en la prestigiosa Biblioteca de la Universidad de Boston, su mundo olía a papel antiguo, cera de mobiliario victoriano y la química seca del acetato de celulosa. Cada hora de su jornada estaba marcada por la rectitud de las estanterías y el orden alfabético incuestionable. El universo, para Elías, era un vasto archivo que, aunque complejo, era en última instancia clasificable y, por lo tanto, controlable. El miedo, el horror, no eran más que categorías literarias, ficción encapsulada y domesticada en la sección 813.5 de su sistema. Él era el guardián de la coherencia.
La ironía de su vida radicaba en su área de especialización: la "Preservación de Archivos Raros y Controvertidos". Pasaba sus días lidiando con documentos cuya mera existencia desafiaba la narrativa histórica, pero siempre los trataba como objetos inertes, patologías que podían ser contenidas con fungicidas y temperatura controlada. Elías creía que la distancia intelectual era el escudo más fuerte contra el caos.
Esta fe se desmoronó el 15 de octubre. La notificación de la herencia de Arthur Vance no solo llegó como una bendición financiera—un rescate de las deudas universitarias que lo ahogaban—sino como una maldición genealógica. Arthur, su bisabuelo materno, era un nombre borrado, un agujero negro en la historia familiar que se había cubierto con el silencio denso de los secretos de estirpe. La omisión familiar era ahora un mandato legal.
La propiedad, "Mármol Negro", en el ignoto y aislado condado de Blackwood, Maine, venía con la cláusula demencial: pasar la noche de Halloween (Samhain), completamente solo, dentro de sus muros, desde la puesta del sol hasta el amanecer. Si fallaba, si su pie tocaba la tierra fuera de la propiedad un segundo antes del alba, la herencia se disolvería, y Elías se enfrentaría a la ruina. Aceptó con la resignación fría de quien no tiene otra opción. "Una noche de incomodidad por la libertad financiera," se repitió, pero su mente archivista ya estaba catalogando las anomalías.
I.II. La Investigación: La Grieta Genealógica
Antes de partir, Elías se obsesionó con encontrar algún rastro de Arthur Vance en los archivos de la universidad. Fue un acto de desesperación lógica, la última súplica a la razón.
Se sumergió en el Sub-Archivo B-7, el depósito de documentos censurados por "razones de decoro y reputación institucional". Allí, bajo la tenue luz de un fluorescente parpadeante, Elías encontró el expediente de su bisabuelo.
Monólogo Interior - El Deterioro de la Categoría: "Arthur Vance. Nacido 1855. Estudió Botánica Oculta y Alquimia Criptográfica, especialidad 'Geología Espectral de las Secuencias de la Niebla'. Su tesis: 'La Simetría Imposible en la Arquitectura Gótica Tardía, y su Relación con los Patrones de Sacrificio'… ¿Qué diablos es Alquimia Criptográfica? La universidad borró su rastro después de 1905. Él no era un pariente, era una anomalía que contaminó el registro."
Elías encontró la bitácora de la expulsión: Arthur no fue expulsado por mala conducta, sino por "promover la consciencia de la piedra y la existencia de patrones geométricos que trascienden el plano euclídeo". El archivero sintió un escalofrío: su bisabuelo no estudiaba geología; estudiaba la roca como carne, la tierra como un organismo vivo.
Luego, el periódico de 1906: "El eminente naturalista Arthur Vance confinado al Asilo Blackwood por melancolía profunda y la desaparición de su esposa, Martha. El cuerpo del niño, su hijo, nunca fue recuperado." Elías recordó el silencio hermético de su madre sobre su abuelo, el hijo de Arthur. "Tu abuelo era un hombre triste," solo eso. El horror no era una etiqueta literaria; era una deuda de sangre que le llegaba con treinta años de retraso. Elías se dio cuenta de que la cláusula del testamento era un mandato, no una broma.
I.III. El Viaje: El Desmantelamiento de la Percepción
El viaje al remoto condado de Blackwood fue la primera etapa de la descomposición de la realidad de Elías. El asfalto se rindió a una senda de grava polvorienta y llena de baches, cada vibración del sedán se sentía como un golpe seco en sus sienes. Los últimos postes de electricidad se inclinaban, derrotados.
El bosque circundante se transformó. Los pinos robustos cedieron ante una maraña de árboles retorcidos y sin hojas, de ramas negras y huesudas que se alzaban como súplicas osificadas o garras petrificadas hacia un cielo de un gris metálico. Elías notó la ausencia total de vida animal.
El aire se volvió viscoso, pesado y frígido, no solo frío, sino con una densidad que le presionaba los tímpanos, causando un zumbido constante. El silencio era total, absoluto, sin vida, un vacío que amplificaba los latidos neuróticos de su propio corazón y el clic-clic-clic de la gasolina residual en el motor. La carretera no era un camino; era una progresión hacia la nada, donde la distancia y el tiempo se volvieron conceptos elásticos.
Mármol Negro se materializó de repente, como un bloque monolítico de granito negro y húmedo, cubierto de moho que parecía la lepra. Elías sintió que la casa no fue construida sobre la tierra, sino que brotó de ella, como un tumor calcificado. La neblina perpetua, de un tono verde bilioso y enfermizo, no flotaba; se arrastraba hacia la fachada, como una criatura reptante. Las chimeneas rotas se erguían como dedos esqueléticos.
I.IV. El Umbral: El Primer Aliento del Organismo
Elías detuvo el motor. El silencio se espesó. Abrió la puerta principal, sellada con una cerradura oxidada que gritó con un lamento metálico y prolongado.
Un aliento gélido lo golpeó. El olor fue una agresión inmediata y triple, grabándose a fuego en su memoria olfativa: