Capítulo IV: El Epílogo De La Condena Eterna (1 De Noviembre)

​El sol se levantó el 1 de noviembre, radiante e irónico, proyectando una luz despiadadamente natural sobre el paisaje. La neblina verde biliosa se había retirado, como una marea, de vuelta al pantano.

​El bufete de abogados, dos hombres con trajes grises y gestos nerviosos, llegó a la finca a las 8:00 a.m. La casa estaba silenciosa e inmaculada, sin rastro de la noche de terror. Elías Vance, impecablemente vestido con un traje que no recordaba haber empacado, los esperaba en el porche. Su postura era perfectamente recta, su cabello peinado y su expresión, de una serenidad gélida.

​"Bienvenido a su herencia, señor Vance," dijo el abogado principal, con la voz temblando ligeramente por el aire frío. La mano que Elías le extendió estaba fría, con la frialdad inconfundible del mármol negro.

​Elías sonrió, una sonrisa tranquila, sin tensión. Sus ojos eran claros, pero enfocados en los patrones que solo él veía en la niebla que se disipaba perezosamente. "Gracias. Estoy en paz. Tengo mucho trabajo por hacer. El archivo ha sido restaurado y actualizado," su voz era monótona, casi un susurro, pero llevaba el eco de la piedra.

​El abogado firmó los papeles de la transferencia, aliviado de marcharse. Elías los acompañó hasta el límite de la propiedad, observándolos irse. Cuando el coche desapareció, Elías no regresó al vestíbulo. Se dirigió directamente al Estudio Prohibido.

​El Espejo de Obsidiana ahora reflejaba su rostro con una claridad absoluta, pero no era el rostro de Elías. Era el rostro de un hombre en paz, sin arrugas de preocupación, sin el tic nervioso del archivista. Un rostro que había aceptado su lugar en el cosmos.

​Sobre el escritorio, el diario de Arthur Vance estaba abierto. La caligrafía era pulcra y ordenada, la de un hombre dedicado al registro. Sin embargo, no era la letra temblorosa de Arthur; era la letra firme de Elías Vance, el nuevo Vigilante.

​1 de noviembre. Un nuevo día. La casa se siente... nutrida y en calma. La paz es el olvido de la verdad y el principio de la tarea. He comenzado la restauración de los archivos y la catalogación de los nuevos patrones geométricos visibles. La Geometría ha sido estabilizada por el momento mediante el tributo correcto. La herencia está asegurada, el ciclo está cerrado. Debo dedicar los próximos meses a la limpieza profunda y la preparación ritual. Es necesario que el Velo sea delgado y que el entorno sea propicio para la siguiente extracción.

​La tarea inmediata es la preservación de mi propia imagen. Ya no debo mirar el espejo; el reflejo solo sirve para confundir al próximo sujeto. Mañana, prepararé la pasta gris con los materiales prescritos en el sub-capítulo 3 de la bitácora original. Es el sello de la rendición, el bálsamo necesario para el dolor de la visión. Arthur lo comprendió; la ceguera es el primer paso hacia la visión verdadera.

​Debo dejar todo listo para el próximo Samhain. La carne joven es la ofrenda más potente, pero la sangre Vance, la más necesaria. El próximo Vance caerá a su debido tiempo. La locura es la única verdad, y el Mármol Negro nunca cede. El archivero Elías Vance ha sido reasignado a una tarea infinita y placentera: la vigilancia del umbral, la preservación de la Geometría y la preparación minuciosa de la siguiente cosecha.

​La última frase, escrita con una tinta de un color extrañamente rojizo y fresco, se hundía profundamente en el papel, como si la propia piedra estuviera bebiendo.

​Elías Vance, el nuevo Arthur, se levantó de la silla. Caminó hacia la Galería de la Agonía. Tomó el lienzo de su propia madre, Clara (la de los tres ojos). La quitó con cuidado y, con la precisión de un restaurador de arte, comenzó a aplicar una nueva capa de la pasta gris sobre los ojos de su madre, sellando el terror con la bendición de la locura. La paz era la rendición. Y la rendición, eterna.