Marry, Kiss or Kill me?

Prologo

Ivanhoe

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Me rasco frenéticamente los ojos. He perdido las lentillas por segunda vez este mes. Solo de pensar en que tendré que ahorrar mi mesada entera por unas semanas para comprar unas nuevas, empiezo a morderme las uñas. Ya tengo la uña de mi dedo medio arrancada y el contorno repleto de padrastros.

Ver” está sobrevalorado —intento convencerme, aunque no sea tan efectivo como lentillas nuevas—, y tomó de mi escritorio las gafas de armazón que tengo para eventualidades. No me gusta usarlas porque me hacen ver mayor, al menos eso dice Fontine.

Edme entra con el estruendo de un portazo: la ropa desaliñada y el cabello rubio alborotado, un desorden que delata que alguien se lo ha revuelto al clavar sus dedos en su cabeza, seguramente entre besos apasionados. Ese es el talante acostumbrado de Edme, cuyo hobby preferido es liarse con quien le de apertura. A manera de compañero de cuarto, agradezco cada día que no los traiga aquí. ¿Quién podría estudiar cuando dos personas están enrollándose en la cama contigua? Evidentemente yo no.

Le dediqué apenas una rápida contemplación de reconocimiento, sin demorarme mucho en él; estoy leyendo Arráncame la vida para la clase de literatura avanzada.

Sinceramente, me siento algo inepto al pasar el fin de semana encerrado en mi habitación adelantando los deberes, más cuando desde el viernes en los dormitorios se siente esa atmósfera hedonista y libertina. Muchos bajan al pueblo, otros van a las habitaciones del ala femenina. Edme es uno de esos.

Regreso a mi libro fingiendo indiferencia. Hasta ahora, mi conclusión es que toda la literatura latinoamericana está cargada de demasiada sexualidad, una carga similar a la del aura de mi compañero de cuarto. Escribo en los márgenes, divagando sobre lo que escribiré en mi ensayo, pensando en si alguno de estos niños ricos tiene suficiente dinero para comprar el Sanborns de los azulejos, posiblemente si, cuando advierto la mirada de Edme: es fija y evaluativa. Déjenme comentar algo sobre Edme: es un gran compañero de habitación por un factor determinante: Me ignora. Claro, de vez en cuando tenemos alguna conversación intrascendente —si puedo lavar su ropa o prestarle lápices—, pero nos limitamos a eso. Por lo cual, su mirada inquisitiva sobre mí es tan anormal como incómoda.

— ¿Necesitas algo? — respondo tras unos segundos mientras él persiste con su evaluación visual.

— En realidad sí, tío — Edme es una particular mezcla de inglés, suizo y español, además de que por algún motivo no para de repetir que, en algún nivel, está emparentado con Lady Di. Me imagino que es un familiar muy remoto, porque no ha heredado más que un cabello rubio mantequilla que se ondula hacia afuera. Además tiene un acento muy evidente, vestigio de su infancia en un colegio de Madrid, de donde también ha ganado la jerga al parecer. No es un inglés común; es algo parecido al producto de fusionar a Javier Bardem con el príncipe Harry.

— ¿Qué? — Sin notarlo, sigo mordiendo mi uña.

— Están haciendo una fiesta en la sala de música; alguien se ha robado una botella y se la están tomando allá. Alguien me ha prometido doscientos si consigo que vayas.

— ¿Quién te ha hecho esa promesa? — Elevó una ceja, pensando que quizá ha sido Fontine, y por un momento mi corazón se acelera; sin embargo, simule que mi libro aún retiene mi atención.

— No importa quién me los ha prometido, son doscientos. Con eso puedo comprar muchas chucherías — Él en realidad ha dicho "chucherías", la cual debe ser la palabra más adorable para referirse a caramelos baratos y poco saludables de las máquinas expendedoras — ¡No me hagas perder doscientos! — Pareciera que pide un favor, pero también es algo impositivo.

Pienso en todo lo que yo haría con doscientos dólares: en principio, comprarme unas lentillas nuevas.

— ¡Vamos! — Súplica, sonriendo un poco. Sin embargo, parece más maquiavélico que relajante.

— Tengo un ensayo que hacer — Por más tentador que me pudiera resultar, tengo mis propias reglas. Una de ellas es no relacionarme con estos niños más de lo necesario: ellos son un Vacheron Constantin, mientras yo soy un Casio en la pila de rebajas de un Walmart.

El rostro de Edme quebranta su picardía y gana una ligera irritación que se nota que se esfuerza por moderar. Supongo que nadie ama más el dinero gratis que la gente rica.

— Vamos, ese ensayo es para dentro de unas semanas. Podrías terminarlo más tarde.

Toci débilmente, es un vago esfuerzo de interrumpirlo: — De verdad que no es mi estilo, pero diviértete tú. — Acurruque mi cuerpo en la cama, buscando dar por terminada esta conversación.

Edme exhaló de manera inmoderada, la clase de suspiro histriónico que se emplea cuando deseas llamar la atención.

Me giro por inercia — En primera, te daré la mitad del dinero, Ivanhoe, ya que me has obligado a negociar. En segunda, si eso no te tienta... — Debí darle alguna pista de mi naciente interés, pues él recuperó su maliciosa sonrisa. — Las chicas están ahí: Parvati, Lux, Cher, Paige, Blair... — Enumera algunos otros nombres que no reconozco del todo, hasta que dice el único nombre que me importa: — Fontine. ¡Ah! Y Hono…




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