Honorine
—Yo nunca he hecho una cama —protesté, estirando la sábana afelpada sobre aquel extraño colchón de plástico azul.
—Se nota.
Puse los ojos en blanco.
—Qué graciosa —fingí una risa sarcástica—. Mira qué inesperada comediante puede ser la señorita Madrastra.
Hace solo una semana, esta mujer le estaba rogando a mi abuela que no me enviaran lejos. Claro, todo fue inútil: a pesar de las quejas, yo estaba aquí, al otro lado del mundo, en un internado, como si esto fuese un estúpido libro juvenil de los años dos mil.
—Solo bromeaba.
—Pues... No estoy de humor para tus bromas de millennial. Tengo jet lag.
—No seas tan amargada —Me dio un juguetón tirón de pelo, con una sonrisa algo forzada.
El viaje a Italia fue un gran borrón, pero aún me persistía ese mismo patético sentimiento que tuve al empacar mis cosas en casa. Por alguna razón, antes de tomar el avión me encontré despidiéndome de mis sábanas satinadas, de mi tabla de surf favorita, del piano de la sala, del cuarto de arte y del rincón frente al balcón donde Daisy y yo solíamos dibujar, iluminadas por la luz del sol, tiradas en el suelo. Recordar esos lindos momentos me produjo más molestia que tristeza.
Detestaba este lugar, lo detestaba.
— Esta escuela es tan deprimente, lo odio. De todas formas, ¿qué tiene de interesante Italia? Nada. ¿Quién manda a sus hijos a Italia? ¿Los Alpes? Bueno. ¿Países Bajos? Okey. ¿Inglaterra? Je suppose que ça va. (Supongo que está bien) ¡Pero Italia! Ni siquiera sabía que había internados aquí, estamos tan lejos de la civilización. Il n'y avait même pas de Starbucks en ville! (¡Ni siquiera había un Starbucks en el pueblo!) —Lancé mi rápida crítica, sin tomar aire. Me sentí algo estúpida y malcriada, pero seguí gastando mis palabras porque esto no era una oportunidad de crecimiento, era castigo, aunque mi abuelo dijera lo contrario —. Simplemente California es mejor.
—Bueno, Italia tiene los Ferrari, Llámame por tu nombre, la pasta, la pizza, el Coliseo, los romanos... —Ella parecía dispuesta a seguir enumerando cosas cuando mi única intención era quejarme.
—Bien, vale, leíste el panfleto en el avión, no es necesario presumir.
—Quizá un lugar nuevo te haga bien, como dijo tu abuelo —habló bajo, como si sus palabras fueran filosas y quisiera evitar cortarme.
—Tú no sabes eso. Solo quiero estar enojada, ¡¿Puedes darme ese gusto y ya?!
Dolores no me contestó; simplemente colocó las mantas de tal manera que la cama parecía un esponjoso malvavisco. Después, nos dedicamos a acomodar cojines en silencio. Supongo que ella creía que, con suficientes almohadones suaves, ambas olvidaríamos que esta situación es una completa mierda. O al menos esa parecía ser su creencia, porque trató de animarme con un viaje de compras en cuanto llegamos, pero no había tiendas de decoración suficientes en Italia para hacerme sentir mejor. Extrañaba mi cama, mi escuela, a mi hermanita, los waffles con Nutella que hace Dolores los sábados por la mañana y la fabulosa heladería a la que vamos Inez y yo, la única que sirve mi sabor favorito.
¡No quiero estar aquí!
En casa tenía un vestidor y un colchón queen size para mí sola —ocasionalmente lo compartía con Daisy cuando ella tenía pesadillas y se metía en mi cuarto—. Ahora tenía una minúscula cama individual con un extraño futón de plástico, un escritorio pequeño, un maldito lavabo y, para colmo, una compañera de cuarto que convenientemente había salido este fin de semana. ¡Gracias a la Madonna!
—Tu pared está vacía, podríamos haber comprado unos pósteres o algo, colocar unas fotos tuyas con Daisy... no lo sé, es muy... blanco. —Se entretuvo poniendo unos plushies y unos vinilos en las estanterías para evitar que se vieran tan desoladas.
—¿Y ser como ella? —Hice un gesto con la cabeza, señalando a la pared frente a nosotros.
Dolores resopló, dedicándome una mirada de: «¿En serio?».
—Ni siquiera la conoces.
—No tengo por qué. Su lado de la habitación me dice todo lo que necesito saber de Lux St. Clair. Me odiará de inmediato y yo la odiaré a ella.
Estaba siendo quejumbrosa a propósito. No quería estar aquí y no me molestaba en fingir lo contrario.
—Desde que llegué a este castillo al estilo inglés, con su gran portón metálico, supe que no sería para mí; es pretencioso ¡Una mala copia de Hogwarts! ¡Ni siquiera sé si aquí habrá Froot Loops! Mi escuela era mejor, quedaba a cinco minutos del mar y ahí estudiaba Kendall Jenner, ¡la Kardashian más bonita! Aquí es deprimente —Solté un suspiro dramático y me tiré sobre la cama violentamente, haciendo que algunos cojines se cayeran—. Me siento en el peor episodio de The Crown. ¡Ni siquiera pude salir con Inez y Darmont una última vez!
—Conociendo a esos dos, créeme, estás mejor sin volverlos a ver —Dolores soltó una resoplido, sentándose a mi lado—. Esta escuela se ve linda, además... —Ella contempló el pedazo del cuarto que pertenecía a la desconocida Lux St. Clair—. ...tu compañera se ve agradable, digo, por su decoración.
La pared de Lux St. Clair estaba repleta de carteles de divas pop, películas en francés que no reconocí y, del otro lado, colgadas con cintillas y pequeñas pinzas de madera, fotografías de ella con mucha gente, gritando «tengo personas que me quieren».