Marry, Kiss or Kill me?

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TW: Este episodio aborda el tema del acoso escolar. Si este contenido te resulta incómodo o puede afectarte, te sugiero leerlo con discreción. Recuerda que, si estás enfrentando bullying en la vida real, es importante hablarlo con tus padres y/o las autoridades escolares. Abracito.

Ivanhoe

—¡Más rápido! — exige mi profesora en cuanto estoy frente a ella

—¡Más rápido! — exige mi profesora en cuanto estoy frente a ella.

Solo existe una única clase de gimnasia para los de preparatoria y, aun así, entre el montón de alumnos anónimos, aquella mujer parece visualizar una gran diana pintada en el centro de mi espalda.

Aceleré el paso, percibiendo esa tirantez incómoda cosquilleando en los músculos de mis piernas y el ardor en el estómago inducido por el pequeño maratón. Mi pecho sube y baja con respiraciones erráticas . Incluso pude divisar mi hálito convertirse en una nubecilla de vaho escapando de mi cuerpo. Hoy el día es demasiado fresco, de esos que te hacen tiritar y desear un té humeante; Después de unas vueltas más, simplemente lo ignoré porque ya había entrado en calor. No obstante, apreté los labios. Considero abuso infantil el que te obliguen a usar pantalones cortos al hacer ejercicio; Los shorts solo se le ven bien a Robin.

Oigo las burlas de los que van detrás de mí. No sé si es porque mis calcetines tienen un pequeño agujero o por mis piernas lampiñas, un argumento más en contra de los pantalones cortos. Los dejo adelantarme; Parece que la profesora no es la única que ve un blanco en mi nuca.

— ¡Más rápido, Bennet! Aún falta otra vuelta — exclamó la señorita Henderson. Parece querer animarme, aunque lo disfraza de un cordial escarmiento.

Echa un soplo de aire en su silbato para llamar la atención de la clase, hace girar el dedo en el aire decretando otra vuelta. Al hacerlo, sus patas de gallo se acentúan más. A veces maldigo ser tan observador; Supongo que vivo en mis adentros. Fontine suele expresar eso: que soy un perpetuo espectador.

Inhala. Exhala.

Me enfoco en la sensación de inundar mis pulmones de aire y expulsarlo repetidamente; desatiendo todo lo demás: las risas, las arrugas en los ojos de la profesora, el agujerito de mi calcetín o mis tenis anticuados que ya me resultan algo ajustados. Son los mismos Pumas gastados que traía el otro día... cuando conocí a esa chica. Agito la cabeza, volviendo a aumentar la velocidad.

Inhala. Exhala.

Nuevamente concentro mi interés en el trote de mis pies, hasta que puedo mirar con el rabillo del ojo a alguien alcanzarme. Es Edme, acercándose con torpes trancos. Corre con dificultad, carraspeando e hipando.

— Tío, sí que eres rápido — gimotea entre titubeos por la falta de aire.

— Lo lamento — rápidamente, bajo el paso con el objetivo de hacerlo sentir más cómodo. No sé qué sucede; Edme no suele ser comunicativo conmigo, al menos no verbalmente. Más allá de un gruñido ocasional al hablar sobre limpiar nuestro dormitorio o dónde ha dejado algo, nunca hablamos. Un conjunto de muchachos se ha unido a nosotros en lo que ya es un trote moderadamente lento. — ¿Necesitan algo?

—Vale, tío, no finjas.

—¿Fingir qué?

Debo haber puesto una mueca de desconcierto, pues él suelta un suspiro de frustración. Parece que ya ha recobrado el aliento, ya que dialoga con menos pausas.

Sus amigos lo golpean en los brazos, farfullan algo en su oído, y yo no podría sentirme más perdido. Sin notarlo, ya estoy mordiéndome las uñas.

No hay nada que aborrezca tanto como ser el centro de la curiosidad de estos niños ricos. No soy una jirafa en el zoológico de Central Park.

—¡Ya le estoy preguntando! —Edme hincha sus mejillas, acumulando el aire que tan desesperadamente necesitaba—. Verás... ¿Has conocido a... la chica Santorini? Todo el mundo ha estado hablando de ella sin cesar desde que se supo que vendría a aquí.

¿Honorine...? La chica a la cual no le gustan los duraznos.

—Sí, algo así. La señorita Yeon me pidió mostrarle la escuela.

No digo más, respondo lo estrictamente indispensable, y puedo notar que mis réplicas no son tan satisfactorias para el chico rubio.

Viviendo aquí he aprendido a distinguir el dinero, el verdadero dinero, no aquel que viene en una hebilla dorada que dice "LV". Esa chica, con su cabello azul chillón y su lengua suelta, en principio me pareció simplemente diferente; es una nueva clase de rico, una que desconozco, y al ser yo, sabes que es mejor evitar aquello que desconoces. No obstante, no es algo que pueda decir en alto.

—¡Genial! ¿Es guapa? Todos dicen que es muy sexy.

¿Cómo puede preguntar eso sin terminar ruborizado?

Soy un observador, me gusta considerarme un autonombrado sociólogo aficionado especializado en los privilegiados —un verdadero trabalenguas—así que claro que le eche un vistazo; es un nuevo objeto de estudio. Sin embargo, terminó cavilando...

¿Guapa?

Bien, no soy ciego. Cuando entré en la oficina y mis ojos la encontraron con sus piernas flexionadas en una posición anormal e incómoda sobre la silla roja de esa oficina, con su expresión de disgusto, envainada en esa indumentaria colorida... Fue difícil no mirarla fijamente; más porque parecía una mancha de pintura en una vajilla china que por verdadero gusto. Sin embargo, superando mi curiosidad, Honorine me ha parecido el emblema magistral de todo lo que me ofende de los ricos: completa superficialidad en un envoltorio pequeño y delgado. Supongo que objetivamente era linda. No era Fontine, pero entiendo el interés, hasta que vuelve a mí la memoria de su desplante.




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