Marshellie

1

Éramos jóvenes, sin problemas.

No es que fuese divertido matarse recíprocamente

                                (Gaetano Longo)

 

Esa noche: estacionamos junto a un parque en el que solíamos jugar a las escondidas cuando éramos niñas. Ella, Ana, subió con dificultad al techo del auto. Estaba alcoholizada hasta la punta de las pestañas y ralló la carrocería con los tacones. La haría pagarme por los daños después, y ella lo sabía, pero escogió restarle importancia a eso; tarareó algo que encontró andando por el interior de su cabeza, resbaló y me molesté porque pudo haber caído. Cumplió veintidós años esa madrugada. Sí, era tres años mayor que yo, pero siempre fui mucho más responsable. Más lógica. Si eso se podía. Luego de haberse sentado se lanzó hacia atrás y se acostó sobre el carro. Palmeó el techo invitandome a hacerle compañía.

—¡Ven! Súbete. — Balbuceó. —Bueno, espero que tengas dinero para pagar la multa que nos pondrán por romper el coche.—Guardé silencio y miré la marca de su tacón en el auto, entonces rectifiqué: —La otra multa por romper el coche. 

—¿Vas a dejarme sola aquí?—Sabes que no te dejaría...

—Ebria. Incomprendida. ¡Triste! —volvió a golpear el carro. Pensé que se rompería y mientras daba el discurso de incomprendida aproveché para quitarme los zapatos y subir junto a ella.

 —Ni aún siendo tan dramática. Tonta.—Me recosté a su lado sobre el techo. A estas horas las únicas personas que andaban en medio de la noche éramos nosotras.  

—¡No me empujes! 

—¡Ay, Lego! 

—Le-go. Me dices así desde que éramos niñas, ¿por qué lo haces? 

—Porque eres un rompecabezas. Tienes un montón de fichas extrañas regadas por ahí, y eso no está mal. Pero, aún después de todos estos años, tiendo a sentir que no te entiendo. 

—Tú eres la única que me entiende. 

—A veces no. 

—Porque no querías.

—No me hagas recordarte que hasta el día de hoy no te habías dignado a contestarme las llamadas, ni los mensajes.  Hace un año que no quedábamos para salir o hablar al menos. No me dejabas ir a verte y me bloqueaste de tu celular. No fue cuestión de no querer. Fue cuestión de que no me dejaste.  

Ana se hundió en el silencio. 

—¿No dirás nada? —Recibí una inyección de culpa directamente en la yugular, quizás debería guardarme para otro momento el dolor gestado por el destierro al que ella me sometió durante un año, sin aparentes motivos. –¿Ana?

—Ellos no son mis padres.

—¿Qué?—Me pregunto si ya ha comenzado a delirar, si acaso ingirió más alcohol del que pensaba. O si soy yo quien se ha pasado con las copas y estoy tan inmersa en los efectos de la bebida que empenzé a distorsionar los mensajes.—¿Qué? —Repetí. Me aseguraba de que ella me había escuchado, o en el peor de los casos, que yo había brindado algún tipo de reacción a lo que escuchaba. 

—Eso. No soy hija de los Bourelle. Me adoptaron, hace...muchos años. 

—Y, ¿no lo sabías? ¿Ellos no te habían dicho?

—No. Lo descubrí hace un año cuando supimos sobre la operación del riñón que mamá necesitaba. Me ofrecí para donarle uno de los míos. Ellos se alteraron. Se pusieron nerviosos y me dijeron que no. Que ya habría otra solución, hablaron de otros donantes. ¿Por qué yo no podría? Soy joven, estoy sana, ¿no?. 

—Entonces los cuestionaste. 

—¿Tengo cara de no haberlo hecho? Sus reacciones estuvieron fuera de lugar. 

—¿Y qué pasó?

—Dejé el tema sobre la mesa, al menos por ese día para que mamá no empeorara su salud de algún modo por culpa de una discusión. Pero días después me hice exámenes médicos de todo tipo, no había motivos reales para esperar a que alguien apareciera de repente a hacer la donación si yo podría, hasta que me dieron los resultados de las pruebas de ADN. 0% de compatibilidad con el señor y la señora Bourelle. Genéticamente hablando no tengo nada que ver con ellos.    

 Soy conciente de que en la mente de Ana se desataron todos los Titanes de la mitología cuando tuvieron al frente tales pruebas del engaño.

Comencé a imaginar cuántas explosiones pudieron haber detonado en el preciso momento en el que tuvo los resultados en sus manos.  Cuántos sentimientos se desbocaron y manifestaron sobre su curpo en forma de dolor físico, chirridos del subconsciente y el vacío. Comparé a quien pudo haber sido en aquel momento con la mujer del rostro sereno que aún permanecía recostada sobre el techo de mi auto, mirando estrellas a media noche; contándome aquello como si no le pesara a ella, pero sí  a otra persona muy diferente. Sentí ganas de abrazarla, decirle que todo estaría bien, que podía llorar conmigo si quisiera. Lo mismo de siempre. Pero me abstuve de manifestar mi intensión de consolarla pues a pesar de que yo a penas me enteraba de esos hechos, todo esto pasó hace un año. Uno en el que yo no estuve ahí para ella,  en el que Ana ya había pasado sola por el dolor, por el chirrido y se había golpeado, también sola contra el vacío. Un año en el que, de alguna manera impresionante, logró imponerse y doblegar a las emociones, y lo hizo de tal forma que no existieron expresiones recurrentes al enojo o la tristeza mientras hablaba.Ahora bien, ya inmersas en el asunto, mi vena más curiosa (la misma que estaba resentida) bombeó en mi sistema ganas frenéticas de esclarecerlo todo. Aquí y ahora. Por lo tanto no me hice esperar, la primera pregunta para Ana Bourelle, mi mejor amiga, mi hermana, mi ala derecha, fue: 

—¿Por eso me alejaste? 

—No. Fue por lo que vino después.

Había más. 

—No se los dije. Esa noche fui a cenar con ellos en la misma mesa en la que me habían brindado todo su amor durante años. Y agradecí por que fueran ellos los que estuvieran ahí, agradecí porque de no haber sido ellos no te hubiera conocido. Porque sabrá Dios en dónde o con quien habría acabado. Agradecí tanto....—Sus cuerdas vocales se enredaron unas con las otras en el interior de la garganta y un lago de conmoción se apoderó del verde en sus ojos. No supe a quién tenía al lado, era como si los pies ya se le habían destrozado lo suficiente y hubiera caído a un torbellino peligroso.  Estaba luchando: —...tanto hasta que me dolieron las rodillas de agradecer. Pero no fue suficiente. Sabes, soy de las personas que cuando hayan una cueva la oscuridad me asusta, pero la curiosidad es más fuerte y era mi derecho saber quiénes eran, ¿no crees?




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