"Éramos jóvenes, sin problemas.
No es que fuese divertido matarse recíprocamente"
A quien cuente su historia después de mí le daré solo una advertencia: al final ella muere y yo me quedo sola. Estacionamos junto al parque en el que jugábamos a las escondidas cuando éramos niñas. Nos subimos al techo de mi auto y ella estuvo a punto de caer al suelo. Ni sé por qué hicimos eso, pero el alcohol, la nostalgia y la soledad de la calle nos orilló a no pensarlo mucho. La haría pagarme después por los daños de la carrocería, ella era consciente, pero escogió restarle importancia a su deuda conmigo. Tarareó algo que encontró andando por el interior de su cabeza, resbaló y me molesté porque pudo haber caído de nuevo. Anna era tres años mayor que yo, aun así nuestra hermandad se mantuvo intacta en nuestros años de adolescencia. Luego de haberse sentado se lanzó hacia atrás y se acostó sobre el carro. Suspiré, mi carro era el que estaba rompiendo. Palmeó el techo invitándome a hacerle compañía, no me negué.
—¿Vas a dejarme sola aquí?
—Sabes que no te dejaría...
—¡Incomprendida! ¡Triste! —volvió a golpear el carro. Pensé que se rompería el techo y mientras daba el discurso de mujer rechazada aproveché para quitarme los zapatos y subir junto a ella. Ana cumplió veintidós años esa madrugada.
—No te recordaba tan dramática. Tonta. —Me recosté a su lado sobre el techo. A estas horas las únicas personas que andaban en medio de la noche éramos nosotras. Hacía frío.
—¡No me empujes!
—¡Ay, Lego, ya no me grites!
—Le-go —se quedó muda por un momento—. Me dices así desde que éramos niñas, ¿por qué?
—¿Recuerdas cuando te tragaste la pieza principal de uno de esos rompecabezas?
—Éramos demasiado pequeñas. Por poco me muero.
—Yo también. Y de adolescente eras muy...
—¿Muy?
—Problemática. Aún sigues dando problemas, no es que esté mal. Pero después de todos estos años tiendo a sentir que no te entiendo.
—Tú eres la única que me entiende, Sam.
—A veces no —nos dirigíamos a un terreno peligroso con esta conversación.
—Porque no quieres.
—Ana, no me hagas recordarte que hasta el día de hoy no te habías dignado a contestarme las llamadas, ni los mensajes —ni las súplicas, ni los llantos, ni las muestras de lealtad.
—No seas fatalista.
—Hace un año que no quedábamos para salir o hablar siquiera. No me dejabas ir a verte y me bloqueaste de tu celular —la miré, ella observaba al cielo— No fue cuestión de no querer. Fue cuestión de que tú no me dejaste.
Ana se hundió en el silencio.
—¿No dirás nada? —Recibí una inyección de culpa, directo a la yugular. Quizás debería guardarme para otro momento el dolor gestado por el destierro al que ella me sometió durante un año. O quizás esta era la hora de soltarlo todo, discutir y no volver a sacar el tema —¿Ana?— No contesta, cuando lo hace deseo que no lo hubiera hecho nunca. Hoy ruego para regresar el tiempo y que ella no contestara. Nada habría comenzado.
— No soy hija de los Bourelle. Me adoptaron hace... mucho tiempo.
—¿Qué? —Sorpresa en mis pupilas, como si no lo supiera de antemano.—¿Qué? —Repetí. Me aseguraba de mantener mi falsa y mis manos limpias, me aseguraba de que ella me había escuchado o que, en el peor de los casos, que yo había brindado algún tipo de reacción a lo que no tardó demasiado en desencadenarse. Esperar y esperar, sentir alivio. Desatarme con cuidado el nudo de la garganta. Era lo que había que hacer.
—Mamá tenía que hacerse una transfusión de sangre por su problema de salud, ya sabes. Me ofrecí para donarle toda la que hiciera falta y ellos se pusieron nerviosos, me dijeron que no y a partir de entonces me los encontraba diciéndose secretos en todos los rincones de la casa —¿Tan simple como eso?— Mamá tiene un tipo de sangre difícil de encontrar —lo sé— y alguno de nosotros podría hacer la espera más corta. Empezaron a buscar candidatos en Internet. ¿Puedes creerlo? —No respondí, los Bourelle también me habían criado, una vez, hace mucho— ¿Lo crees? ¡Buscaban desconocidos!, ¿por qué ellos sí y yo no? Soy joven, estoy sana, ¿no?— Sí, ella tenía un punto.
—Entonces...
—Dudé de todo.
—¿Y qué pasó?
—Tuve una crisis de celos. Luego de unos días me hice exámenes médicos de todo tipo porque no había motivos reales para esperar a que alguien apareciera a hacer una donación cuando nada me costaba a mí hacerlo —la observé, hacía pucheros, restos de celos estaban aún en sus expresiones. "Eres una niña aún" Pensé. —Me desilusioné cuando mi sangre y la de ella no fueron compatibles, ¡pero no pasaba nada! ¿No? —la voz le tembló— ¡Podría haber heredado la de papá! ¿No? —se limpió lágrimas invisibles— Hice pruebas y tampoco tenía la suya.
No sentí ganas de abrazarla, sentí ganas de abrazarme, porque juré que si mi piel llegara a chocarse contra la suya me volvería transparente y saldrían de mi boca cosas similares a "Yo lo sabía, no te lo dije." Anna Bourelle escogió caminar sola sin darme la opción de seguirla, ¿y qué hice? ¿Qué era esto? Ciento treinta y un llamadas diarias durante doce meses; trescientos mensajes de voz. Eran muestra de que nunca la dejé sola. Quién sabe si ella es consciente de mi conocimiento sobre el tema, si está probándome, si ya me odia o si aún puedo mantenerme las manos limpias a causa de mi cobardía. Podría decir "¡No puedo creerlo!" Y hacer el ridículo si ya lo sabe. Puedo también declarar: "¿Puedo decirte algo? Yo lo sé hace dos años" No me deja mi cordura y es por eso que dejo caer palabras que se adaptarán a cualquier explicación que yo dé más tarde. Miro los ojos cristalinos de mi hermana. Le digo:
—¿Por eso me alejaste?
Ella llora. Llora y se derrumba, y se limpia los mocos, las lágrimas y el maquillaje.
—No se los dije, no tuve el valor para eso. Cielos, Sam, agradecí que eran ellos los que estaban ahí conmigo, agradecí porque de no haber sido ellos no te hubiera conocido, porque sabrá Dios en dónde o con quién habría acabado de no ser porque ellos estaban ahí. Agradecí tanto...—Sus cuerdas vocales se enredaron unas con las otras en el interior de la garganta y un lago de conmoción se apoderó del verde en sus ojos. No supe a quién tenía al lado. Esto ya no era el pilar de roca que siempre estuvo conmigo. Anna se había transformado en grava inestable—...hasta que me dolieron las rodillas por rezar— su voz se cortó de súbito.