Marshellie

2

No es nunca fácil el camino de un ángel

derribado de la consagración impuesta.

                         (Gaetano Longo)

 

¿Eso era sangre? ¿De quién? ¿Mía? Es mía. Sí, reemplaza al maquillaje sobre mis mejillas. Arde. Las manos también me arden, todo el cuerpo me duele.  Debo salir de aquí. Hace calor, y también frío. La ventana está rota, sí, rota, ¿dónde están los vidrios? Puedo salir por ahí. Quiero aire, aquí solo hay humo y cosas boca abajo, y luces en mi cabeza, y gritos en mis recuerdos. ¿Gritos? ¿De quién, de dónde? No lo tengo claro. A penas me puedo mover, se me retuerce el estómago y su líquido carcome en mi garganta, pero se queda ahí.  Me arrastro fuera de la cabina del conductor a través de la ventana. Uno o dos trozos de vidrios me desgarran la piel del estómago que arde por el contacto Mi cerebro busca una salida de mi cabeza, me presiona el cráneo. Pero no debo parar. No quiero.  El vidrio se entierra en mi abdomen, deshace la piel y el dolor no me permite respirar. Aguanto como puedo las lágrimas y el esfuerzo es en vano. No siento mi pierna izquierda. Todo se ve tan oscuro, pero ya salí y ahora me arrastro hacia algún sitio donde no queden rastros del olor a gasolina derramada: a la carretera, odio la gasolina que se derrama. No me gusta cuando ese pitido sordo se instala en mi cerebro, me impide pensar. No me gusta la oscuridad de la carretera, me da miedo. Ana lo sabe, ella me entiende. Ana siempre me cuida. Escuché una explosión detrás de mi. El estruendo tuvo un impacto revelador, se sintió como abrir dos puertas, tras la primera, pantallazos de todo lo anterior me acuchillaron: Somos hermanas. ¿Hasta que la muerte nos separe? Sam, calma. Calma, calma. No te odio.  Tú eres la única que me entiende. La sangre llama. Y luego, hubo otra explosión.

(...)

Ana, eres el tipo de persona que dan ganas de odiar de vez en cuando. ¿Sabes? A veces quisiera gritarte, gritarte tanto, hasta rasparme la garganta. Porque haces locuras, porque no razonas, porque no llenas la jarra de agua cuando la gastas, porque a veces te aislas, porque hay veces, en las que aún cuando me abrazas, siento que no me quieres. Mientras yo te amo. Porque a veces no me escuchas, porque me abandonas. Te quiero gritar porque hay que odiarte de vez en cuando para sobrellevar a un alma implacable como la tuya.  Pero no te odio, siempre vas por la vida trayéndome de regreso los motivos que perdí para despertar al día siguiente, ¿hay algo que me impulse a seguir abriendo los ojos? Para ti ya no hay vida. Ni regreso. 

—Debemos reportar la muerte. ¿Señorita?¿Puede escucharme?

Sí. Debes reportar su muerte. Sí, también puedo escucharte. Pero no puedo responderte, ni asociarla a ella con ese estado. Así que haz lo que debas desde tu posición de médico, pues lo que yo necesitaba que pudieras hacer, divinamente, no se te permite. Así que ve y reporta. Yo me quedo junto a ella. Las noticias locales informaron sobre nuestro accidente. Ana llego viva al hospital más cercano al siniestro, pero no duró dos minutos ahí, su aliento se extinguió antes de que alguien pudiera atender sus heridas. Los médicos hablan demasiado, y yo no entiendo nada de lo que dicen. Desde mi asiento junto a la camilla en la que está la cáscara de carne que mantenía cautivo al aliento de vida en mi hermana pareciera que aún hay algo que salvar dentro de ella. Da la impresión de que en cualquier momento abrirá los ojos diciendo: "¡Mira, mira, estoy bien! Fue una broma" Quiero que esté bromeando, que al final de todo esto se levante y sonría. Quiero que vuelva a sonreír, ¿por qué es tan difícil? Mientras su cuerpo esté a mi alcance, hay esperanza de que despierte, ¿o no? ¿No es así como funciona?

—Señorita, mi equipo y yo debemos trasladar el cuerpo a la morgue para liberar la habitación—¿Entonces es verdad? ¿No va a despertar?

—Pueden darme unos minutos.—Los médicos se debaten, he tenido tiempo. Pero no el suficiente.—Solo unos minutos, por favor. 

Entonces me conceden esa brecha de tiempo que debe debatirse entre la aceptación y el despido.Corro las cortinas y me quedo a solas con ella. 

Parecería que intento no despertarla. Entonces me acurruco junto a la tibieza ignorante de su cuerpo, en el espacio que queda vacío sobre la cama. Ya no huele a ella, pero en verdad quiero creer que sí. Ya ella no está ahí, pero ojalá y lo estubiera. Así podría decirle "¿Recuerdas cuando dormíamos juntas en la casa del árbol?" Nos acomodábamos junto como ahora: Una buscando el calor de la otra...mientras alguna de las dos lo conserve todavía. 

—Dime que te vas a acordar, Ana. Dime que te vas a acordar de eso. 

Por supuesto, nunca lo dijo. Los médicos llegaron a buscarla. Vienen a alejarla de mí. 

—Señorita, ya debemos proceder. —Habló suave una de las enfermeras. Me reducí a negar. 

—Vamos, debe dejarlo ya. 

—No quiero.—Susurré.

Alguien me tomó del brazo con suavidad, pero a la vez demostró firmeza, querían sacarme de la camilla. ¿Qué ganaba con negarme?: Dolor, sí, ganaba la habilidad de demostrarle al que fuera que haya decidido su destino que yo seguía viva, que había olvidado llevarme a mí también. Me levanté y rápidamente la alejaron de mi vista donde ya no podría despertar. Sentí mis piernas mutar en humo. Quien sostenía mi brazo me guió a unos asientos de la sala de espera y me dejó autodestruirme en ellos. Comenzó a fluir la impotencia. El cielo y la tierra parecían haberse prendido en fuego, y mi raciocinio se diluía en su hoguera. Las voces se volvieron espectros lejanos. Logré arrastrar mi cordura hasta la pared más cercana, sobre el humo de mis pasos, sobre la línea de flotación que hacía de mis pies su carnicería. Y la golpeé, una, dos. Cuatro veces seguidas. Alguien intentó detenerme, pero ahora mismo, ¿qué más daba? Si romperme los huesos de la mano no compensaría el dolor de perder a Ana, es cierto. Pero me harán liberar la ira. Lo que no me había dañado el accidente lo haría la pared. Porque, ¿cuál es el sentido de llevarse a uno y no al otro? De golpear, rasguñar y despellejar a uno mientras el otro mira, ¿cuál es el sentido de eso? ¡Cuál es el maldito sentido! Me quebraría las manos, lo merezco por no haber conducido más rápido, por no haberla sacado primero a ella del coche antes de la explosión; mis nudillos comenzaron a arder; la parte que resivía los golpes se hizo púrpura. ¡Que se rompan! ¡A ver si te compensa! Cuando iba a golpear mi cabeza contra el muro alguien me alejó, puso sus manos alrededor de mi cuerpo y no me permitió seguir. Era un hombre. 




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