Marshellie

4

Soy una persona normal,

que todos los días hace una vida normal.

                             (Gaetano Longo)

 

—Claramente no tienes ni la menor idea de las cosas en las que Ana andaba metida, ¿cierto?
—¿Y por qué se supone que tú sí?
—¿Me dejarás explicarte? Ana fue una mujer inteligente, pero no muy astuta. Para resumir: encontró un buen trabajo, con un buen sueldo y metió la pata. 
—¿Puedes resumir más?
—Trabajaba para MaryLine Marshellie. 


Marshellie, ¿ese Marshellie?
 

—¿La agencia hotelera? 

 

—¡Ah, los conoces! 


—¿Quién no lo haría?


—Tienes razón,  quien no conozca ese nombre nació con una piedra en el cerebro, aunque decir que es sólo una agencia hotelera es infravalorar. Marshellie es una línea perfecta de negocios creada por Mery W. Marshellie hace años. Dicen que la muchacha escribió una nota a mano para luego enterrarla en el suelo sobre el que se levantó el edificio principal y el más glorioso de la empresa, supongo que para la familia esto es una especie de talismán sobre el que germinó su imperio de negocios ¡Pero claro! Nadie derribará un edificio buscando un papel, así que es una especie de leyenda. Para que entiendas: más que una empresa, es un legado familiar que se ha mantenido por varias generaciones y que, si me permites opinar al respecto...


—¿Por qué pareces fanatizado? Incluso las tazas en las que bebes té están hechas por ellos. Lo que me estás diciendo puedo buscarlo en cualquier plataforma virtual, no pierdas el hilo, ¿qué hacía Ana trabajando con ellos? ¿Cómo sabes tú que ella trabajaba ahí? ¿Quién eres?


—Rigor de contrabando. 


—Disculpa, ¿qué?


—Rigor de contrabando. 


—¿Eso qué es?


—Rigor de contrabando. ¿Qué no escuchas? Se encargaba de apuntar en un peplito cuantas armas, drogas y otras cosas contrabandeadas entraban y salían de provincia hasta las fronteras del país y más adelante, fuera del continente. Y le pagaban bien. 


—¿Otras cosas, qué otras cosas? ¿Cómo terminó ahí?


—¿Cómo terminó dónde, Sam?


—Trabajando en eso, como dices. 


—El salario, por el amor de Dios. 


—Ana no era así. 


—Dijiste que no se hablaron durante un año, ¿sabes qué hizo, cómo, cuándo y dónde? Y si con "así" te refieres a que no era una persona capaz de quedarse en un trabajo de cualquier índole por las ganancias, estarías quitándole su humanidad por completo. Todos somos de diversas formas al mismo tiemp: buenos, malos, agradecidos y no, independientes y no, aprovechados y honrados, presidentes y gente común. 


—Que ridículo.  


—No lo digo yo, lo dicen los papeles que documentan que Ana Bourelle trabajaba como directora de operaciones de los Marshellie, una tapadera total a su trabajo más importante. Y también porque yo lo digo, claro.

 

Podía ser más arrogante si deseaba.

 

—No estoy entendiendo nada. 


—¿No entiendes qué?


—¡Tú, Francis! Cómo se supone que sabes todo este tipo de cosas, hemos hablado mucho en las sesiones, es cierto, pero de dónde salió esto.


—¿Esto?


—¡Esto! Esos conocimientos sobre la vida personal de Ana. ¡Cómo conseguiste mis llaves! ¡Y... la conversación con Jons! ¿Cómo... cómo sabes qué fue lo que hablamos? 


—Tú solo créeme. 


—No has respondido.


—Créeme. 


—¿Por qué debería creerte?


—¿Por qué deberías no hacerlo?


—Porque sacaste copias de las llaves de mi departamento y por algún motivo pareces saber exactamente de que se trató mi conversación con Jons Sander. ¿Me has estado siguiendo? ¿Analizando? ¿Espiando? ¿Las tres? Debería denunciarte, ni siquiera has dicho algo coherente, ¿es algún tipo de prueba? ¿De qué va todo esto? Que si Ana, contrabando, los Marshellie. ¿Enserio? ¡Los Marshellie, por el amor de Dios! ¿Qué dices?
—Está bien, no me creas. 


—Exacto, no te creo. 


—Cálmate.


—No, quiero que te vayas. 


—Bien, sige acumulando culpa, Samantha. De todos modos, ¿no fuiste tú quien no reaccionó a tiempo cuando ella dijo que encendieras el auto?...

El pecho se me hundió en ese momento y sentí mis ojos escocer por la aproximación de las lágrimas, las horas sin dormir y el estrés. Lo miré fijamente con desaprobación haciéndole saber que estaba caminando en un terreno minado, pero él lo sabe, ha sido mi psiquiatra durante un tiempo lo suficientemente largo como para saber en dónde está.

—... Cuando dijo que hicieras silencio, cuando quería hablarte y decirte eso tan importante que necesitaba compartir contigo. Sí, tienes razón, es tu culpa por ser una mujer tan egoísta y solo buscar respuestas para ti cuando la persona que tanto dices haber querido se arrastró por el suelo para pedirte disculpas y tenerte con ella. ¿O no fue eso lo que me contaste en las sesiones? 


—No tienes derecho de decirme ese tipo de cosas. 


—Soy tu médico, tu psiquiatra, ¿o debo recordarte las condiciones en las que te dejaron los Bourelle en las puertas de mi consulta? 


—Ya basta.


—Deprimida, casi loca, sufriendo de insomnio, de terrores nocturnos. A penas comías algo...


—Es tu trabajo.


—...  con deseos de suicidarte, de hecho lo intentaste, dos veces. Tres. Tenías ataques psicóticos, ansiedad. 


—Es tu trabajo.


—¡Ocho meses, y la culpa todavía te muerde como un perro con rabia! ¡Sam, te estoy ofreciendo la oportunidad de esclarecerlo todo! De darle un sentido a esa teoría tan bien elaborada en la que has trabajado durante todo este tiempo, la oportunidad de sacar de tus hombros el peso de culpa que te atribuyes. Samantha, Jons Sander no estaba drogado cuando impactó contra ustedes. Estaba limpio, muy limpio, pero tú y yo sabemos perfectamente lo que se dijo, que estaba ahogado en LSD.




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