No ocurre todos los días
ser un ex trapo sucio.
(Gaetano Longo)
Ese día, la conversación con Francis alteró mis nervios, por lo que terminé tomando varias pastillas para el dolor de cabeza y quizás, también, tomé algunas para dormir.
Mi despertar en la mañana siguiente estuvo cargado de sorpresas emocionales. Por ejemplo: cuando llegó el día de una de las consultas, no ir fue un evento que se me antojó extraño, como si hubiese estado con él, allí, durante toda mi vida; me costó adaptarme al cambio.
Francis había desaparecido del mapa. Pero aún con sus palabras en mi cabeza, dos meses más tarde, intenté volver a visitar a Jons Sander. Solo que esta vez me prohibieron la entrada, alegando que ya no se le permitía recibir ninguna visita.
Así que ahora, alejada de todos los puntos de fuga a mi alcance, me obligué a debatir conmigo misma, durante horas de insomnio sobre la cama para organizar, de alguna forma, toda la hilera conspirativa que llevaba meses conformando.
Entonces fue cuando todo se volvió complejo, pues a medida que pasaba el tiempo mis recuerdos cambiaban un poco sus sonidos, colores y formas. Las palabras se modificaban y ya no estaba tan segura de que cosas habían salido de la boca de Jons Sander, y que otras habían sido puestas por mi imaginación para cubrir los espacios en blanco.
Por lo que, de forma transitoria, me adentré en la etapa de la frustración. Para ese punto ya me sentía sola y sin una ayuda a la que acudir cuando las sombras de los recuerdos regresaran por completo a mi cabeza. Debía admitir que la pasé mal durante dos semanas y media. A cada hora me hundí a mí misma en un poso que se iba agrandando con cada pensamiento negativo y estos terminaron por diluirse cuando los Bourelle llamaron a mi teléfono diciendo que conocían desde hace un tiempo sobre la finalización de mis sesiones con Francis, y que, además, les gustaría hablar conmigo. El tono de voz que utilizó Johan, después de tanto tiempo y tanto dolor cuyas espinas apunté en su dirección, parecía indicar una sola cosa: hacer las pases, volver a ellos; mi familia. No quise indagar en el por qué dejaron transcurrir dos meses, me siento sola, y podrían aliviarlo.
Agendamos una cita. Nos veríamos el próximo lunes en su casa, a las dos de la tarde. Mi corazón estuvo totalmente desbocado por la alegría tras colgar el teléfono, pues, cuando la emoción, las lágrimas y algo de moco de mi nariz se escurrieron por mi rostro, dije a traves de la línea telefónica: ¿Entonces aún me quieres?
Lorna tomó la llamada en ese momento y respondió: Siempre lo hemos hecho.
Ahora, sólo quedaba esperar, dejar pasar el tiempo; otra vez esperar y darle algunas vueltas al desastre en mi cabeza, para que ellos no vieran lo desordenada que aún permanecía. Tenía tres días antes del lunes para pensar mucho sobre Ana, sobre Jons, para pensar en Francis y sus palabras, sus cambios de actitud y sus argumentos, sobre todo en sus argumentos los cuales válidos o no, hicieron que lo quiera lejos.
Ahora debía cuestionarme sobre si realmente se trataba de un asesinato o de "dos jóvenes con poca suerte en una carretera oscura" y tras dialogar arduamente con la vocesilla confabuladora de mi cabeza, resolví conformarme a medias con lo que había: bajar un poco las aguas, dejar a Francis y sus criterios en su consulta, a Sander atado en su perrera. A Ana, a mi dulce Ana, en el centro de mi cabeza, sonriendo para todos y para sí misma, mientras yo solo esperé poder regresar a casa.
La esperanza de regresar con los Bourelle no hizo que lanzara por la borda todas las ideas acumuladas en estos últimos diez meses. Pero realmente estaba sola, y tras tanto tiempo confinada en mi cabeza, las nubes oscuras volvieron a acularse como lo hace el polvo sobre las mesas y el suelo, y debajo de las camas y a las afueras de mi departamento.
A la una y cuarenta minutos de la tarde del lunes, ya yo estaba dando vueltas frente a la casa de los Bourelle. Esperando impacientemente a que mi reloj de pulsera diera las dos de la tarde. Entonces hice resonar tres toques suaves, y tiritantes sobre la madera blanca. Escuché la puerta abrirse y junto a ella, los brazos de Lorna también se extendieron en mi dirección.
Lejos de sentir consuelo, fue como revivir la madrugada del accidente: cuando Ana, tras desterrarme de su vida, me quizo devolver al abrigo de sus brazos; alejé los recuerdos y esta vez, muy lejos de reclamar o pedir explicaciones egoístas que sólo me harían perder el tiempo, me permití respirar de la piel de mi segunda madre y sentir el cuerpo de la mujer que me abrazó cuando los brazos de aquella primera casa ya no estaban para hacerlo. Las manos me sudaban, pues el último día que mis pies estuvieron ahí, fueron para tropezar y caer de bruces contra el suelo y estos salieron de la casa convencidos de que ahí dentro se estaban matando los unos a los otros. Se me quedó un sabor amargo impregnado en la garganta por la vergüenza provocada al recordar aquello.
No obstante, Lorna Bourelle me guió hasta el interior de su casa, donde mi atención fue puesta, por primera vez, en la figura regordeta de Jullie. Quien tenía sus pequeñas manos sobre el rostro de Johan para jugar con él. La pequeña pelirroja que definitivamente no llegaba a medir un metro de altura, llevaba por ojos dos lagunas cristalinas, seguramente heredadas de su madre, Ana, que resplandecían al ritmo de su infantil sonrisa. Dichas aguas en cuanto me tuvieron en la mira, fueron capaces de enjuagar gran parte del despojo inmundo de emociones que me presionaban el pecho, justo antes de entrar en la casa. Johan vino hacia nosotras, y antes de dirigirme la primera palabra, dejó al cuerpo cálido de la niña en mis brazos. Entonces, después de tantos meses, logré sentir a través de ella que una parte de mi mejor amiga aún se encontraba conmigo.