Marshellie

6

Soy un loco que saborea una cálida camisa de fuerza.

Soy un Ángel caído y sin escala que vaga con alas rotas.

                               (Gaetano Longo)

 

Ana puede quedarse a comer hoy con nosotras. 


Su voz suave inundó la habitación. 


—¿Ana puede quedarse a dormir?— Esa era yo, una versión minúscula de lo que soy ahora, hablando hace mucho tiempo con mamá. 


—Tendría que convercer a sus padres, Sami, y creo que son demasiados permisos por un día. 


—¡Puedes hablar con ellos!


Me observó, trae puesto su delantal de flores mientras friega algunos platos en la cocina. Es tan alta... yo a penas superaba la altura de la meseta, pero un día yo iba a ser como mi mamá, también tendría su sonrisa.


—Lo voy a intentar. Pero sólo si prometes que comerás todo a la hora de la cena. —Dudé— Todo, Sam. Debes alimentarte o no dejaré que Ana se quede a dormir. —Aseveró. 


Acepté sus condiciones y me besó tiernamente en la mejilla.


 

—Sam. Samantha, despierta. 


Me atormentó un dolor agudo en el costado del cuello y llevé la mano hasta ahí, quizás lo causó la posición en la que dormía.


 

—¿Qué quieres? —Le susurré a Francis. No sabía que hacía él aquí y no me agradaba su presencia. Al detallarlo encontré una bolsa blanca en su mano izquierda: —¿Qué es eso,  un cadáver?


—Tu humor ha mejorado mucho. 


Le pedí que bajara el tono de su voz pues Jullie estaba dormida. 


—¿Qué quieres?— Repetí. Francis me observó,  encogió su hombros y dijo: 


—Traje comida.


—¿Para qué?


—Para mi. Solo venía por aquí a ver que tal estabas. Pero la verdad es que me dirigía a la morgue, me  encanta cenar sentado ahí, ¡nadie me pide comida en ese sitio! ¿Puedes creerlo?


 

Dejó la bolsa sobre el suelo mientras se ponía a escudriñar en la habitación del hospital; fue molesto, pero él no se detuvo hasta encontrar una silla idéntica a la mía, que luego colocó frente a mi, y en la que se sentó para continuar hablando.


 

—Además, no me veo en la obligación moral de ofrecer por cortesía. ¿Nunca te hablé de eso?—Dijo para culminar con su explicación.


Del envoltorio blanco sacó dos pequeños platos de pliestireno recubiertos en nailon transparente. También habían cubiertos, los cuales extendió hacia mi junto a uno de los platos. No fue mi culpa quedarme procesando la imágen y no reaccionar a su acto de caridad, realmente aún no sabía que buscan él y su insoportable optimismo, pero mi ánimo me impedía molestarme. Me encontraba exhausta, hambrienta, preocupada y muy, muy adolorida.
Comprendió que estaba siendo tomado como un raro, y al percibir mi rechazo giró la cabeza en mi dirección con un gesto autoritario,  aún registraba con su mano libre dentro de la bolsa cuando preguntó:


 

—¿Agua o refresco? 


—¿Agua?


—¿Me preguntas o me dices?


—¿Jodes o fastidias?


—Tu humor ha mejorado.


 

Optó por dejar el plato sobre mis piernas para no alargar la escena, y quizás para no molestarse. Por mi parte, no me atreví a desenvolver la que sea que haya traído.


 

—Es chilena.—Dijo— Pasé trabajo para conseguirla en donde vivimos. 


—Si la conseguiste por donde vivimos entonces no es chilena, es estadounidense. 


—Cómete eso. 


—No, ¿quieres matarme? ¿Qué estás haciendo aquí?


—Sam, como verás, llevas una semana sin ir a la escuela y para tu insípida suerte, soy el jefe de tu salón. Me toca averiguar acerca de tu estado físico y metal para evaluar este caso y justificar tus ausencias.


—Y eras el único disponible para eso, claro.  ¿No era más fácil llamar a mi teléfono y preguntar?


—¿Ibas a contestarme si lo hacía?


 

Me hundí en el silencio. ¿Lo haría realmente?


 

—Eso pensé. —Se contestó a sí mismo.


 

No dije nada más, pero tampoco comí, a pesar de que él sí lo hacía. El entierro de Lorna y Johan acabó con mis nervios y había recurrido nuevamente a las pastillas para dormir durante todo el día y luego regresar al hospital. Por otra parte, llevaba medio mes aquí, con Jullie confinada al silencio y sin más compañía que las conspiraciones de mi cabeza. Para variar un poco, Francis estaba otra vez  sentado frente a mi luego de una catástrofe que mutiló a mi  tranquilidad de nuevo. Siempre en pie con su actitud bonachona, su pésima actitud de héroe.


 

—¿Qué tiene? ¿No te gusta?— Indagó.


 

Aún inmersa en mis pensamientos, no contesté. Y tras buscar en mi interior todo lo relacionado a nuestra última discusión, sólo quería saber una cosa.


 

—Si no te gusta puedo pedirte una pizza o algo que sí disfrutes. Tú dime y yo...


—¿Qué haces aquí?


 

Francis paralizó todo intento de expresión facial que quisiera salir disparada de su rostro y acabar irremediablemente en el mío. Tardó en responder, me miraba como si cientos de respuestas estuvieran desfilando frente a sus ojos, como si luchase por escoger a una. Entonces de sus labios se escapó un intento de inocencia transmutado en una sonrisa pequeña que se reflejó en sus ojos:  


 

—Llevas tres días subsistiendo a base de agua. Si quieres cuidar debidamente a Jullie, debes alimentarte o no podrás quedarte con ella.— Nuevamente esa intromisión tan extraña, esa falta de ética y la sensación de familiaridad que tanto me acercó a mi psiquiatra cuando aún no era mi profesor de psicología. —No puedes enfermarte, ni dejar los estudios.


—No puedo asistir a la escuela ahora.  


—Debes resolver eso.




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