Sam:
Harry Phanton: era pediatra, según Francis. Desde mi pedazo de mundo él parecía acercarse a los cuarenta años, y aunque genuinamente inspiraba confianza, no escapó del acecho de mis observaciones analíticas cuando empezó a suministrarle sueros a Jullie. Ella, por otra parte, estalló de risa al ritmo de los saltos y los gestos descomedidos que Francis le estaba regalando.
Y yo estoy aquí: lucho para fusionarme con las paredes de esta casa, o con cualquier grupo de paredes de cualquier sitio. No tolero imaginar que Jullie llegará a odiarme por este sorbo de negligencia que tomé la libertad de ingerir. Los veía a los tres en una escena absolutamente discordante, mientras ellos eran un círculo de risas, yo me hundía en el mueble que me estaba sosteniendo y pensaba en como tendría las agallas necesarias para continuar luchando por ella. Cada carcajada suya era tan hermosa que la parte más cruel de mi salió a interrogarme y a esperar que admitiera, a punta de espada, todo lo que había hecho mal con ella. Francis dejó de darme la espalda, y me gustaría pensar que desde el trono de felicidad en el que se sentaba se apiadó un poco de mi existencia. Tomó a Jullie en sus brazos, Harry lo ayudó a transportar las bolsas de los sueros sin que las agujas que se incertaban en el brazo de ella terminaran lastimádola. Sus manos blancas se aferraban a Francis como si su vida dependiera de él y al acercar el cuerpo tiritante de ella al mío, la garganta se me llenó de impotencia: el miedo a hacerle daño me impidió sostenterla; por miedo al daño, ella, se reusó a mirarme.
Para este punto mi cabeza me torturaba con ácidas emociones y en mi garganta había una masa sólida que me dificultaba el habla, todo empeoró con la segunda negativa de Jullie a estar conmigo. Ahora cada intento por quererla tenía tatuado al frecaso y si seguía cerca de ella solo terminaría ahogandola junto a mi en el pantano de lamentaciones que yo misma había formado.
Francis susurró algo en su oído, y sea lo que haya sido, los patrones melancólicos del rostro de Jullie se transformaron en una lámina ilegible. Su mirada fija y confundida quedó anclada a mi cuerpo y se negaba a dejarme ir. Para mi sorpresa, ahora ella quería tocarme, me quedé tan rígida sobre el mueble que de no ser por el patrón intermitente de mi respiración podrían haberme confundido con una estatua. Francis dejó caer el peso de su pecho sobre una de sus manos, permitiéndole una cercanía más íntima conmigo, su rostro quedó a la misma altura de mi culpa y sus preciosos ojos quedaron en el camino exacto entre mis dudas y mi alma.
Por otra incontable vez las lágrimas rompieron fuente sobre mi piel y parieron una serie de emociones tan confusas como un laberinto. Las manos de Jullie acunaron mis mejillas, unieron mi frente a la de ella y le permitieron dejar un cálido beso entre mis cejas. Todo esto decantó en un abrazo punzante; se aferró a mi cuello y yo a la ilera de emociones que me surcaba por el pecho al estar tan cerca de ella.
...
Francis:
Ahora bien, esta no es la historia de mi redención. Me encargaré de salvarte de esta idea errónea: del escenario en el que Sam deja de automedicarse, de la imágenes en la que ella abandona sus pensamientos intrusivos, sus impulsos y las paranoias que aseguro, no la dejan descansar todavía. Olvídate de ese mundo paralelo en el que la señorita Giovanni se transforma en la madre perfecta para Jullie. En serio, déjame recordarte como funcionará su cabeza a partir de ahora: todo lo que no sea Ana está absolutamente fuera de su atención e importancia. Eso, para mi, es absolutamente bueno. Jullie se duerme en sus brazos, Sam llora en silencio y seguro que piensa en Ana. Siempre lo hace, siempre es ella, a todas horas del día, cada segundo de su existencia. Estamos en una situación de la que puedo sacar provecho, una situación en la que podría presionarla lo suficiente como para que acepte ser la mujer que busco en ella. En situaciones como esta puedo guiarla, y para lograrlo solo debo actuar con suspicacia, debo romperla un poco más de lo que está.
Harry sabe lo que debe hacer ahora, hablamos mucho sobre esto. Proyectamos situaciones, conversaciones y momentos, pero nada habría salido tan perfecto como que ella misma causara el escenario ideal para que el laberinto de planes que tengo enmarañado en la cabeza se desenvuelva con naturalidad. Sam se arrastró hacia la trampa sola y nadie puede culparme de su enorme incapacidad para no haberse dado cuenta de ello.
Harry me mira y sé que está consciente de que ahora debe suceder. Se dirige a la cocina y veo que regresa con un vaso de agua para Samantha, quien no le ha quitado la vista de encima al médico mientras atendía a Jullie. Me pregunto, ¿qué gesto de empatía no va a desatar una conversación entre dos extraños? Harry siempre ha sido Harry: capaz de caerle como un dulce hasta a la serpiente más ponzoñosa, ¿qué quedará para ella, que más que serpiente, es un ratón asustado? Por eso he querido dejar esto en las manos de él.
—¿Necesitas algo?
"Responsabilidad afectiva" es lo que pienso que ella necesita. Pero Sam prefiere negar. Harry suspira con aire de "Qué situación tan difícil" me observa y finjo demencia, me hago el indiferente para que el ambiente no se torne extraño para ella. Otra vez sus miradas se cruzan y cuando lo hacen me cercioro de que Harry no se salga del papel que debe asumir, porque lo conozco: es mi amigo, no tiene límites y de una manera u otra, antes mis ojos Sam es una niña a la que no quiero facilitarle esos intereses.
—¿Eres la chica que vivía con los Bourelle antes del accidente?—Harry es persistente y en si voz se nota un tono decadente que quiere decir "Pobre, te has quedado sola"
Ella se exalta, abre los ojos y por ellos se le cuela el nerviosismo. Ahora me mira como si gritara: ¿Pero qué es lo que has dicho? No me alteró por eso, la conozco y le respondo: "Tranquila. Es un hombre de confianza" No está conforme, pero al menos le estamos provocando reacciones reales. Significa que no está en shock y que toda su atención ahora nos pertenece. Veo como Harry deja caer su cabeza y mira hacia el suelo, puedo discernir como se le va formando una sonrisa, una sonrisa triste, actuada, tan perfecta que juraría que es cierta y luego de fingir divagar en un recuerdo antiguo, luego afirma: