Una vez nos percatamos
de que la tierra es bella
y no podíamos dividirla con todos
alguna guerra entre nosotros
podía incluso funcionar
(Gaetano Longo)
Sam:
Tenía frente a mi a la figura imponente de Jons Sander, a sus ojos de loco, registrando cada uno de mis tics nerviosos. Porque sí, a esa hora se me pegaron nervios paganos en el cuerpo, nervios que no respondían a ningún argumento ni creencia existente. Estaba sobre mi la inquitud de quien sabe que se encuentra en el lugar del cervatillo y no en el del cazador armado e implacable; eso era yo frente a Sander: una presa liviana a pesar de ser claro cual de los dos traía puestas las esposas.
Por otra parte Jons parecía resignarse a la idea de volver a verme frente a él en la misma habitación húmeda, otra vez separados por una mesa rígida y unidos porque yo decidí creer que alguien dentro de su mente retorcida buscaba ver a Ana Bourelle transformada en una masa de carne sin conciencia. Juntó sus manos sobre la mesa, respiró profundamente y aceptó, quizás, que esta vez debía decirme algo.
—Dime, ahora te escucho.
—¿Qué le pasó a mi familia?
—No lo sé, quizás simplemente nacieron
—Sander, por favor, sabes que tenemos poco tiempo y no me gusta la idea de regresar a este sitio.
—Entonces, ¿para qué viniste si en primer lugar no estás dispuesta a volver? No creo que quieras lo que estás buscando si no logras regresar una segunda vez a conseguirlo. — Escupió de su garganta una burla escandalosa que duró unos segundos retumbando en el aire; o se estaba enorgulleciendo de sus palabras o era capaz de leer mi insatisfacción.
Comprendí que esto sería difícil. Realmente difícil. Ahora entendía que Jons era un hombre caprichoso con vestigios de astucia iluminandole el rostro. O en el peor de los casos: un hombre astuto que mantenía sus caprichos a flor de piel. Estaba entrando en un juego infinito de burlas que mis nervios no resistirían a largo plazo. Sander tenía que hablar conmigo, y debía hacerlo ahora.
—Por favor... — Se me veía desesperada y ese estado crecía dentro de mi pecho. Otra vez, como si regresáramos al primer día que vine, él dejó todo el peso de su cuerpo sobre sus brazos y se dejó caer hacia adelante. Poniendo su cara frente a la mía. Sus ojos de tigre cazando a la mirada del ciervo.
—Comencemos. Tú preguntas, yo respondo. —Susurró como si habláramos de un juego en el que ambos salíamos ganando. Y ahora que lo pienso, ¿ambos salíamos ganando? Y en todo caso, ¿ganando qué? ¿Ganando cuándo? ¿Qué trato había hecho Francis para que yo pudiera entrar a verlo luego de haber intentado entrar aquí varias veces y obtener un fracaso en cada ocación? No podía perder esto, Jons parecía haber entrado en razón. Comencé:
—¿Por qué provocaste el accidente en el que murió Ana?
Sander sonrió.
—Me pagaron. —No quiero describir mis pensamientos ni mis emociones luego de escuchar eso.
—¿Te pagaron para qué?
—Para golpear un auto y sacarlo de la carretera a una hora y una fecha específica. —Dijo con una simpleza absurda. Como si hablara de sacar a pasear a un perro.
—Eso no tiene sentido. Podrías haberte muerto tú también, ¿de qué valía que te pagaran?
—Hay algunas cosas que no tienen una respuesta.
—Hay algunas cosas que no...
Esto no estaba llegando a ninguna parte. Sus respuestas eran solo confirmaciones de mis pensamientos, hasta ahora nada nuevo se asomaba entre las rejas de este sitio.
—No. Me pagaron para chocar un auto, no para saber quién me ponía el dinero en mi cuenta ni a quién iba a matar. Menos para pensar en si quería o no morirme en el acto.
—Nada de esto tiene sentido.
—¡Tienes razón! Esa suma descomunal por entregar un cuerpo no tiene ningún sentido.
Mi cabeza me decía que estaba a punto de conocer el precio que le habían puesto a la cabeza de mi mejor amiga. Mi voz temblaba cuando pregunté:
—¿Cuánto dinero te prometieron?
—Dos millones.
—¿Dos millones de dólares?
—Exactamente.
Me hundí parcialmente en mis pensamientos buscando la forma de organizar las fichas. Nuevas preguntas surgían para mi: ¿Quién pagaría tanto? ¿Por qué lo harían? Y, Ana, ¿por qué eras tan importante? ¿Qué era lo que estabas haciendo? Rigor de contrabando. Dijo la voz de Francis desde algún rincón de mi cabeza.
—Yo soy el matón, no el jefe. —Si él no era el jefe entonces debía encontrarlo.
—No te creo nada. ¿Por qué razón aceptarías dos millones por una misión suicida?
—Los necesitaba, y el motivo no te interesa.
—Cielos.
—¿Qué sucede?
—¿Qué sucede? Que he venido a perder el tiempo contigo.
—Si de algo te sirve, puede escuchar que Adan Marshellie está involucrado en esto hasta el fondo.
—¿Eso de quién lo escuchaste?
Jons parecía apenado por sus respuestas, se encogió ligeramente de hombros y dijo:
—No lo sé.
—Y se supone que te crea.
—Eras tú quien quería venir y "sacarme información", yo podría estar durmiendo.
—O siendo azotado— si él escuchó eso fingió a la perfección que no había entendido—, ¿y al menos sabes quién es este Adan Marshellie?
—Por el apellido deberías saberlo, es el hijo del dueño de estas grandes empresas que están últimamente en todas partes.
—MaryLine Marshellie.
—Esas.
—¿Y eso de qué me sirve?
—Tú sabrás. Adan es importante. Solo digo, escuché ese nombre varias veces.
—¡Pero de qué fuente! ¡En dónde!
—Oye, no conozco a quienes me contrataron.
—¡Entonces nada de esto me sirve!