Soy una persona normal
Que ha tenido ardientes discusiones
Incluso con Dios.
Porque las nuestras son relaciones de familia.
(Gaetano Longo)
Ana Bourelle (18 de marzo de 2015):
Entre una vida y la otra, estoy viva de milagro; y me gustaría decirle a mi hija que la escogí a ella. Que escogí la vida, pero estoy tan cansada. Escogí la vida, y aun así me siento atrapada dentro de mi cuerpo; inmóvil dentro de un túnel, y sola. No sirve de mucho pensar en lo que pude haber hecho cuando desperté en la morgue, en lo que pude haber dicho o cuanto pude haber gritado mientras aun había alguien que me escuchara.
Y ahora estoy en la caja, dentro de ella, y para comprobarlo me esfuerzo en golpearla hasta que las manos me ardan, por si corro con la suerte de que algún alma rastrera me escuche y me sirva de ayuda. Golpeo la tapa, y la tapa no cede. El calor también aumenta y cada minuto es tan desesperante que quisiera que todo acabase de una sola vez para no sentir que me ahogo aquí. Pero he apostado por la vida, he escogido vivir, y podría gritarlo para que alguien, vivo o muerto, se diera cuenta de que no mentía:
— ¡Ayuda!
Podría golpear mi sepulcro hasta romperme un poco las manos y rogarle a alguien:
— ¡Por favor… que alguien me saque de aquí!
También podía pedirle a algún ángel de la guarda o al mismo Dios que si no va a sacarme con vida, entonces que se apiade un poco, que si pasa que sea rápido, que si hay un túnel que no me de miedo andar por él y que la muerte no me duela tanto. Aquí abajo era válido llorar y perder la cuenta de las veces que había rasguñado la madera, las veces que había gritado hasta que se me secó la garganta. Hasta que se agotó el oxígeno y empecé a ver como media vida pasó ante mi rostro. Una vida que no había pedido pero que ya no iba a arreglar.
Quiero abrazar a Johan y Lorna para agradecerles por todo el tiempo que perdieron conmigo. Por todo ese amor que debieron haber puesto sobre alguien capaz de devolvérselo sin que le supusiera un peso. Por todo lo que no les di y por ser un cuervo para ese matrimonio que quiso hacerme parte de su familia. Quiero romper este sitio y seguir gritando, para que alguien le pueda decir a Jullie que su mamá sí intentó regresar con ella. Me gustaría que todos estén conmigo; o mejor, yo con ellos. Pero lo cierto es que estaré aquí abajo pudriéndome, sola hasta que alguien necesite este sitio. Mis pulmones se secan, ya no hay especio para otro pensamiento que no sea: feliz cumpleaños, Ana, esto te lo ganaste.
…
Samantha (Milán, 8 meses más tarde) :
Desperté en medio de toda la oscuridad; con la garganta seca, con el calor y el miedo abrazándome los huesos. En medio de la confusión, los mareos que sentía y la sensación de estar atrapada dentro de un sitio diminuto en el que apenas podía respirar. Me abrumó un sonido. Vino acompañado de luces azules que iluminaron el espacio. Era un teléfono sonando junto a mí, lo sostuve y entendí que cada vez me encontraba más confundida en cuanto a mi situación y más clara dentro de mi cabeza, a medida que la sensación de estar flotando decaía. Fue entonces que tropecé contra la realidad: esto era un ataúd y yo estaba dentro. Miré el teléfono extraño y antes de contestar la llamada entrante que iluminaba la pantalla, tomé un segundo para observar en donde estaba. No pude creerlo, pero tampoco pude moverme, ni romper las paredes de este sitio.
No había salidas cerca y como un extraño recurso de supervivencia, contesté el celular con una marcada desesperación en mi voz:
— ¡Qué demonios…!—grité.
—Calma. ¿Un mal sueño?— era la voz de Francis.
— ¿Qué?
—Supongo que recién despiertas, y no muy feliz. —no digo nada, busco sincronizar el ritmo de mi pecho con mis pensamientos y esperar a que la pesadilla se disuelva.
—¿Dónde estás?—le pregunto, pues suele irrumpir ruidosamente en mi cuarto para despertarme. Esta es la primera vez que me llama al teléfono y tampoco es que sea un comportamiento normal; la gente no suele despertar a la gente. Le llamo empatía. Las taquicardias disminuían, la habitación tomaba forma, colores y texturas. Ya no estaba sepultada, había regresado a Milán desde el fondo de mi subconsciencia.
—En tu casa, María. —se burló.
—Entonces para que me llamas al teléfono si estás a un par de metros de mí.
—No entraré a la habitación de mi hija adolescente sin su consentimiento.
—No soy una adolescente.
—¡Cierto!— la puerta de cuarto de abre de golpe, Francis entra por ella, sin antes pedir permiso. Veo su teléfono junto a su oreja con la llamada que tenía conmigo aun en curso. Está genuinamente emocionado y desde algún sitio profundo de su torpe alma, irradia energía positiva. No todo lo que viene de él suele ser bueno. Me sonríe y grita oraciones enteras en italiano, entiendo a medias lo que dice. Me aturde tanto escándalo. Francis corre las cortinas, la luz del sol entra sin delicadezas en la habitación, me quema los ojos. Todo es brusco y un poco premeditado, es la esencia de él apoderándose otra vez del sitio. Me envuelvo en las sabanas y me cubro la cabeza con la almohada, mientras, mi ahora padre adoptivo entona canciones con una marcada desafinación.
—No estás desnuda, ¿o sí?
—¿Por cuál razón yo estaría des…?
—¡Presto!
No terminé la frase. Arrancó las sabanas y la almohada de mi cabeza mientras gritaba el equivalente en italiano a «rápido» en su máxima entonación. Lo observé, ya molesta por tanto movimiento mañanero luego de una cita poco agradable con mi subconsciente, pero él pasa de lado de mi cara arrugada y en su lugar pone una ropa nueva justo frente a mi rostro. Tan cerca que apenas puedo distinguir el material de la tela.
—¿No te gusta?
—Si me dejaras verlo…
—Es de tu talla.