Elizabeth cerró la puerta de su oficina y nos quedamos solas para debatir los últimos puntos de mi contrato, tomó asiento e hice lo mismo.
—Quiero ser breve, has trabajado ya con otros niños, ¿cierto?
—Así es.
—¿En qué rango de edades?—apuntó lo que dije en la computadora de su escritorio.
—Entre los diez y los diecisiete. Estas preguntas ya las respondí en la primera entrevista.
—Sí, pero Adán quiere que tome notas personales. Escucha, supongo que ya está consiente de todo el tema legal, aquí las cosas son poco diferentes, entiendes: nada que dañe la salud mental o física del paciente más de lo que probablemente ya está, etcétera, etcétera.
—Entiendo.
—María,—es impresionante la velocidad con la que dejó los formalismos— pareces ser una mujer prudente. Por tanto al menos espero que seas sensata en cuanto al niño. No te conozco, no sé en realidad qué tan profesional seas y no te ofendas, pero pareces demasiado joven para el currículum que entregaste. El trabajo ya es tuyo, o al menos tienes un mes asegurado y la respuesta que le diste a Adán cuando te preguntó el por qué querías trabajar con un Marshellie le gustó muchísimo.
—¿De verdad?
—Llevo unos años en este proceso y no sabes cuanta adulación falsa hemos oído. Así que si esa es tu filosofía al trabajar, puede que tengas más de un mes asegurado. Esta conversación es extraoficial y no te estoy diciendo que seas a quien tanto hemos buscado, pero puede que esas primeras tres sesiones con Adán vigilándote te pongan nerviosa. Más de lo que estabas hoy.
—Sí, me tomaron por sorpresa.
—Era la idea. Este es el contrato y las dos copias, ¿podrías firmarlas?
—¿Dos?
—Por seguridad, una la tendré yo, otra te la llevaras a casa y la tercera se queda en la empresa, ¿tienes alguna pregunta?
—¿Por qué firmo un contrato si es un mes de prueba?¿Este es definitivo o alguna anticipación, firmaré otro al pasar el mes?
—Este es el contrato definitivo, si te quedas no hay necesidad de seguir haciendo documentos y si te vas se botan o se archivan. Estarás un mes de prueba, extraoficialmente, mientras necesitamos saber a quién culpar en caso de que algo le suceda al niño mientras esté bajo tu cuidado.
—Ah…
—No te asustes, si ya lo leíste cuando te lo enviamos entonces sabes que puedes irte cuando quieras, si el trabajo no te gusta o algún aspecto de tu ambiente laboral te incomoda o te causa alguna duda, te pido de favor que lo hables conmigo o con Adán antes de tomar una decisión precipitada. La idea es hacer todo el proceso lo más estable para Erick, él ha visto demasiadas caras en un tiempo reducido y no ha sido saludable para él.
—Entiendo.
—Dentro de esta carpeta están todos los análisis anteriores y los registros, resúmenes, todo lo que podrías necesitar para las consultas.—miré la carpeta verde, era gruesa.
—¿Cuándo es la primera sesión?
—Está programada para mañana.— dijo con vergüenza—Es la primera, puedo darte unos días más para que puedas estudiar el caso…—la voz de Elizabeth titubeaba, comprendí que darme unos días más requería una conversación con Adán. No quise demorar las cosas, de todos modos, nada en mi vida personal me evitaba empezar mañana.
—No te preocupes. Puedo empezar mañana.
—¿De verdad?
—Sí, la hora…
—A las cuatro, te parece bien.
—Me parece perfecto. ¿Es todo?
—Sí. Es todo por hoy, ¿quieres que llame a un taxi para ti?
—No te preocupes. Mañana a las cuatro.
Al levantarme estreché su mano, tomé mi copia del contrato y me fui. Eran casi las cuatro, llegaría a casa con la única intención de estudiarme a fondo todo el caso de Erick para ir mañana con una base, o al menos para que Adán Marshellie notara el interés de mi parte. Hice señas a la salida de la empresa para tomar un taxi. Me subí a uno y ya dentro le escribí un mensaje a Clarisse sobre nada en específico, solo quería saber qué habría esta noche para cenar.
—Disculpe, este no es el camino que le indiqué.
—Es un atajo, señorita, a esta hora suele haber tráfico. —el corazón comenzó a latirme con fuerza, todas las enseñanzas de Francis sobre este sitio retornaron a mí. La primera:
—No hay atajos hasta mi casa.
—Es una pena.
—¿Disculpe?
El conductor giró en una calle, la velocidad con la que lo hizo me lanzó hacia el asiento. Sentí el miedo, comencé a buscar mi teléfono para llamar a Francis pero antes de encontrarlo el auto se detuvo en un callejón y de ambos lados las puertas se abrieron. Dos hombres forcejearon conmigo hasta que me sacaron a rastras del taxi.
—¡Auxilio! Ayuda…—grité y cuando me lo impidieron comencé a patearlos y a revolverme. Algunos golpes los alcanzaron, pero sin dudas, eras más fuertes que yo. Cuando menos lo pensé me empujaron dentro de una camioneta que también estaba estacionada en ese sitio.
Me lancé a golpear la puerta que cerraron y a gritarles.
—¿Puedes dejar de hacer eso?
—¿Qué?—los Marshellie me habían descubierto. Estaba segura al cien por ciento.
—Que si puedes dejar de hacer eso, es de mala educación.
—¡No tengo nada de valor, se lo juro! Me está confundiendo con otra persona, puedo asegurarlo…
—Tranquila, tranquila.
—… no he hecho nada malo, maldita sea, no pretendía hacerle daño a ninguno.
—Cálmate, Samantha.
El hombre que estaba sentado tranquilamente mientras yo moría de estrés me había llamado por mi nombre, no María, Samantha. El juego se había acabado justo aquí.
—No he hecho nada malo… no he hecho nada.—tendría un ataque si continuaba de esa forma. Comenzaba a sentir incapacidad para respirar y estaba hiperventilando.
—Escúchame, ¿entiendes bien todo lo que digo? ¿No se te dificulta comprender el idioma?—Negué con la cabeza.— Bien, puedes sentarte frente a mí, no voy a hacerte daño.—Tengo un mecanismo de defensa cuando estas cosas suceden: escuchar y obedecer. Todo suele terminar más rápido cuando hago eso. Me senté frente a él, ese hombre; cabello negro, figura esbelta, ojos oscuros… —Supongo que podemos conversar con calma.—… voz tranquila. Respiré profundamente; escuchar y obedecer. Siempre, todo termina más rápido.