Me visto sin problemas. Sé perfectamente a dónde voy, pero mi mente tal vez no lo ha entendido aún. Está en blanco, así que no es difícil explicar cómo me siento.
Mi Versace negro y mis Louis V. lucen perfectos. Son… eran los favoritos de mi Steff. Camino con la mirada perdida en cada pared hasta que me topo con todos en la sala. Todos visten trajes, corbatas y vestidos negros. Los miro y ellos sonríen, compasivos.
Ignoro a cualquiera que quiera abrazarme o consolarme. Quiero mantenerme fuerte. Tomo de la mano a Freddie y, de repente, Natali ataja mi otra mano. Somos los primeros en subir al ascensor. Al llegar al lobby esperamos al resto. El equipo de seguridad de Gaga nos espera; Ed abre una sombrilla para nosotras mientras Freddie abre la suya. No digo nada, solo camino. No tenía ni la menor idea de que llovía. El día también está triste; el cielo llora por su partida, al igual que todos los que la amamos.
Me detengo por un momento en la acera y observo un sinfín de personas. Algunos visten de traje; algunos son coloridos, otros van de negro, y algunos más usan sus disfraces. Algunos se ven exactamente como lucía ella. Pero hay algo en lo que todos concuerdan: una cinta con brillos atada al brazo derecho y muchas, pero muchas lágrimas en los ojos.
Al verme inmóvil, Natali me hace caminar hacia los coches. Los tres subimos al mismo y emprendemos un largo viaje. Avanzamos lentamente, mientras miles de coches y fans nos siguen de cerca. Si me detengo a detallar, puedo verlos a los lados y por detrás del coche.
Acaricio la ventana al ver a una de las chicas llorar del brazo de la que parece ser su novia. Ambas están disfrazadas. Usan los trajes de su última gira; de la gira que acabó con ella.
—Steff… —susurro muy bajo. Pero supongo que me escuchan. Natali deja reposar una de sus manos en mi pierna y recuesta su cabeza en mi hombro. Eso hace que mi mente reaccione. Todo se vuelve una locura en mi interior y solo trago saliva repetidas veces.
Luego de andar por ahí algún tiempo, una carroza fúnebre se une a nosotros. De la nada aparecen miles de flores. Todos los fans sostienen sus propios ramos. Los miro, desesperada. Es inminente lo que va a suceder.
Abro la puerta y hago que Ed se detenga en seco. Empujo a todo el que se interpone entre esa carroza y yo. Corro como una loca. No hay lluvia o zapatos altos que me detengan, hasta que por fin llego al coche y le doy golpes al vidrio.
—¡Deténganse! ¡DETÉNGANSE! Deténganse, por favor… A ella no le gusta estar sola. ¡NO LE GUSTA! ¡SÁQUENLA DE AHÍ!
Mi corazón vuelve a bombardearme, haciendo que me desespere y golpee aún más fuerte el vidrio. Un par de chicos me detienen mientras el hombre que conduce abre la puerta, y un gran ventarrón arranca la cinta con su nombre.
—Tar… ¿estás bien? —Freddie.
—Fred, diles que la saquen de ese coche. Tú sabes que no le gusta estar sola… ¡Sáquenla de ahí, por favor! —digo en medio de lágrimas y sollozos ahogados.
—Está bien, señores. Bájenla —dice Troy al traer con él a un par de hombres más—. Nosotros la llevamos desde aquí.
Terminan de abrir la puerta y veo el féretro negro con terminaciones doradas. Lo observo mientras mi corazón es estrujado con la fuerza de mil hombres.
—Vuelve al coche, cariño. Yo me hago cargo, ¿ok? —Freddie.
—No, Fred… yo… yo quiero estar cerca de ella.
—Tara, regresemos, por favor… —dice, envuelta en lágrimas, Natali.
Pero nada podrá hacer que cambie de opinión.
De la nada, alguien deja su abrigo sobre mis hombros y, encima, un cobertor. Natali me abraza y volvemos a avanzar. Siempre al lado del féretro. En el camino, cada uno de los integrantes de la Haus y nuestras familias se unen a mí. Todos caminamos al pie de nuestra Stefani. Juntos hasta el final.