Los últimos dos días los he pasado totalmente ebria. Hay infinidad de botellas vacías a mis pies. Bebo desde el amanecer hasta el anochecer y, tal vez, no esté bien, pero… ¿qué lo está?
Tal vez el mundo entero siga, pero mi vida siempre seguirá aquí. Justo en el punto en el que la pierdo; en el punto en el que no puedo superarlo.
Tomo un gran sorbo de whisky y me pongo de pie. El mundo me da vueltas y siento cómo pierdo el equilibrio. Me sostengo de uno de los sofás y espero hasta que todo vuelve a su lugar.
Voy directamente al baño. La decisión está tomada y no habrá vuelta atrás. Hoy será el día en el que mis heridas sanen; el día en el que dejan de sangrar.
“Todo será como si nada hubiese sucedido” —me digo a mí misma.
Llego a la habitación y voy directo al baño. Enciendo la luz y me recuesto en el umbral de la puerta. Puedo ver claramente mi objetivo desde la puerta. Sonrío… o al menos mi dolor lo hace.
Me acerco a la tina y abro ambos grifos. Me saco la playera y me siento en el borde de la tina, tratando de mantenerme despierta. Sonrío sin parar. Lo hago porque sé que todo habrá acabado muy pronto.
Cuando la tina por fin está llena, me lanzo sobre el tocador. Abro todos los frascos de mis medicamentos. Todos ellos contienen drogas que, en exceso, pueden ser fatales. Soy consciente de eso; demasiado para ser cierto.
Abro el cajón y encuentro las suyas: las que le han enviado para calmar el dolor en su cadera. Las riego todas sobre el tocador y las divido a la mitad. Sin pensarlo, trago la primera parte y llevo la otra parte conmigo a la tina.
Mi vista se nubla al paso de solo unos segundos. Y justo cuando creo no poder soportar más, tomo la otra parte.
Sé qué es lo que viene ahora y no pienso hacer nada para detenerlo. Esta es la cura a mi enfermedad. Es todo lo que deseo.
Pero igual no dejo de pensar en lo que sucederá; en cómo lo tomarán nuestras familias. Ambas habrán perdido a sus hijas. Pero no me importa.
Lo sé: soy una maldita egoísta, pero solo quiero sanar mi dolor. Solo quiero comprobar que hay un lugar más allá de esta cruel realidad. Tal vez, en ese más allá, por fin podremos ser felices. Tal vez volvamos a estar juntas. Y si no es así, igual la habré perdido.
—Te amo, Steff… —susurro con las que son mis últimas fuerzas.