Lucía estaba perdida en sus pensamientos, mirando al reloj de la pared. Faltaban exactamente dos días para cumplir 18, pero en lugar de estar emocionada por la libertad que implicaba la mayoría de edad, su mente no podía dejar de girar alrededor de una sola pregunta: ¿Qué sabía Santiago de su madre?. A lo largo de los años había intuido que algo no encajaba en la vida de su madre, pero las piezas nunca coincidían. Ahora, finalmente, después de tantas evasivas, parecía que Santiago tenía algo que podría resolver el rompecabezas. Y esa información, esa verdad… podría ser peligrosa.
— Tengo que hablar con Santiago. Necesito saber la verdad.
Esas palabras retumbaban en su mente. La angustia la consumía. Ya no podía más con la incertidumbre, y a la vez, no podía evitar el miedo. ¿Qué pasaría si descubría algo que nunca podría olvidar? ¿Qué haría si todo lo que creía sobre su vida se desmoronaba frente a ella?
Lucía apretó los dientes y tomó su teléfono. Sus manos temblaban mientras escribía el mensaje, como si cada palabra tuviera un peso que no podía soportar. ¿Qué clase de pista podría tener Santiago? La duda la envolvía, pero la necesidad de saber era más fuerte.
— Hola, Santi. ¿Cómo estás?
Esperó con el corazón acelerado. Cada segundo se sentía como una eternidad. Lo necesitaba. Sabía que ese mensaje podría ser el comienzo del fin de su paz. La respuesta llegó, pero no fue un simple saludo como esperaba. Algo más profundo estaba a punto de ocurrir.
— Hola. Tengo una pista de lo que podría ser lo de tu madre.
Un estremecimiento recorrió el cuerpo de Lucía. Una pista… ¿Era posible que finalmente tuviera algo que valiera la pena? Pero una punzada de miedo le atravesó el pecho. ¿Por qué ahora? ¿Por qué Santiago parecía tan seguro de que tenía algo relevante? La incertidumbre aumentaba. ¿Era eso lo que había estado esperando tanto tiempo?
— ¡Dímelo ya! He esperado tanto para este momento.
Los minutos pasaron como horas mientras esperaba la respuesta. Lucía comenzó a sentirse atrapada en sus propios pensamientos. El temor a lo desconocido se mezclaba con la esperanza de que todo tuviera una explicación. Pero algo dentro de ella le decía que esta conversación la llevaría a un lugar del que no podría volver.
Finalmente, la pantalla brilló con la respuesta. Pero no era lo que había imaginado.
— Es complicado... —escribió Santiago con cautela, como si estuviera sopesando cada palabra— Si realmente quieres saber, tienes que estar preparada para lo que va a pasar. No es algo que puedas asumir de inmediato. Yo también estoy… preocupado.
Lucía frunció el ceño. ¿Preocupado? ¿Por qué? Santiago siempre había sido una persona directa, sin rodeos, y ahora le hablaba como si estuviera a punto de revelar algo demasiado grande, algo que no podría asimilar. ¿Qué era tan grave que ni siquiera él podía nombrar por mensaje?
— ¿Qué significa eso? ¿Qué es lo que no me estás contando?
Pero Santiago no respondió de inmediato. El silencio se alargó, hasta que finalmente escribió una respuesta que heló la sangre de Lucía.
— No puedo decirte todo por mensaje. Te lo diré en persona, pero no es algo que puedas procesar fácilmente. Tenemos que vernos. Esta tarde, a las 6, en el parque cerca de tu casa. Y por favor, ven sola. Nadie más puede saber de esto.
Lucía sintió cómo el aire desaparecía de su alrededor. La invitación a encontrarse en persona solo aumentó su miedo. ¿Por qué no podía saber más ahora? ¿Qué tan peligroso era lo que Santiago iba a contarle? Sus manos, aún temblorosas, apretaron el teléfono. Un impulso irracional le decía que debía ir y enfrentarse a lo desconocido, pero el miedo era palpable.
— Está bien. A las 6. No me hagas esperar.
La tarde transcurrió con una lentitud exasperante. Cada minuto parecía una hora. Lucía se sentía atrapada entre el deseo de saber y el temor de lo que descubriría. Finalmente, llegó el momento. Sin decirle nada a nadie, salió de su casa. En el aire había una tensión palpable, como si todo estuviera a punto de explotar.
Cuando llegó al parque, Santiago ya estaba allí, sentado en un banco. Su rostro no mostraba la expresión de siempre. Esta vez, había algo oscuro en sus ojos, algo que Lucía no podía identificar. Se acercó lentamente, y él levantó la vista en el momento exacto en que llegó a su lado. No dijeron nada al principio. El aire entre ellos estaba cargado de una gravedad que los paralizaba.
— Entonces… ¿qué sabes? —preguntó Lucía, su voz quebrada, casi temerosa.
Santiago la miró largo rato. Lucía pudo ver que estaba luchando con algo, como si quisiera decirle algo, pero no pudiera. Sus ojos reflejaban un dolor que Lucía no entendía. Finalmente, habló, y sus palabras cayeron como piedras pesadas.
— Lo que voy a decirte… no es algo que puedas simplemente escuchar y seguir adelante. Tu madre… —se detuvo, como si tratara de encontrar la forma correcta de decirlo— … no es quien crees que es. Y lo que voy a contarte… cambiará tu vida para siempre. Yo… no sé si estás preparada para eso.
Lucía sintió que el suelo bajo sus pies vacilaba. El mundo que conocía comenzaba a desmoronarse a su alrededor. ¿Qué quería decir con eso? ¿Cómo que su madre no era quien ella pensaba? Todos los recuerdos que había formado a lo largo de los años empezaron a desvanecerse en su mente. Todo parecía mentira. ¿Quién era su madre en realidad?
— ¿Qué estás diciendo? —Lucía susurró, su voz apenas audible.
Santiago la miró, y por un segundo, Lucía vio en sus ojos algo que nunca antes había notado. No era solo tristeza. Era un tipo de desesperación.
— Tu madre está conectada con algo mucho más grande de lo que imaginas. Y tú, Lucía… no tienes idea de lo que eso significa para ti.