La Tierra : 13 de diciembre
Año 2095, A.M
Düsseldorf, Alemania
𝑬𝒔𝒕𝒊𝒎𝒂𝒅𝒐 𝑪𝒉𝒂𝒓𝒍𝒆𝒔:
.. (13131313131313131313131313) ..
𝑀e disculpo de antemano por lo inoportuna que podría resultar la presente misiva. No obstante, considero de suma relevancia compartir con usted mi sentir hacia los cambios que ha experimentado el círculo en los últimos meses:
Todo, todo es un desastre...
Von liberó un difuso suspiro mientras examinaba el trozo de papel que pronto sería el motivo de su ejecución. El meñique vagaba sobre los frescos escritos sin rumbo premeditado; eventualmente, trazó con celeridad el número que tanto lo atormentaba.
La única vela que encendía la estancia crispaba sulfuro resplandor, su flama antojadiza revoloteaba en sediciosos patrones amarillentos. La cera se deslizaba y ardía, voraz, en la cobertura abrupta como el miedo se desplazaba y carcomía las entrañas del ilustre dignatario.
La pluma resbaló de entre sus dedos húmedos y se estrelló en las baldosas. El hombre canoso observó cómo la opresión en el pecho disipaba a medida que el bolígrafo se perdía de vista.
Pensar en ello lo estaba liquidando a lentitud.
¿Estaría haciendo lo correcto?
Las alteraciones efectuadas por el superior estaban destruyendo integralmente lo que en otras épocas fue el fundamento de todo su accionar. El motivo por el cual el círculo se originó.
Von percibía que si aquel manuscrito era enviado, no existiría oportunidad o milagro alguno que lo salve del amargo pecado, su alma estaría condenada por la eternidad. Sin embargo, a sus 53 años, había vivido y experimentado lo suficiente como para comprender con exactitud que si el mensaje no llegaba al destinatario: el magnate Charles Eldritch, el mundo entero sucumbiría. Asimismo; intuía que él, sin importar que sucediese, no podría deleitarse presenciándolo.
El sujeto se levantó con gracia y regresó el rostro pusilánime a estudiar la carta. Una sonrisa perfiló sus labios e inflamó la comisura inferior de estos; al fin y al cabo, lo había decidido.
Se dirigió a la entrada de la minimalista mansión y la colocó, furtivo, en el bolsillo trasero del pantalón Jbrand. La entrega debía ser personal, de otro modo, el mensaje jamás llegaría y la muerte lo acecharía.
El gesto se ensanchó aún más, el ardor en el pecho fue sustituido por un sentimiento de calidez, suave e idílico. Estaba convencido de que todo marcharía indudablemente perfecto.
Cuán equivocado estaba
Un golpe seco alertó sus sentidos. Los tres staffordshire bull terrier que adornaban su patio, apacibles, despertaron y con fiereza entonaron un coro de ladridos y gruñidos interminables. Von recorrió con la vista el jardín, el corazón latía con fuerza, la sangre acaloró sus mejillas y los oídos le zumbaban en exceso.
Una gota cristalina de sudor frío salpicaba la frente desnuda.
Reconocería aquel aroma donde fuese.
<<Él lo había encontrado>>
¡¿Pero cómo?!
Quizás, siempre estuvo ahí...
Observando todos sus movimientos
El hombre palpó frenético el trozo de papel y lo llevó consigo hasta el interior de su blanquecina vivienda. Abrió el cajón azulino y lo depositó tierno junto a aquella fotografía que tantos años atesoró. Ingresó el código con celeridad y, a su vez, lo apuntó en un pequeño trozo de libreta. Naturalmente, dedujo que Él no podría deshacerse de la misiva, no sin el código.
Introdujo el papel en el lugar donde sólo un solo individuo en el mundo podría acceder. Y llegado el momento, lo sabría.
Von comprendió, estoico, que el tiempo restante concluyó con premura; el aroma se intensificaba a medida que los segundos danzaban expectantes. Asumió que no tardaría mucho en llegar. Y en cuanto lo hiciera, las torturas que impartía su superior se le antojarían extremadamente endebles en comparación con lo que Él provocaría.
En ocasiones se cuestionaba cómo era posible que un pequeño e insignificante trozo de papel pudiera desteñir por completo la fortuna de la humanidad; no obstante, ahí estaba, a punto de entregar lo más valioso que posee un ser humano a cambio de la seguridad de aquellos escritos.
Sujetó torpemente el Walther P99 entre las manos sudorosas y sonrió, sonrió como nunca lo había hecho en toda su estrambótica existencia. Abrazaría la dicha eterna, esta vez si.
¡PUM!
Lo último que pudo escuchar el excelso presidente Von Magne fue su respiración pesada, el eco de unos botines altos, y la muerte susurrarle al oído el inevitable destino...
La Tierra : Año 713, D.M
74 horas previas al Fuovlem
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