Más allá de la divinidad

III. Melinóòe Retter ¿Una chica normal?

La Tierra : Año 713, D.M

Dajmond

78 horas previas al Fuovlem



 

"El infausto día calibraba su devenir, aterrado, las esporádicas esferas de luz soplaban intensas en la espesura del horizonte pleno; el pavor exabrupto carcomió el deseo banal de colegir algún gesto de afecto por su solemne ánima.

Tirité, vacilé una vez más, por última vez, anhelé.

¿Debía, yo, corresponder la parsimonia absoluta de su alucinado ser?

No, claro que no.

No pertenezco a nadie, ni siquiera a la dama afable de los vientos incandescentes.

Por qué antes de ser tuya, fui mía

Eternamente mía."
 

— Sí, por supuesto.

Ro suavizó el gesto y recargó el peso en la pierna izquierda. La fémina circundante observaba impasible, los orbes estrepitosamente abiertos como dos faroles refulgentes al ardiente anochecer y los labios curvados en mohín austero. Perfectamente estupefacta.

—¿No te parece una reverendísima necedad? Lo que trato de decir es ¿Por qué amar con galopante pasión a alguien que exterioriza tu yo interior? —La mujer de ávidos cabellos cobrizos rezongó perenne frente a su apacible compañera—. Es soez —escupió, reductante, al viento.

Ro sosegó aún más el gesto

—Sospecho que no lo comprendes, querida Merl.

—¿Ah? —La fémina de mirada pérfida cuestionó latosa.

—Permíteme desglosarlo para ti —comenzó. La expresión en su rostro se descompuso, grácil, pareció meditarlo breve—. Ella renuncia intransigente al sublime encandilamiento del ente insustancial; intenta frenar, ahita, su amor vehemente y lo lleva a los límites de la cordura. Todo por un pincelado atisbo de afección propia. Piensa mal y acertarás, querida Merl —concluyó, el gesto pérfido dulcificó las mejillas sonrosadas.

La fémina de melena tostada ratificó fascinada.

— Eres un verdadero cofre de sorpresas ¿No es así? Ro. —Recorrió el dedo abrupto por encima de la háptica pantalla, descartó el contenido examinado de inmediato— Después de todo, estos escritos son realmente una pesadilla. ¿No lo crees? —continuó, estoica, con el azaroso monólogo—. Soy desmedidamente feliz al saber que su propagación ha sido abolida ¡Qué no daría yo por no haber leído tópico semejante nunca! Ciertamente, un futuro incierto nos aguardaría al ocaso de no ser así.

—¿Qué tiene de malo el arte, Merl? He constatado que lo aborreces —confesó Ro, sus pupilas dilatadas denotaban abundante fogosidad—. ¿A qué se deberá? —inquirió jocosa.

— ¿Arte? ¡Salve sean los ilustres Gravité! ¿Acaso aún perdura ese término en nuestro léxico? —Observó recelosa— ¡¿Te apetece, quizá, con ferviente diligencia ser confinada y expulsada?! Peor aún.. ¿Ansias fragorosa pertenecer a la escoria infrahumana? Si la respuesta es afirmativa te invito a retirarte, Ro. —El gesto se torció áspero, los vellos cobrizos se irguieron intempestivos—. No deberías cuestionar ese tipo de asuntos; naturalmente, no te conciernen.

Ro envaneció la mueca un peldaño más.

—No respondiste la interrogante —musitó enardecida—. ¿Será, tal vez, que no existe motivo aparente?

La fémina de esferas escabrosas despegó los labios encarnados. 
 

¿Estaba burlándose de ella? 
 

—Desconoces el momento adecuado para cerrar la boca ¿No es así, querida Ro? —penetró aguda con los orbes alucinados.

La mujer de cabellos ennegrecidos como noche sulfurante, pinceló, hipnótica, un visaje atestado de animadversión en el rostro pleno. Las primorosas facciones fueron sustituidas con celeridad; en su lugar, un gesto vilipendio elevó las embermejecidas comisuras de los labios fatuos. Los abrió, expectante, dispuesta a ejercer la última jugada.

—Evidentemente, quien se encuentra en la inopia absoluta eres tú, Merl.

Un hercúleo muchacho, de aparente mirada suave cual incólume cordero y de centelleantes orbes verdemar; se interpuso, raudo, entre ambas féminas enervadas. Tez tostada y piel lozana cuál sublime terciopelo dorado, mejillas sonrosadas y cabellera canela cuál dulcísima madera fresca; mas, en lo profundo de sus esferas áureas un atisbo de incertidumbre lóbrega refulgía inteligible: el semblante de un majestuoso ángel de las tinieblas.

Isas Kane ¿A qué debo tu inoportuna presencia? —Articuló la dama abruptamente interrumpida. El joven, por su parte, prescindió su llamado y encumbró las rasgadas esferas esmeralda hacia Merl, la anodina mujer de melena cobriza. Un destello ladino esbozó su rostro deseoso, mordió el borde del labio inferior y regodeó la lengua afanosa.

Ro, debemos encaminarnos hacia nuestro destino, ya es tiempo —sostuvo dócil. Estudió divertido el aspecto senil de la novicia circundante—. Existirá ocasión futura en la que podamos deleitarnos con semejante espécimen.
 

Merl experimentó la sacudida más placentera que haya padecido nunca. Soltó la presión ejercida en la extremidad superior y fue engullida, etérea, por aquellos gozosos orbes magnéticos.
 

Poco después recuperó la conciencia.
 

—¡¿Ah?! ¿Espécimen? —vociferó rabiosa—. ¿Quién crees que eres? —espetó, la piel colorada fruto de la exasperación. O, quizá, por aquel sugestivo muchacho.




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