Más allá de la divinidad

IV. Nada

La Tierra : Año 713, D.M

Vicus

72 horas previas al Fuovlem




 

Vibré grácil, al experimentar el áspero tacto del ente artificial en la nuca desnuda. Elevé los orbes carmesí y los sostuve dóciles frente a la máquina platina que destilaba tempestades de zozobra agónica. La figura pálida de mi madre serpenteó impropia, se funde en las sombras infatigables y se pierde en un atisbo de claridad íngrimo. Estoy sola

—Identifíquese, humano —canturreó el autómata con pesadez asfixiante, se detenía a desmenuzar vocablo por vocablo, como si la simple mención de ellos le provocase atosigante náusea.

—También es un gusto, Lanx. Te extrañé ¿Sabes? —Esbocé una grave sonrisa, retrocedí suave y retiré el cabello restante de mi lívido cuello—. ¿Hace cuánto no nos vemos? Debió ser hace mucho, imagino —Sus frígidos dedos de metal pulsaron la tinta negra lúcida; levantó el armazón cobrizo que reposaba, segundos atrás, en su regazo  y rastreó el Quout que disentía en mi piel.

Luces de tonalidades variopintas, teñidas de negruzco desazón, oscilaron intempestivas. Sus esferas frías recorrieron el número que surcaba en la diminuta pantalla háptica, Lanxee murmuró inaudible.

—Me lanzaste una prenda de vestir, individuo 0213531 —Alejó certero los gélidos dedos de mi sobresaltada nuca—. Esta mañana —enfatizó punzante.

—¿Lo hice? No lo recuerdo Lanx —emití un endeble jadeo hilarante—. Siendo así, lo lamento. —Rozé su inclemente caja, legado de la nanotecnología, temblé al avizorar cómo apartaba mis palmas húmedas del sistema operativo.

Hizo caso omiso de la repentina apología y desplazó el artificial organismo oscilante.

—Adelante, individuo 0213531, es libre de ingresar. Debe dispersarse inmediatamente.

 

¿Libre?

 

El cielo helado, con su tosquedad abrupta y sus esponjosas esferas borroneadas de pálido esplendor; arrulló, tórrido, mi figura errática. De pronto, advertí el tumulto apacible que la efímera charla con el autómata relegó. Una copiosa fila me examinaba absorta; no exigían premura, no protestaban el tiempo insalvable, no esculpían graznido alguno: No hacían nada. Sus pupilas se posaban en mí sin más, como si se tratase de alucinadas máscaras inertes que estudian impasibles el tormento recurrente.

Como si los forzasen a sonreír y permitir.

Y tanto como si no fuera así

Respiro pesado, los gestos torcidos se ensanchan aún más; los alientos entrecortados se mezclan en un suspiro húmedo e insípido. Lanxee observa, una indolente sonrisa pincelada en su tétrico rostro cobrizo provoca que me estremezca; muevo los pies, los obligo a echarse a andar, las mejillas tiemblan y las pupilas se dilatan absortas: no puedo.

Zarandeo los brazos y palpo su desteñido sabor, los percibo ajenos. 

 

¿Son en realidad míos? 

 

Una sacudida voraz arroja mi cuerpo hacia delante; finalmente, desgarro el tiempo inconcluso, inexorable e intempestivo como ningún otro. Deslizo la figura entre la bruma gélida que se cuela en las rodillas cual melódica brisa sonrosada, no vuelvo el rostro; se me imposibilita.

Entreoigo a la nada llenar el espacio con su transparencia metálica, se hincha y explota linfática, envuelve el silencio y lo eleva surcando bríos tenues. La percibo, viva, audaz, palpitante; la siento, grácil y majestuosa, me arrullo en su manto dulzón, vacilante.

Es invisible, pero está ahí, concreta como ninguna otra. 

 

¿Es, acaso, la nada, la existencia más pura y virginal que habita muda nuestro plano?

¿Es, quizá, más real de lo que yo jamás seré?

 

Introduzco, torpe, el pie derecho en un charco escarlata, aprieto los dedos empapados.

Sangre

Cubro el semblante taciturno aún más; la máscara Vite se escurre por encima de mis orificios nasales, los oprime, infiltra sigilosa un halo pálido de oxígeno artificial.

Trago áspero.

De pronto, me cuestiono el propietario de aquella mixtura barrosa: ¿Un chiquillo, quizá?

Son insufribles, no cabe duda.

¿Podría haberse tratado de algún desdichado sedicioso?

En efecto, sus vidas se ubican en un insondable agujero negro de espesura fugaz.

 

¿Y por qué no?

Incluso pude haber sido yo.

Atrapada en un charco marino de líneas rígidas,

por la eternidad.

 

Pasé los dedos por la cobertura grisácea que embauca la muralla estoica. Un arco torcido divide las paredes mullidas en dos fragmentos simétricos que se interceptan, frívolos, en el vértice oblicuo del apéndice superior. Láminas adustas de viga añeja despuntan bajo el matorral verdusco que corona la entrada del pabellón. Una gruesa capa de polvo traza una hilera amarga en los ventanales, percibo el escozor demandante en la punta de los labios.

Desagradable.

Las anodinas piezas que lo conforman sollozan sombrías por languidecer durante el día; entre las tablas se puede avizorar el resplandor incierto de sonrisas marchitas: gentíos librando disputas inmensurables en el confín de los antojadizos deseos. Anhelos que nunca brillarán fuera de sus retorcidas cabezas.




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