¿Y si todos supiéramos, en algún momento de nuestras vidas, cómo vamos a morir...?
¿O cuál será el final de nuestra pequeña historia?
¿Y si conociéramos el porqué, el cómo... o incluso solo un "tal vez"?
¿Cambiaríamos algo?
O mejor aún... ¿tendríamos el tiempo y el valor para hacerlo?
Lo sé, todos responderían que sí sin dudarlo.
Pero... ¿qué tan fácil es alterar un destino sellado por el Rollo Sagrado?
No tengo esa respuesta. Y quizá por eso estoy aquí: frente a la persona que un día juré amar por toda la eternidad. Frente a quien me dio consuelo, calor, seguridad... compromiso, incluso cuando yo no podía sentirlo.
Y sin embargo, sostengo una espada de doble filo en mi mano derecha, con el filo manchado de sangre.
No es mi sangre.
Este clima... este maldito clima.
Siento cómo tensa mi mandíbula, cómo recorre mi rostro y cuello, cómo juega con mi cabello largo color perla.
Me llena por dentro. Me inunda.
Sí, puedo sentir su poder desgarrarme por dentro, envolverme en una euforia adictiva.
La nieve cae sin cesar. Grandes copos cubren el campo teñido de carmesí, sepultando nuestras botas hasta las pantorrillas. La escena es grotesca, tan intensa que podría hacer vomitar a cualquier espectador.
Pero no a mí.
El olor a sangre me quema las fosas nasales, enciende mis sentidos.
No queda juicio. Ni razón.
Ni dignidad.
Solo queda una última misión.
La última profecía.
Y lo único que me acompaña ahora es esta tensión venenosa que corre por mis venas, esta necesidad urgente que me arde en los nervios...
Matar.
Matar a la última persona viva en este campo de cadáveres.
Verlo herido, tambaleante... me produce una satisfacción que no entiendo del todo.
Ver sus movimientos erráticos, su espada temblar, sus heridas abrirse más con cada paso, escuchar sus dientes chocar por el frío, sus ojos apagarse poco a poco...
Todo eso me recuerda quién soy ahora.
El demonio que me convertí.
La promesa que rompí.
Y los seres que quise proteger... pero que ya no están.
Lo sé. Supongo que jamás sabré la respuesta.
Pero si hay algo que me consuela...
Es saber que todo esto es por aquellos que perdí por mi propio egoísmo.
—¡Yin! —gritó una voz ahogada.
Un joven, herido, se sostenía apenas con ayuda de su amigo, arrastrando los pies hacia mí.
Giré despacio.
Una sonrisa melancólica se dibujó en mis labios al ver cómo intentaba alcanzarme.
Podía oír sus latidos débiles, su respiración entrecortada...
Y sus pensamientos tristes como un susurro lejano.
—Espero que algún día puedas perdonarme, Xiao Ba...
Porque si hay algo que tengo claro...
Es que hoy destruiré mis sueños para que tú puedas cumplir los tuyos.