Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 4

El erudito Thao se acercó con paso firme y, al llegar frente a los jóvenes, habló con solemnidad:

—El emperador los espera. Pueden pasar.

Al escuchar la orden, Xiao Ba, Mei Yin, Wong Chuye y Zhao Chen se postraron rostro a tierra en señal de respeto. Luego se pusieron de pie y comenzaron a caminar detrás del erudito. Xiao Ba, sin embargo, lo hacía con dificultad. Las heridas en su espalda le provocaban un dolor punzante a cada paso, y sus piernas temblaban por el esfuerzo. Aun así, se obligó a continuar.

Cruzaron los largos y angostos pasillos del palacio en silencio, hasta que, al girar una esquina, se encontraron con Jin Xiao, el cuarto príncipe e hijo del emperador. Además de su linaje, era también un buen amigo de Mei Yin. Al verlo, los tres jóvenes realizaron una reverencia inmediata, como dictaba el protocolo. Pero el príncipe alzó una mano, deteniéndolos.

—Vamos, ya les he dicho que no es necesario inclinarse cada vez que me ven. Somos amigos —dijo con una sonrisa.

Thao intervino de inmediato, con voz firme pero respetuosa:

—Disculpe, alteza. Han sido convocados con urgencia por su majestad. No pueden demorarse en charlas.

—Ya veo... —murmuró el príncipe, bajando ligeramente la cabeza.

—Con su permiso, alteza —añadió el erudito, haciendo una reverencia antes de continuar la marcha.

Los chicos no dijeron una palabra. Aunque solían saltarse algunas reglas, esta vez estaban bajo la mirada de Thao, uno de los eruditos más importantes del palacio y consejero cercano al emperador. Su presencia les recordaba que, por mucho que desearan relajarse, debían actuar con suma cautela.

Al llegar al salón de audiencias, el erudito se postró ante el emperador, seguido por los jóvenes. El monarca, que estaba ocupado revisando documentos, levantó la mirada brevemente y con un gesto le indicó a Thao que se retirara. El erudito obedeció con reverencia y salió del salón sin darle la espalda al emperador, como dictaba la etiqueta.

Los chicos permanecieron en posición, sentados sobre sus rodillas, con las manos unidas al frente y la vista baja. El silencio en el amplio salón —decorado en rojo y oro— se volvió denso y asfixiante. Las piernas de Xiao Ba temblaban por el dolor. El sudor le recorría la frente, y apenas podía mantener la postura.

Entonces, finalmente, la voz del emperador rompió el silencio:

—Xiao Ba, ¿qué te ha ocurrido?

—No se preocupe, alteza. Fue solo un accidente menor. Unas medicinas bastarán para curarme —respondió con esfuerzo.

El emperador asintió brevemente, sin mostrar mayor preocupación, y volvió a revisar los documentos frente a él.

—¿Tienes el informe del mes? —preguntó sin levantar la vista.

—Sí, alteza.

Mientras Xiao Ba comenzaba a hablar, el emperador giró un poco su atención hacia Mein Yin.

—Yin —llamó.

—¿Sí, alteza?

—Ven y prepara tinta para mí.

—Con su permiso, alteza —respondió ella, haciendo una breve reverencia antes de acercarse con cuidado. Tomó asiento a su lado y comenzó a moler la tinta negra con movimientos medidos. No era una tarea que disfrutara, pero dada su posición y las circunstancias, no podía negarse.

Mientras tanto, Xiao Ba continuó con su informe:

—Alteza, llegaron a la capital trescientos sacos de trigo, distribuidos en carruajes de cincuenta. Fueron entregados a la Casa Zhou, que a su vez los repartió en los distintos puntos de venta de la ciudad. También llegaron pedidos de arroz y aceite, almacenados bajo la supervisión del general Song. El estado de Chu cumplió con su parte y envió plata, abrigos y medicinas, los cuales fueron entregados en la aldea afectada por las inundaciones, conforme a sus órdenes.

Hizo una breve pausa antes de continuar:

—Sin embargo, alteza, en los últimos diez días he recibido quejas de los ciudadanos. El arroz escasea y otros productos de primera necesidad también. La gente pide una pronta respuesta y equilibrio, para que su majestad no los olvide.

Al finalizar, Xiao Ba ajustó su postura con dificultad y guardó silencio. El emperador no respondió de inmediato, pero después de unos segundos ordenó que se retiraran. Llamó a una de sus sirvientas para que reemplazara a Mei Yin, quien se levantó con una reverencia antes de retirarse junto a sus compañeros.

Una vez fuera del salón, Xiao Ba exhaló profundamente, aliviado.

—Por todos los dioses, pensé que nos iban a castigar o algo así. Un minuto más arrodillado y mis heridas habrían empeorado.

—¡Jajaja! Xiao Ba estaba a punto de desmayarse —se burló Chuye entre risas.

—¡Oye, no exageres! —replicó el aludido, aunque también soltó una carcajada. Pero pronto se dio cuenta de que Mei Yin no decía nada.

—Oye, Yin... —se giró hacia ella, preocupado—. ¿Estás bien? No has dicho ni una sola palabra desde que salimos.

Mei Yin parecía perdida en sus pensamientos, completamente ajena a su entorno.

—Yin... ¡Yin, reacciona!

—¿Eh? ¿Qué pasa?

—¿Estás bien? Te ves muy pensativa.

Ella dudó un momento antes de responder.

—No lo sé. Es solo que... algo no me cuadra.




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