—Lo siento, chicos... es solo que estoy pensando. —La voz de Yin sonaba ausente, como si su mente estuviera atrapada en un lugar lejano.
Wong Chuye observó con atención el rostro de su amiga. Conocía esa expresión: preocupación disfrazada de serenidad. Algo no estaba bien, y probablemente estaba relacionado con la casa Wang o la casa Chen, enemistadas desde hacía generaciones.
—No deberíamos hablar de esto aquí —dijo Chuye en voz baja—. Vamos, salgamos.
Los demás asintieron en silencio y abandonaron el palacio imperial.
Wong Chuye era el segundo hijo del capitán Wong, comandante de las tropas del sur. A pesar de su juventud, era el mayor del grupo, el más maduro y uno de los más hábiles con la espada, solo superado por Yin. Había crecido en la frontera, bajo el estricto entrenamiento de su padre, hasta que el emperador ordenó que se trasladara a la capital para recibir una educación más refinada. Desde entonces, vivía allí con su madre, la concubina Shuy.
Mientras caminaban hacia el mercado, Zhao Chen no tardó en romper el silencio.
—Yin, ¿qué está pasando? ¿Algo ocurrió, verdad?
Ella dudó unos segundos. No estaba segura de lo que había visto... y menos aún, si debía compartirlo.
—No lo sé, Chuye. Es algo muy extraño...
—Pero al menos cuéntanos qué viste —insistió Zhao Chen.
Justo en ese momento, un carruaje real se acercó a toda velocidad por la calle empedrada. Se detuvo frente a ellos con brusquedad. Una mano apartó la cortina gris pastel de la ventana, dejando al descubierto el rostro del segundo príncipe del Imperio Chan: Jin Hao. Su expresión era sombría.
—Jin Hao, creí que tu padre no te permitía salir a estas horas —le dijo Yin, sorprendida.
—Así es. Pero vine en secreto para verlos.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Yin, frunciendo el ceño.
—Porque tú ya lo sabes, ¿cierto?
Zhao Chen, Chuye y Xiao Ba se miraron confundidos. No entendían nada de lo que ocurría.
—¿Alguien va a explicarnos qué demonios pasa? —exclamó Xiao Ba.
—El emperador no solo tenía sobre su escritorio el informe que le pediste hace unos minutos, Xiao Ba —empezó Yin, su tono grave—. También había registros de muertes y desapariciones de jóvenes mujeres. La mayoría desaparecidas en el bosque, otras en la ciudad... siempre de noche.
—¿Y el emperador no ha hecho nada público? —preguntó Chuye, alarmado.
—Eso no es lo más grave —intervino Jin Hao—. También encontré cartas entre el Imperio del Este y el Imperio del Norte. Las negociaciones de alianza han fracasado por desacuerdos políticos... y por eso mi padre está considerando otra estrategia.
Todos lo miraron expectantes.
—Un matrimonio —concluyó Jin Hao—. Una alianza por sangre para asegurar la paz y el comercio entre reinos. Y en la lista de posibles comprometidos están... tú, Yin. —Hizo una pausa, luego miró a Chuye— Tú también, Chuye. —Finalmente, sus ojos se posaron en Zhao Chen—. Y tú, Chen.
Un silencio tenso cayó sobre el grupo. Los tres jóvenes sabían lo que significaba un matrimonio por obligación imperial: la pérdida del control sobre sus propios destinos.
—¿Y qué se supone que hagamos? —dijo Zhao Chen con frustración—. Si el emperador lo ordena, no podemos negarnos. Sería considerado traición.
—Tampoco podemos quedarnos de brazos cruzados —añadió Chuye.
Mientras debatían en voz baja, Yin recordó algo que había ocurrido poco antes.
—Hao, tu padre te llamó antes que a nosotros. ¿Qué quería?
—Me interrogó sobre el fracaso del comercio con el Imperio del Este. Cree que el responsable es el señor Wu. Me preguntó si sabía algo, pero me negué a responder. Sospecho que mi hermano mayor sabe más de lo que aparenta.
—Eso significa que hay algo más detrás —dijo Chuye.
—El señor Wu es muy cercano a tu hermano, ¿verdad? —preguntó Yin.
—Sí —asintió Hao—. Ambos participaron en la campaña militar contra el Estado Quin. Mi hermano confía plenamente en él.
—Entonces es posible que él conozca la verdad —concluyó Zhao Chen, pensativo—. Pero... ¿y las desapariciones? Si el emperador no ha hecho nada, debe tener un plan.
—Recuerdo haber visto una fecha en los documentos —dijo Yin—. Los ataques comenzaron hace un mes. Y los errores en los informes del señor Wu también comenzaron hace un mes.
—¿Quieres decir que están relacionados? —preguntó Xiao Ba, incrédulo—. Qué imbécil.
—El señor Wu es el responsable de los informes mensuales —añadió Hao—. Pero si tiene algo que ver con las chicas desaparecidas, aún no lo sabemos. Necesito investigar más. En cuanto tenga algo, les avisaré.
—Joven Hao, debemos regresar al palacio antes de que su majestad note su ausencia —interrumpió uno de los sirvientes del príncipe desde el exterior del carruaje.
Jin Hao suspiró con frustración. Aún había mucho que discutir, pero si su padre se enteraba de que había salido sin permiso, las consecuencias serían graves.
Los jóvenes descendieron del carruaje uno a uno. Hao alzó la mano y ordenó partir. Los caballos relincharon y el carruaje se perdió en el horizonte.
—¿Y ahora qué haremos? —preguntó Xiao Ba—. No podemos quedarnos de brazos cruzados.
—Lo mejor será mantener un perfil bajo —opinó Chuye—. Si no queremos despertar sospechas del emperador, debemos ser cautelosos.
—¿Entonces no haremos nada?
—No haremos nada hasta que se nos ordene. ¿Lo olvidan? Solo somos aprendices. Mientras sigamos siéndolo, solo nos corresponde obedecer.
Con esas palabras, se despidieron y tomaron caminos distintos. Xiao Ba y Yin regresaron a la Mansión Mein, donde su madre y hermanos los esperaban.
—Yin... ¿qué opinas del compromiso? —preguntó Xiao Ba mientras avanzaban.
—Nada —respondió ella, con frialdad.
Desde que había llegado a la Mansión Mein, Yin siempre fue reservada. Guardaba sus pensamientos como si fueran secretos de guerra.
—¿Nada? ¿Un matrimonio arreglado lo arruinaría todo? —insistió él.