Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 6

—¡Mein Yin, Xiao Ba! —exclamó su madre al verlos entrar. Corrió hacia ellos, y sin pensarlo dos veces, abrazó con fuerza a Xiao Ba. Tomó sus brazos con premura y los examinó con ojos temblorosos. Había heridas: algunas profundas, otras leves.

—¡Hijo mío! ¿Qué te hicieron? ¿Acaso fue mi hermano?

Xiao Ba tomó las manos de su madre con delicadeza, acariciándolas con ambas para calmarla.

—Madre, estoy perfectamente bien. Me caí del caballo durante una carrera... que, por cierto, gané. —respondió con una sonrisa orgullosa.

—Xiao Ba, sabes que detesto las mentiras. Dime la verdad. Sé que tu tío ha estado bajo mucha presión últimamente, pero si él te hizo esto, juro que me encargaré.

—Madre, no es necesario preocuparse. De verdad. No ocurrió nada grave, y el Emperador tampoco se excedió. —intervine al ver su creciente angustia. Con su salud tan frágil, cualquier tensión podía afectarla.

Xiao Ba mantuvo su sonrisa amplia y despreocupada. Su madre, aunque no del todo convencida, decidió dejar pasar el tema, más por su propio bienestar que por creerles por completo. Entonces, recordó algo importante.

—Su padre llegó esta tarde. Les sugiero que vayan a saludarlo.

Ambos nos miramos de reojo. Nos despedimos de ella con un beso en cada mejilla y una breve reverencia. El camino hacia el despacho de nuestro padre nos llevó por el jardín principal de la mansión, cruzando el puente que conectaba los patios. Durante el trayecto, como era inevitable, discutimos sobre quién daría las explicaciones.

—¿Y bien? ¿Quién se lo dirá? —pregunté.

—Yo no pienso hacerlo —respondió Xiao Ba, cruzando los brazos.

—Ja. Tú fuiste quien casi rompe las reglas. ¿Qué pasa, le tienes miedo? —pregunté con una sonrisa maliciosa.

—Por supuesto que no —bufó—. Solo pienso que no es necesario preocuparlo.

Al llegar, nos encontramos con Hiu Shy, el guardia personal de nuestro padre, de pie frente a la entrada del despacho. Hizo una pequeña reverencia a mi hermano.

—Saludos, segundo hijo de la casa Mein —luego se volvió hacia mí—. Saludos, Yin.

—Hiu Shy —dijo Xiao Ba—. Vinimos a saludar a nuestro padre.

—En estos momentos está ocupado con asuntos del estado. Apenas llegó, el Emperador le ordenó ponerse al corriente.

—¿Ha hecho eso desde que llegó? —preguntó Xiao Ba, intrigado.

El guardia negó con la cabeza.

—No, al principio pasó la tarde con la señora hasta el almuerzo. Luego de comer, se retiró al despacho.

Hizo una pausa, como recordando algo más.

—Por cierto... ¿Qué ocurrió esta tarde?

—¿Por qué lo preguntas? —repliqué.

—Disculpen mi atrevimiento, pero vinieron los guardias imperiales con el erudito Thao preguntando por ustedes. Por sus rostros, parecía urgente. La señora estaba muy preocupada, sobre todo porque nadie le dijo la razón.

—Ah, eso... —dijo Xiao Ba—. En realidad, tampoco fue gran cosa. Solo querían preguntarnos sobre el informe mensual.

—¿El informe mensual? —frunció el ceño—. ¿No estaba encargado el señor Wu de eso? ¿Por qué les preguntaron a ustedes?

Antes de que pudiéramos contestar, una voz firme y grave resonó desde el interior.

—Hiu Shy, dile a mis hijos que entren.

—Sí, amo —respondió el guardia, y nos abrió paso.

Entramos al despacho. Allí estaba él: nuestro padre, sentado tras su escritorio, con la mirada concentrada en sus papeles. Esa imagen suya era la más constante en nuestras memorias. Nos postramos ante él, rostro a tierra.

—Saludos, padre —dijimos al unísono.

Después, cada uno tomó su lugar habitual a su lado: yo a la izquierda, Xiao Ba a la derecha. Estábamos emocionados. Llevábamos dos semanas sin verlo, esperándolo cada día en la entrada de la ciudad, con la esperanza de que regresara.

Al fin estaba allí, con su habitual porte sereno. Llevaba su túnica azul cielo, con bordes blanco perla, impecable como siempre. Para nosotros, él no solo era nuestro padre. Era nuestro héroe.

Pasaron unos minutos de silencio antes de que hablara, sin levantar la vista de sus papeles.

—¿Qué tanto me miran, muchachos?

—Padre... no sé, creo que estás un poco más alto que la última vez que te vimos —bromeó Xiao Ba, con tono juguetón.

—Xiao Ba, solo estuve fuera dos semanas. ¿Cómo iba a crecer en tan poco tiempo?

—Bueno, en dos semanas pueden pasar muchas cosas, ¿no crees?

—¿Y qué haces, padre? —pregunté, observando los documentos sobre la mesa.

—Parecen manuscritos —intervino Xiao Ba, tomando una hoja con muchos caracteres.

—Lo son. Son del maestro Hiu —respondió nuestro padre.

—¿El maestro Hiu? ¿No había muerto hace como veinte años? —preguntó mi hermano.

—Sí —asentí—. Murió por amor. Algo ridículo, en mi opinión. Ni siquiera fue por honor.

—Lo dices porque eres de hielo —se burló Xiao Ba—. Padre, ¿tú qué crees? ¿Es mejor morir por amor o por honor?

Nuestro padre se quedó en silencio, contemplando los manuscritos con expresión serena. Sus dedos rozaban el papel como si sus palabras aún pudieran escucharse.

—Creo que, cuando llegue el momento, lo sabremos —respondió finalmente.

Fruncí el ceño, no satisfecha.

—Pero... ¿cómo supo el maestro Hiu que hacía lo correcto?

—Fue un instinto —respondió Xiao Ba antes que mi padre—. Como dice papá, cuando llegue el momento, lo sabrás. Porque se convierte en eso: en un instinto.

—¿Instinto? —repetí con escepticismo—. Los instintos fallan, Xiao Ba. ¿Cómo puedes confiar tu vida a algo tan volátil?

Mi hermano frunció los labios, ya molesto. Iba a responderme, pero nuestro padre levantó la voz antes de que la discusión escalara.

—¡Basta!

El silencio cayó como un manto. Avergonzados, bajamos la mirada. Él respiró profundo y continuó con sus manuscritos, como si las respuestas que buscábamos ya estuvieran escritas allí, entre líneas.




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