Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 7

Pasamos el resto de la noche con nuestro padre, compartiendo unas últimas palabras antes de que llegara la hora de retirarnos a nuestras habitaciones. Las esclavas ya habían preparado todo: nuestros cuartos estaban ordenados, el baño listo, y la gran puerta de la mansión había sido cerrada con el último chirrido de la noche.

—Toc, toc —golpeé suavemente la puerta de la habitación de Xiao Ba, cuidando de no llamar la atención de los guardias que custodiaban el interior de la casa.

Él abrió con cautela, asomándose primero al pasillo antes de dejarme pasar. Una vez dentro, cerró con el mismo sigilo.

—¿Te diste un baño? —pregunté en voz baja.

—¿Cómo crees? Ni siquiera puedo quitarme la ropa sin hacerme daño.

Traía una pequeña caja entre las manos, con algunos frascos de medicina en su interior.

—¡Arg! ¡No entiendo por qué tengo que hacer esto yo! ¡Esto es trabajo de las esclavas, no mío! —refunfuñé.

—¡¿Estás loca?! ¿Quieres que traiga a una de las esclavas a mi habitación a estas horas? —replicó Xiao Ba, alarmado.

—¡Shhh! ¡Te van a oír! —le advertí, sentándome al borde de su cama.

Abrí la caja frente a mí y revisé su contenido. No reconocí casi nada. Obviamente, no era aprendiz de medicina, pero recordaba cómo mi madre solía curar las heridas de mi padre tras las batallas. Había un frasco parecido al que ella usaba, lo que me dio una pista sobre por dónde empezar.

—Bueno, quítate la ropa —dije mientras ordenaba los implementos sobre la mesa a mi lado.

—¿Eh? —Xiao Ba me miró confundido, visiblemente nervioso—. Oye... ¿cómo puedes pedirme eso?

Se cubrió instintivamente el pecho con lo poco que le quedaba de ropa, como si temiera que alguien fuera a aprovecharse de él.

Lo miré, desconcertada, y tardé un segundo en comprender.

—No seas tonto, Xiao Ba. ¿Cómo esperas que te cure las heridas si no te quitas la parte de arriba? Anda, apúrate.

Él desvió la mirada, algo incómodo.

—Oye... se supone que eso deberías hacerlo tú, ¿no?

—¿Qué cosa?

—Ya sabes... Cuando una mujer cuida a un hombre herido, suele ser ella quien le quita la ropa. Además, ¿cómo esperas que lo haga yo estando así?

Me quedé frente a él sin saber qué responder. Nunca había tenido que hacer algo parecido. Cuando mi padre se hería, era mi madre quien lo curaba. Y cuando mis hermanos se lastimaban, las esclavas lo atendían. Yo nunca tuve que cuidar de nadie. Ni siquiera sabía si las medicinas en esa caja eran las correctas.

Miré alrededor en busca de algo familiar. Entonces vi, al lado de su cama, una bandeja con una taza de agua tibia, pañuelos y vendas. El conjunto me hizo recordar, fugazmente, aquellas veces en el Clan cuando veía cómo curaban heridas con tazones de plata, pañuelos manchados de sangre y frascos con mezclas caseras. No era una experta, pero confié en mi memoria.

Volví a revisar la caja. No encontré los frascos que recordaba, pero sí otros con ingredientes que podían mezclarse. Me acerqué a la bandeja, llevándome los elementos necesarios, y me coloqué detrás de Xiao Ba. Él se acomodó, dándome la espalda.

Con cuidado, extendí las manos hasta sus hombros y tomé el borde de su vestidura. La retiré lentamente, procurando no rozar demasiado las heridas. Al dejar su espalda al descubierto, vi lo mal que estaba: su piel estaba llena de rasguños, algunas heridas más profundas que otras. Terminé por quitarle por completo la parte superior, dejando su torso y brazos expuestos. Acomodé su largo cabello negro sobre uno de sus hombros.

Tomé uno de los pañuelos, lo sumergí en el agua tibia y comencé a dar pequeños toques sobre las heridas más leves. Xiao Ba se quejaba con cada contacto, intentando alejarse sutilmente.

—Quédate quieto, Xiao Ba. Si te mueves, te dolerá más.

—¡¿Y cómo quieres que me quede quieto si me estás tocando las heridas con agua fría?! ¡Eso arde, Yin!

Respiré hondo, conteniéndome para no perder la paciencia.

Calma. Calma. Calma. Me repetí en silencio.

Poco a poco, su cuerpo se fue adaptando al dolor, y sus quejas cesaron. Cuando terminé de limpiar las heridas, mezclé algunas de las medicinas en un pequeño frasco vacío. Unté la mezcla en un nuevo pañuelo y comencé a aplicarla con suavidad sobre las zonas tratadas.

—Esta mezcla debes aplicártela mañana también. Pasado mañana notarás mejoría.

Xiao Ba asintió, atento.

El silencio comenzó a hacerse pesado, así que decidí romperlo con la primera pregunta que se me cruzó por la mente.

—Xiao Ba, ¿por qué seguiste corriendo si delante estaba el puente?

Él guardó silencio unos segundos antes de responder.

—No lo sé... ¿Quieres que te diga la verdad? No vi el puente. Cuanto más corría, más sentía esa necesidad de ganar, y mi juicio se nubló. ¿Nunca te has sentido así?

De inmediato, millones de recuerdos invadieron mi mente como un golpe seco: voces infantiles convertidas en llantos desesperados, crujidos de carne cortada por espadas, ecos de gritos y sangre derramada. Apreté los labios, reprimiendo una risa sarcástica, y volví mi mirada a la herida de su espalda mientras seguía limpiando.

—Por supuesto. Cuando era niña, en el campo de entrenamiento, me pasaba lo mismo. Pero no era un deseo de ganar por orgullo, sino por sobrevivir. Si no ganaba, moría. Cada vez que vencía, me sentía culpable. Porque ellos, como yo, también querían sobrevivir. Pero al caer la noche, encontraba un poco de alivio... al ver la luna. Siempre se posaba en mi ventana. Una noche más viva, al menos.

—Entiendo... —murmuró Xiao Ba—. Oye, Yin...

—¿Sí? —respondí sin apartar la vista de su espalda.

—¿No tienes miedo de que te descubran?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.