Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 9

—Mi señor.

—Habla rápido. ¿Para qué me invocaste? —contestó la figura con una voz fría e intimidante. Sonaba como un estruendo, como si una fuerza superior se manifestara a través de ella. Aun así, el joven postrado frente a él no tembló. Al escuchar la respuesta, asintió y se levantó para quedar a la par de su Amo.

—Tengo noticias sobre la última Portadora. —Aquellas palabras lograron captar de inmediato la atención de su señor.

—¿Qué dijiste?

El joven dibujó una sonrisa sutil con la comisura de sus labios y completó su anuncio:

—He encontrado a la Portadora del Invierno.

Aunque la noticia era música para sus oídos, el Amo no bajó la guardia. Todavía quedaban dudas por resolver. Lo miró con recelo.

—¿Estás seguro?

—Completamente. La vi con mis propios ojos. —El joven comenzó a explicar—. Está en la capital, en la segunda casa noble. Se hace llamar Mein Yin y, al parecer, está en formación como agente al servicio del Emperador.

El hombre permaneció unos segundos en silencio, sopesando la información. Aunque reconfortante, no dejaba de parecerle inquietante.

—¿Qué más averiguaste? —preguntó, impaciente.

—Es... una persona común. Sus poderes están dormidos, incluso los que desarrolló en el Clan parecen haber desaparecido. Observé que su qui está latente, como si hubiese olvidado que lo posee. Sin embargo, es inteligente, hábil. Fue capaz de derribar a un soldado entrenado. ¿Quiere que envíe hombres a vigilarla?

—No tan rápido —interrumpió el Amo, cayendo nuevamente en el silencio.

El joven lo observó con inquietud.

—¿Sucede algo, mi señor?

El hombre salió de sus pensamientos.

—Es mejor no precipitarnos.

—Disculpe, Amo... ¿A qué se refiere?

—Quiero que te retires a Wanji Shan, el monte Wanji. Allí te espera uno de mis aliados, junto a varios hombres del Clan. Permanecerás con ellos hasta recibir nuevas instrucciones.

El joven se arrodilló, inclinó la cabeza en señal de obediencia, y en cuanto lo hizo, una densa cortina de humo cubrió la figura del Amo, quien desapareció entre las sombras.

Ayún, el joven, se puso de pie nuevamente. Apenas unos minutos después, otra figura, esta vez femenina, descendía lentamente desde el aire. Era Han, su hermana.

El joven le hizo una breve reverencia con la cabeza. Ella le correspondió del mismo modo.

—¿Le diste las noticias al Amo?

—Acabamos de tener un encuentro.

—Perfecto. Entonces, podemos dar por finalizada esta fase del plan.

Pero Han notó en el rostro de su hermano una duda persistente, y decidió quedarse.

—Si tienes dudas, mejor dílas ahora.

Ayún vaciló, pero terminó confesando:

—Es solo que... todo esto me parece extraño. ¿No te parece que está demasiado tranquilo?

—¿Extraño? Habla con claridad.

—Me refiero a que... ¿no deberían haber despertado ya Las Portadoras? ¡Estamos en la fecha de la profecía!

—Ayún, nadie conoce con exactitud el tiempo que marca la Profecía.

—Pensé que el Amo lo sabía.

—Pensaste mal. El Amo actúa guiado por una visión, pero las visiones pueden fallar. Al igual que el tiempo. Solo el Rollo Sagrado dicta con certeza.

—Eso es lo que me inquieta, Han. Tampoco hay señales del Rollo.

—Eso no es asunto tuyo. Tu deber es obedecer al Amo. Nada más.

Los dos hermanos permanecieron en silencio unos minutos más, bajo las sombras del bosque. Ninguno quiso continuar con el tema, y decidieron observar el cielo estrellado mientras les quedara tiempo.

—¿Qué piensas hacer cuando todo esto termine? —preguntó Ayún.

—¿A qué te refieres?

—A que... cuando todo acabe, ¿qué harás?

—Supongo que lo mismo que todos.

Ayún esperó una respuesta más profunda, pero Han no dijo nada más. Solo siguió contemplando el cielo. La luna llena ya brillaba en su punto más alto.

De repente, una ráfaga de viento sacudió el bosque. Los árboles danzaban con fuerza, y las hojas más viejas caían una tras otra. Nubes dispersas comenzaron a cubrir el resplandor de la luna.

Han sintió la brisa gélida en su piel. Un escalofrío recorrió su espalda.

—Este clima es insoportable. Hace unos minutos todo estaba tranquilo —dijo Ayún tensando los hombros—. Parece que se aproxima una tormenta.

—No es solo una tormenta —murmuró Han.

Ella sabía lo que significaba. No era un simple cambio de clima, sino un presagio. La luna brillaba cada vez más intensamente y el viento soplaba con una ferocidad inusual. Recordó una visión, una escena cruel y profética, donde algo hermoso traía consigo un castigo helado. Le sugirió a Ayún que se marchara. Él aceptó y se retiró primero.

Han permaneció unos minutos más. Observó cómo el viento doblaba las ramas más firmes y las partía con facilidad. Era el preludio de una guerra espiritual. Tres mundos. Tres dones. Tres vidas encerradas en un solo cuerpo. Tres monstruos peleando por el control de una existencia eterna.

Para ella, esto solo era el principio. Una razón más para luchar por alcanzar la vida máxima.

A lo lejos, escuchó el lamento desgarrador de un animal siendo torturado. Giró la cabeza hacia ese sonido y sonrió con ironía. Un recuerdo fugaz atravesó su mente: doce años atrás, ella misma lo había predicho.




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