Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 13

—¡Yin! —La pequeña Xyn se alarmó, retrocediendo con un puchero en los labios. Su gesto era tan adorable que me fue difícil mantenerme seria. Aunque, por otro lado, podía comprenderla. La mayoría de las jóvenes hablaban con entusiasmo del príncipe del Imperio Sur. Su rostro era un misterio, nadie sabía cómo lucía exactamente, pero la idea de su belleza se había convertido casi en una leyenda. Nadie se atrevía a dudarlo.

—Lo siento si te hice sentir incómoda —se disculpó con timidez—. Pero hablaste con tanta seguridad... como si lo conocieras en persona. Sonaste como alguien... enamorada.

Jin Xi no negó mis palabras. Tampoco las confirmó. Simplemente desvió el rostro, claramente avergonzada. No necesitaba respuestas, ya las conocía.

Ambos tenían la misma edad, y aunque no lo decía, sabía que se habían conocido durante la firma del tratado de paz hace tres años. No se vieron cara a cara; hablaron desde lados opuestos de un biombo, ocultos como exigía el protocolo de mi padre. Aquello no fue más que un encuentro político, pero entre las sombras, algo más pareció florecer.

—¿Aún se escriben? —pregunté con suavidad.

Ella no respondió, pero su silencio fue suficiente. A través de las cartas y los poemas habían mantenido el contacto... hasta que dejó de suceder.

Me senté en el suelo junto a ella, dejando a un lado mi incomodidad natural hacia los sentimientos. No entendía del todo cómo se sentía, pero al menos podía intentar acompañarla.

Un suspiro melancólico escapó de sus labios. La tristeza se dibujó con claridad en su rostro, y tomé su mano, como si a través del contacto pudiera comprenderla mejor.

—Ya no hablamos —murmuró por fin—. Cuando le confesé lo que sentía, me dijo que nunca podríamos estar juntos. Que él sería el próximo Emperador y que su padre ya le buscaba una esposa con virtudes impecables, una mujer perfecta para el trono.

—Tal vez... él también esté sufriendo por eso. ¿Lo has pensado?

—Sí, lo pensé —dijo bajito, apretando los labios—. Por eso acepté. Acepté sus condiciones, y dejamos de escribirnos.

Un cambio repentino se notó en su expresión. La tristeza se tornó rabia, frustración, algo contenido por mucho tiempo.

—¿Por qué las cosas tienen que ser así? ¿Por qué no podemos decidir por nosotros mismos?

No respondí. No sabía cómo hacerlo. Creía que escuchar era suficiente, pero ahora comprendía cuán equivocada estaba. A veces, el silencio no consuela.

—Bueno... no importa —añadió con un suspiro resignado. Retiró su mano y su tristeza se desvaneció en una sonrisa fingida. Se movió de lugar y se sentó frente a mí, con una mirada curiosa e intrigante. Su cambio de ánimo me desconcertó, pero la conocía bien; era su manera de sobrevivir a las emociones.

—¿Y tú? ¿Ya decidiste con quién te gustaría casarte?

Rodé los ojos, comenzando a recoger las tazas y los palillos del desayuno.

—Xyn... no empieces.

—¿Por qué siempre te resistes?

—Porque no es importante.

—¡Sí lo es! —exclamó, esta vez más seria—. El futuro de nuestra familia depende de tu matrimonio.

Me detuve en seco. Me giré para mirarla, todavía sentada donde la había dejado.

—¿Qué estás insinuando?

Xyn soltó una risa breve y se puso de pie. Tomó la bandeja vacía con las manos y se acercó a mí con aire conspirador.

—¿De verdad crees que tú eres la única que tiene información del palacio? —susurró—. Pues no. También me he enterado de cosas... como que el Emperador planea tu matrimonio. Y no con cualquiera.

Volví a sentarme, esta vez con más calma. Mis latidos se aceleraron.

—Conociéndote —continuó—, seguro ya estás tramando algo para evitar ese compromiso. Pero piénsalo bien, Yin. No puedes escapar. Si te niegas, nuestra familia será la que pague las consecuencias. Mamá, especialmente.

—¿Crees que no lo sé?

—Entonces no huyas.

—No estoy huyendo.

—¿No? Entonces... ¿aceptarás el compromiso?

—¿Eso es lo que quieres? ¿Que me case, incluso si eso significa convertirme en la Reina del Imperio Sur?

El silencio se hizo espeso entre las dos. Xyn me miró, sin una respuesta clara, como si tampoco supiera si eso era lo que realmente deseaba.

Y yo... yo tampoco lo sabía.




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