—Bueno, si no quieres hablar de tu futuro... al menos podrías escuchar el mío —dijo Xyn con una sonrisa traviesa, mientras se acomodaba en el suelo, recostando su cabeza sobre mis piernas.
Sostuvo su rostro con la palma de la mano y elevó la mirada al techo, como si pudiera ver en él el reflejo de sus sueños.
—Yo sí quiero casarme... ser feliz y tener muchos hijos. Y si no puedo estar con el Príncipe del Sur, entonces al menos deseo que mi futuro esposo llegue a amarme tanto como yo a él.
Suspiró distraída, sus palabras eran una mezcla de inocencia y anhelo.
—¡Pero Xyn, ni siquiera has terminado la escuela! —le dije, sorprendida por lo seria que parecía al hablar de ello.
—No importa —replicó encogiéndose de hombros—. Siempre he soñado con casarme y tener una familia feliz.
La miré, incrédula. Era tan pequeña aún, tan ingenua... Aunque sus palabras me causaban ternura, también me llenaban de una melancólica lástima.
Sacudí la cabeza, intentando disipar los pensamientos que su fantasía despertaba en mí.
—Ash... Sería tan hermoso si pudiera estar con el hombre que amo —dijo en voz baja, casi en un susurro disfrazado de desdén.
Decidí no responder. Me parecía absurdo que una niña de su edad hablara con tanta seriedad sobre el amor. Era demasiado pronto para que comprendiera lo cruel que podía ser.
Terminamos el té en silencio. Poco después, Xyn llamó a las esclavas para que ordenaran la habitación mientras ella se retiraba a asearse. Al fin, me dejó sola, con mi dama de compañía, Yenih.
Yenih comenzó a peinarme con movimientos suaves y precisos. Mis pensamientos, en cambio, se volvían cada vez más densos, envolviéndome en esa oscuridad que solía acompañarme desde la infancia.
—¿Le sucede algo, mi señora? —preguntó con cautela mientras me ayudaba a vestirme—. Está muy callada desde que se fue la señorita Xyn.
Caminé hacia la ventana y la abrí. El aire fresco de la mañana me golpeó suavemente el rostro. Yenih se acercó para observar lo que miraba, pero solo vio el jardín de siempre.
Allí, entre los arbustos florecidos, estaban mi madre y Xyn, recogiendo las flores más hermosas para preparar el té de mi padre. Las contemplé sin nostalgia ni tristeza, pero con esa distancia emocional que me definía.
—¿Te encuentras bien, Yin? —insistió Yenih.
—Yenih... ¿es normal que a mi edad no piense en el matrimonio?
Mis palabras fueron suaves, casi un murmullo arrastrado por la brisa.
Pensé en Mein Xiang... tan soñadora, tan ingenua. Su sonrisa siempre estaba llena de inocencia y belleza. Quería una familia perfecta. Yo, en cambio, no podía siquiera concebir ese deseo. Lentamente aparté la mirada de la ventana, borrando la sonrisa involuntaria que se había asomado en mis labios.
—Mientras Xyn se imagina un mundo lleno de amor y felicidad, yo solo... habito un mundo donde no hay escapatoria. Un lugar donde no puedo sentir, donde no puedo amar. Desde los cinco años no experimento emoción alguna. Mucho menos me atrae la idea de casarme.
Yenih alzó la mirada por un segundo, pero rápidamente volvió a concentrarse en acomodar mis ropas.
—¿Soy normal, Yenih? Ni siquiera puedo cumplir con lo más básico que se espera de una mujer.
—Mi señora, no debería pensar de esa manera —respondió con suavidad, dando los últimos retoques—. ¿Recuerda lo que nos decía su madre cuando éramos niñas? "Ser diferente nos hace especiales, y ser especiales nos vuelve invaluables".
La miré y sonreí con amargura.
—Pero a veces... ser tan invaluable se siente como una maldición.
Justo entonces, la puerta se abrió. Chanzu, mi hermano mayor, entró con pasos firmes. Las esclavas hicieron una reverencia al unísono y abandonaron la habitación tras su gesto. Incluso yo incliné la cabeza, con una leve reverencia.
—Hermano mayor —saludé.
Chanzu asintió, observándome en silencio mientras caminaba con lentitud por la habitación. Durante varios minutos no dijo nada. Finalmente, rompió el silencio.
—Hoy no fuiste a saludar a nuestros padres.
Guardé silencio.
—Tampoco estuviste presente para recibir a nuestro padre en su regreso.
Levanté el rostro.
—Y tú saliste con el Primer Príncipe... así que tampoco estuviste ahí —rebatí con calma.
Chanzu se giró hacia mí con una ceja arqueada y se sentó con tranquilidad.
—¿No me ofrecerás té?
Después de pensarlo, me senté frente a él y le serví una taza. Él la aceptó con un leve asentimiento.
—¿Fuiste de cacería ayer? —pregunté.
—Así es —respondió, llevándose la taza a los labios.
—Así que... saliste con el Primer Príncipe —interrumpí, cubriéndome la boca con la mano mientras sorbía mi té.
—Veo que estás bien informada —comentó, dejando la taza sobre la mesa.
—Sabes que él es un rebelde, que se opone a Su Majestad. Y aún así fuiste con él —le acusé, cruzando los brazos.
—Y tú sabes que está prohibido cruzar el puente, y aun así estuviste a punto de hacerlo —replicó él sin inmutarse.
—Nuestra intención nunca fue cruzarlo —dije, sin perder la compostura.
—¿Y crees que eso es lo que verá el Emperador? Solo sabrá que estuviste cerca de romper una de sus leyes más estrictas... aunque haya sido sin querer. Para él, eso será suficiente.
—¿Lo vio el Emperador?
—No directamente. Pero envió guardias para que los siguieran. El informe ya fue entregado.
Me quedé pensativa unos instantes, analizando lo que implicaba esa información. Finalmente, lo miré de nuevo.
—¿Trajiste lo que te pedí?