Cuando llegó al jardín imperial, Yin se encontró con Wong Chuye y Zhao Chen practicando con la espada. Ambos eran ágiles, rápidos y diestros, como si la espada fuera una extensión de su cuerpo. Al verlos, Yin sintió una calidez en el pecho. Por un momento, se sintió parte de una familia. Compartir los mismos intereses con ellos le generaba una confianza que rara vez experimentaba con otros.
—¡Ah, hola Yin! —exclamó Zhao Chen, notando su presencia a unos metros de distancia.
—¡Hola, Chen! —respondió ella, acercándose con una sonrisa—. ¿Cómo están hoy?
—Bastante bien. Aunque hoy llegaste algo tarde, ¿no crees? —comentó Wong Chuye—. Te esperamos por un buen rato.
—Es verdad —añadió Zhao Chen, mientras guardaba su espada sobre una mesa repleta de armas—. Hoy el emperador preguntó por ti y por Xiao Ba, pero aún no habían llegado. Ya sabes cómo se pone su alteza cuando alguien falta a la oración matutina.
Luego echó un vistazo a su alrededor.
—¿Y Xiao Ba? ¿No vino contigo?
Yin asintió con suavidad.
—Sí, pero la princesa Jin'er le pidió que la acompañara a dar un paseo al monte Wanji.
Mientras hablaba, se acercó a la mesa, tomó un arco y comenzó a ajustar la cuerda a su estatura. Observaba cuidadosamente las flechas, seleccionando solo las más rectas y firmes.
Chen y Chuye intercambiaron miradas curiosas.
—¿La cuarta princesa le pidió que la acompañara? —preguntaron al unísono—. ¿Y Xiao Ba aceptó?
—Bueno... no diría que aceptó exactamente. Más bien, no tuvo opción —respondió Yin con una sonrisa mientras continuaba examinando las flechas.
—Ja, pobre Xiao Ba. No me sorprendería si mañana el emperador ordena su compromiso con ella —bromeó Zhao Chen.
—O su ejecución —susurró Wong Chuye con ironía.
Finalmente, Yin encontró una flecha perfecta: recta, fuerte y sin defectos. Tomó su arco y caminó hacia la zona de tiro, seguida por Zhao Chen y Chuye, quienes también portaban sus propios arcos.
Yin se posicionó frente a la diana. Colocó la flecha, tensó la cuerda con precisión, tomando en cuenta el viento, la fuerza y el ángulo. Disparó. La flecha voló con elegancia y se clavó justo en el centro.
Los chicos aplaudieron impresionados.
—¡Excelente! Eres muy buena, Yin —la elogió Zhao Chen. Sus palabras la hicieron sonreír con satisfacción.
—Es una lástima que no logre ser tan bueno como tú. Eres única.
Chuye rodó los ojos con humor.
—Podrías mejorar si entrenaras más seguido —le dijo mientras tomaba el lugar de Yin. Colocó su flecha y, con un disparo rápido y firme, la envió directamente al centro de la diana.
—¡Wow! También muy bueno, Chuye —comentó Chen, un poco avergonzado por su puntería menos precisa.
—No importa, esto no es una competencia —dijo Yin dejando su arco sobre la mesa. Luego encontró una espada recién afilada, brillante bajo el sol. La levantó con admiración.
—¿Te interesa usarla? —preguntó Chuye al notar su mirada—. Recién llegaron del Estado Qi.
—¿Recién llegaron? ¿No habían recibido un envío de hierro la semana pasada? —preguntó Yin, curiosa.
—Sí, pero este año se alistaron muchos jóvenes, así que hacen falta más armas.
En ese momento, una voz interrumpió su conversación.
—¿Más hombres? ¿Por qué aceptan más si el emperador ordenó detener las inscripciones para el alistamiento militar?
Era Jin Hao, quien había llegado sin que lo notaran. Se recostó contra una fuente cercana y observó las dianas. Al ver las dos flechas clavadas con precisión, alzó una ceja con sorpresa.
—A ver... estas deben ser de Yin y Chuye, ¿cierto? —dijo, acercándose para arrancarlas con algo de esfuerzo. Luego caminó hacia ellos y sonrió—. Cuando les asignen una misión, ya tengo con qué recordarlos —alzó las flechas con orgullo.
—¡Oye, oye! ¡La mía no está! —protestó Zhao Chen. Tomó una flecha, le ató una cinta roja de su cinturón y se la entregó a Jin Hao—. ¡Listo!
Ahora Jin Hao tenía tres "recuerdos", por si acaso sus amigos no regresaban de alguna misión peligrosa.
—Buenos días, jóvenes —dijo una voz suave pero firme.
Todos voltearon y vieron llegar a la maestra Shuy, madre de Wong Chuye y primera concubina del capitán Wong, comandante de las tropas en la frontera sur.
Los chicos se inclinaron respetuosamente.
—Buenos días, maestra Shuy.
—Buenos días, madre —añadió Chuye.
—Buenos días, chicos —respondió ella con gentileza—. ¿Están listos para las lecciones de hoy?