Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 17

—Buenos días, chicos —respondió la concubina con su voz gentil—. ¿Ya están listos para las lecciones de hoy?

Los tres asintieron respetuosamente y la siguieron hasta el templo Tian'tang, ubicado dentro del palacio imperial, pero apartado del bullicio. Era un templo sin paredes, sostenido por ocho columnas delgadas: cuatro en las esquinas y otras cuatro alineadas en los laterales. De ellas colgaban cortinas de voile en un blanco perla que se movían suavemente con la brisa.

A su alrededor crecía una abundante vegetación: arbustos de flores de ciruelo y crisantemos rodeaban la estructura, y un río ancho serpenteaba cerca, adornado con delicadas flores de loto flotando sobre el agua. El jardín que circundaba el templo era una obra de arte viva, perfectamente cuidado y en constante florecimiento.

En el centro del templo se encontraba la estatua de la Deidad Tian, el dios del cielo, rodeado de ofrendas compuestas por las mejores frutas del imperio.

Ese día era especial: un día de adoración. Yin, Chuye y Chen, junto a la maestra Shuy, se presentaron para rendir homenaje a la deidad, que según las creencias, todo lo veía y todo lo sabía. Se arrodillaron siete veces, haciendo pausas de cinco segundos entre cada reverencia, siguiendo la tradición real.

Toda la familia imperial y la familia Mein debían participar en esta ceremonia, pero ciertos contratiempos impidieron que Yin y Xiao Ba asistieran con la puntualidad debida.

Una vez terminada la ceremonia, se dirigieron al salón S'Ting. Sus grandes puertas estaban abiertas, y al fondo, en el centro de la sala, se encontraban el emperador Jin Zhao y el general Hyung, cada uno sentado en su respectivo escritorio, separados por dos metros de distancia.

Varios estudiantes estaban presentes, formados en filas de a dos. Frente a cada grupo, una sola mesa indicaba la posición del líder. El primer grupo, guiado por el general Hyung, tenía como líder a Yazhu, prominente hijo de la familia Li, uno de los linajes de la corte imperial. El segundo grupo estaba dirigido por Liling, hija de la familia Liu, y líder de las aprendices femeninas.

Aunque ambos grupos estaban compuestos por chicos y chicas, sus formaciones eran distintas: mientras los varones recibían educación militar, estrategia y defensa, las jóvenes eran instruidas en etiqueta, virtud y comportamiento, acorde a los estrictos estándares del palacio.

—Buenos días, Alteza —saludó la maestra Shuy al llegar frente al emperador y al general.

El emperador dirigió su mirada hacia ella, y al verla, sus facciones se suavizaron de inmediato. No podía ocultar el afecto que le inspiraba.

—Puedes sentarte —respondió con voz amable.

La concubina agradeció con una leve reverencia y se sentó a un lado, cerca de los aprendices.

Yin, Chuye y Chen se arrodillaron respetuosamente. Con las manos cruzadas sobre el suelo, inclinaron el torso.

—Majestad, nos disculpamos por nuestra irresponsabilidad —dijeron al unísono, manteniendo la postura de penitencia.

Los demás estudiantes dejaron sus tareas y observaron en silencio.

—Wong Chuye, Mein Yin, Zhao Chen —dijo el emperador con tono severo—, ¿qué les causó tanta impuntualidad?

—No hay excusa, Alteza. Así que, por favor, castíguenos —respondió Chuye con firmeza.

El emperador los observó en silencio durante unos segundos. Luego dirigió una mirada al general Hyung. Ambos asintieron.

—Bien, ya que lo piden, deberán escribir las reglas de la clase. Cada una quinientas veces, con caligrafía perfecta y sin errores. Si encuentro un solo fallo, repetirán otras quinientas veces —dictó Jin Zhao sin titubeos.

Tras recibir el castigo, los tres se levantaron, hicieron una nueva reverencia y se dirigieron a sus puestos.

Yin se sentó al final de la fila izquierda, junto a su compañera Yeni, quien le pasó unas hojas y un pincel fino en gesto de apoyo. Yin le agradeció con una sonrisa discreta y comenzó a escribir.

La clase continuó con la repetición de las normas de conducta, tanto para hombres como para mujeres. La concubina Shuy caminaba por entre las mesas, revisando caligrafías, corrigiendo errores y elogiando los trabajos bien ejecutados.

—¿Cómo no felicitarlos? —murmuró—. Las reglas aquí son estrictas. Solo los mejores tienen derecho a salir al campus.

Las horas pasaron y finalmente la clase terminó. La maestra Shuy recogió los manuscritos uno por uno y se los entregó al emperador. Él los recibió en silencio y comenzó a examinarlos mientras los estudiantes aguardaban sin hacer ruido.

Después de unos minutos hojeando con expresión neutra, levantó la vista y habló con voz firme:

—Pueden retirarse.

Todos se pusieron de pie, hicieron una reverencia de despedida y salieron del salón.

Ya en el jardín...

—Hmm, el emperador parece estar de buen humor hoy... —opinó Yazhu con sarcasmo.

—Lo sé —respondió Liling, soltando una risa irónica—. Bastó la presencia de la concubina Shuy para apagar el fuego en su corazón.

Xiunming, una de las aprendices más notorias, se giró para mirar directamente a Yin.

—Por cierto, Su Alteza estaba furioso esta mañana por su impuntualidad. ¿Van a decirnos por qué llegaron tarde? Al menos merecemos una respuesta —dijo con un tono arrogante, desafiando a Yin mientras el resto del grupo guardaba silencio.

Yin se detuvo. Sus ojos se clavaron en los de Xiunming, fríos e imperturbables. No mostró ninguna emoción.

—No creo que sea de tu incumbencia, Xiunming —dijo con voz calmada—. Y aunque lo fuera, dudo mucho que tu escasa inteligencia pudiera procesarlo.

El silencio que siguió fue tan denso como una tormenta a punto de estallar.




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