Viejo Xu, mejor conocido como el Gran Maestro Xu, era un hombre profundamente versado en las artes marciales y la magia. Para él, ambas disciplinas debían convivir en equilibrio absoluto. Si una persona poseía talento para ambas, debía aprender a dominarlas por igual, o corría el riesgo de perderse.
Sin embargo, para la sociedad, Xu no era más que un brujo. Un "gurú", lo llamaban con desprecio. Todo cambió tras un trágico accidente ocurrido veinte años atrás, cuando un ritual fallido acabó con la vida de muchas personas con dones mágicos. A raíz de ese desastre, el emperador decretó la prohibición total de la magia.
Manuscritos, libros, pergaminos... todo fue destruido. Nadie podía mencionar siquiera la palabra "hechizo" sin arriesgar la vida. Cualquiera que hablara de magia debía ser ejecutado. Ese era el castigo.
Cuando los tres hombres entraron en la cabaña, Wong Chuye los guió hacia la sala principal. Sobre una cama de madera, yacía el joven aprendiz que habían traído con urgencia.
—Maestro Xu, esto es lo que queríamos mostrarle —dijo Chuye con tono grave.
El anciano lo miró con atención. Entrecerró los ojos, frunció el ceño y se acercó lentamente al cuerpo inmóvil. Observó en silencio durante unos segundos, analizando con su mirada experta cada detalle.
Negó con la cabeza.
—Esto... esto es un problema serio —murmuró finalmente, con el rostro cargado de dudas.
—Lo sabemos —respondió Chen—. Por eso lo trajimos aquí. Ya no queda nadie más con tus conocimientos... de gurú y todas esas cosas.
Xu se agachó junto al joven y le tomó el pulso en la muñeca izquierda.
—Hmm... sus signos vitales están bien. Eso es bueno.
—¿Qué significa eso? —preguntó Chuye.
—Que no morirá. Y eso, para alguien de su edad, es bastante positivo.
El maestro guardó silencio por un momento, reflexionando. Luego alzó la vista.
—Díganme... ¿alguien más sabe de esto?
Ambos negaron con firmeza.
—Solo mis compañeros —respondió Zhao Chen—. Y están de acuerdo en mantener esto en secreto.
—Mejor así. Si el gobierno de Chan se entera, esto podría volverse un desastre —dijo Xu mientras continuaba examinando al joven. Revisó sus brazos, observó sus ojos cerrados, su piel pálida... No encontró nada anormal, salvo el color de su rostro, lo cual era típico en alguien poseído por un demonio.
—Estará bien. Solo necesita unos días —concluyó.
—Es bueno oír eso... —suspiró Chen, dejando caer los hombros aliviado. Pero Wong Chuye permanecía pensativo, sus cejas ligeramente fruncidas.
El maestro lo notó.
—¿En qué piensas, Chuye?
Chuye reaccionó, como si saliera de un trance.
—Maestro... estoy intentando entender por qué ocurrió esto. El muchacho es solo un estudiante, no tiene vínculos con deidades ni con fuerzas oscuras. Por lo que sabemos, es un campesino habilidoso con el kung fu... nada más.
El maestro asintió, sin interrumpir.
—No tiene sentido —añadió Chen—. A menos que... estuvieran practicando —dijo, refiriéndose a un posible ataque demoníaco.
—Pero aun así... no lo lastimaron. Es como si... —dudó.
—Como si se hubieran apoderado de él... y luego se dieran cuenta de que era la persona equivocada —terminó la frase Chuye, cruzándose de brazos.
—Exacto —murmuró Chen—. Entonces él no era el objetivo real.
Xu los observaba en silencio, permitiendo que sus antiguos alumnos llegaran a sus propias conclusiones.
—Aun así, es extraño. Un demonio no comete ese tipo de errores. Y si este dejó vivir al muchacho... entonces no era un demonio cualquiera —concluyó Chen, inquieto.
—Ugh... Qué confuso. Maestro, ¿qué opina usted? —preguntó, dirigiendo la mirada hacia el anciano, que permanecía sentado al lado de la cama.
Xu sonrió levemente.
—Ambos tienen razón —respondió con serenidad, aunque por dentro se sentía orgulloso de ver lo inteligentes —y guapos— que se habían vuelto sus exalumnos.
—Pero chicos, se les está escapando algo importante.
Los muchachos se miraron, confundidos.
—Un estudiante... un demonio... ¿un hechizo fallido? —pensaron al mismo tiempo.
Al notar la intriga en sus rostros, el anciano se levantó.
—Vengan. Quiero mostrarles algo.
Los condujo a la parte más alejada de la cabaña: una habitación amplia, repleta de polvo y telarañas. Pese al desorden, conservaba un aire sagrado.
Se detuvieron frente a una mesa angosta. Xu rebuscó entre papeles antiguos mientras hablaba:
—Ustedes están partiendo de la suposición de que el demonio se equivocó... o que simplemente estaba practicando. Pero...
Finalmente, sacó unos rollos de aspecto antiquísimo.
—¿Y si el muchacho no fue víctima de un error? ¿Y si estaba... destinado a esto?
Extendió los pergaminos sobre la mesa y los miró con seriedad.
—Lean. Tal vez encuentren las respuestas que están buscando.