Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 26

Caí en un sueño extraño, o al menos eso era lo que creía en ese momento. Lo supe por la forma en que el frío me envolvía sin doler. Estaba completamente vestida con un hanfu azul brillante, tan amplio y majestuoso que parecía propio de una emperatriz. Mis manos estaban cubiertas con suaves mangas bordadas, y mi cabello recogido en un peinado alto, adornado con finas perlas blancas y una delicada corona de cuernos pequeños. Cada adorno centelleaba como copos de nieve bajo el sol.

A mi alrededor, no había muros ni columnas que me sujetaran a la realidad. En su lugar, un campo infinito se extendía, cubierto de nieve pura, inmaculada. Los árboles, lejanos y silenciosos, estaban cubiertos por una manta blanca. Cristales de hielo flotaban en el aire, chocando suavemente entre ellos con un tintineo que rompía el silencio. Me abracé a mí misma, pero pronto noté que el frío ya no me afectaba. Era como si mi cuerpo hubiera dejado de necesitar calor.

—Bien... ya estoy muerta —murmuré, sin emoción. Mis pasos eran lentos y sin rumbo, como si flotara sobre la superficie nevada.

La voz de un hombre resonó detrás de mí, grave y autoritaria:

—Yin...

Me giré de inmediato. Ante mí se alzaba un hombre imponente, vestido con una túnica larga, hecha a su medida. El corte era sencillo pero refinado, propio de alguien de gran estatus. Su cabello caía suelto por la espalda, adornado con algunos ornamentos discretos. Había en él un aura serena, pero intimidante. Y aun así, cuando me sonrió, no pude evitar notar lo atractivo que era su rostro.

Extendió su mano hacia mí con una sonrisa cálida, pero no respondí al gesto. Él, al notar mi silencio, bajó lentamente la mano sin perder la compostura.

—¿Te gusta este lugar? —preguntó, señalando a nuestro alrededor—. Lo preparé especialmente para ti.

Fruncí el ceño, confundida. —¿Quién eres? ¿Qué es todo esto?

Una sombra de decepción cruzó su rostro.

—Veo que aún no me recuerdas... —murmuró, bajando la mirada—. Te esperé por mil años...

Levantó la cabeza con una sonrisa triste y comenzó a caminar despacio. Lo seguí sin pensarlo, aún atrapada por la extrañeza del entorno.

—Estás en Wǎngzhàn, el portal entre los tres reinos —explicó—. ¿No lo recuerdas?

Negué lentamente con la cabeza. —No sé de qué estás hablando. Esto no debería existir... Esto no es real.

Él suspiró.

—Desde que partiste, tu hermano, Shàngdì, ha caído en la tristeza más profunda. Ni siquiera la reina, su esposa, ha logrado consolarlo. La corte entera ha sentido tu ausencia... y yo... Yo he esperado pacientemente. He creado este rincón de cielo solo para ti. Para nosotros.

—¿Nosotros? —interrumpí, incrédula—. ¿Insinúas que tú y yo...?

—Sí. Tú y yo compartimos un destino... o al menos, eso creíamos antes de que la profecía nos separara.

Mi confusión aumentaba con cada palabra. Pero antes de que pudiera responder, una nueva voz irrumpió en la escena:

—¡Alteza!

Me giré para ver a una joven corriendo hacia mí. Su rostro me resultaba familiar, aunque no podía precisar de dónde. Se detuvo frente a mí y me hizo una reverencia profunda, respirando con agitación.

—Alteza... me alegra que esté bien —dijo con emoción en su voz.

Luego giró hacia el hombre que me acompañaba y también se inclinó ante él.

—Mis respetos, Alteza.

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó alzando la voz—. ¡Aún no es tu hora!

La miré, confundida. —¿Mi hora?

—Eres tú... otra vez —murmuró la joven, tomando mi mano con suavidad. Su energía era cálida, casi familiar. Al hacerlo, el hombre junto a mí sostuvo mi otra mano con fuerza.

—Tengo órdenes de devolverla —dijo la joven con determinación, mirando al hombre a los ojos—. Por favor, no interfiera.

—¡¿Por qué no pueden dejarla en paz?! —protestó él.

—Usted más que nadie lo sabe. La profecía debe cumplirse —respondió la joven, con una firmeza que no dejaba espacio a la discusión.

Aquello llamó mi atención.

—¿Profecía? —pregunté—. ¿Tú sabes algo sobre eso?

Ella me miró con urgencia, pero no respondió. Solo tiró suavemente de mí.

—Señorita, debe seguirme.

—¡No! —gritó el hombre—. ¡Te esperé mil años! No puedo volver a perderte...

La joven le sostuvo la mirada con firmeza.

—Conoce perfectamente las órdenes del rollo sagrado —dijo con voz baja, casi dolida—. Príncipe... suéltela.

El hombre suspiró largo y profundo. Sus dedos temblaron antes de dejarme ir. Y en ese instante, algo dentro de mí se rompió. Al separarme de él, un torrente de imágenes cruzó mi mente como relámpagos: escenas, emociones, rostros... recuerdos que, aunque sentía como míos, mi corazón no reconocía del todo. Un vacío profundo me atravesó el pecho. Por primera vez, sentí dolor.

—¿A dónde me llevas? —pregunté con voz temblorosa.

—Debe regresar —dijo la joven—. Su lugar aún no está aquí.

La seguí, aún aturdida. Caminamos en silencio hasta que una imponente cascada apareció ante nosotras. El agua caía desde el cielo como si fuera el borde del mismo universo.

—¿Cuándo apareció eso...? —murmuré, más para mí que para ella.

Al acercarnos, comprendí su intención. Me detuve en seco.

—¡Espera! ¡Por favor, hablemos! ¡No hay necesidad de hacer esto! —le supliqué con desesperación.

La joven se acercó y me sostuvo suavemente por los brazos. No sentí miedo. Por el contrario, su contacto me dio una inesperada calma. Como si pudiera confiar en ella.

—Oye... no juegues así con mis emociones —susurré, sintiendo cómo el control se me escapaba.

Ella me observó por unos segundos, con tristeza en los ojos. Luego colocó dos dedos sobre mi frente. Un cansancio abrumador me envolvió, y mis párpados comenzaron a cerrarse. Antes de que todo se volviera oscuridad, vi cómo una lágrima descendía por su mejilla.

—La veré pronto, Alteza...

Y entonces me dejé caer.

No luché.




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