Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 31

—Xiao Ba —advirtió el maestro Xu con gravedad en su voz—, ahora más que nunca debes protegerla. Cualquier sobresalto, cualquier emoción violenta... y las cosas pueden empeorar. Tu responsabilidad no es solo cuidarla, sino evitar que despierte antes de tiempo.

—Pero maestro... ¿su memoria puede volver? —preguntó Xiao Ba, aferrándose a una esperanza.

—Solo si las otras dos aparecen. Mientras las tres estén separadas, hay apenas un hilo de posibilidad. Pero si se encuentran... —Xu desvió la mirada hacia la puerta—, el riesgo no es solo para ella, sino para todos nosotros.

En ese momento, el anciano abrió la puerta y dejó pasar a los demás jóvenes que esperaban afuera con el corazón encogido.

—¡Maestro Xu, qué tiene Yin! —preguntó Zhao Chen, sin poder contener su angustia.

—Silencio —le reprendió Wong Chuye con un gesto de la mano—. No perturbes su descanso.

Xiao Ba se adelantó, con el rostro sombrío.

—Supongamos que las tres se encuentran... ¿qué pasaría? ¿Qué es lo peor que podría ocurrir?

Yenih, que hasta entonces había permanecido en silencio, dio un paso al frente.

—¿Se refieren a lo que mi ama es...? —murmuró con seriedad—. No sé todo, pero conozco lo suficiente para entender que Yin no es como los demás.

Zhao Chen la miró, desconcertado.

—¿Pero qué demonios está pasando? Parece que todos aquí saben algo menos nosotros. —Se giró hacia Chuye, quien compartía su confusión.

Antes de que alguien pudiera responder, un grito desgarrador estalló desde la habitación. Era un sonido que no parecía humano, una mezcla entre un rugido y un lamento cargado de desesperación y furia.

Todos corrieron de inmediato.

Allí, sobre el futón, el cuerpo de Yin se estremecía con violencia. Su piel comenzaba a liberar vapor denso, y marcas incandescentes aparecían en sus brazos y cuello como si el fuego brotara desde sus venas. Las sábanas estaban siendo arrancadas por sus propias manos. Su torso se arqueaba al aire, como si algo invisible la jalara desde el interior.

—¡Maestro Xu! ¡¿Qué le está pasando?! —gritó Zhao Chen, paralizado por el pánico.

—Está teniendo otro ataque... pero este es diferente —murmuró Xiao Ba, boquiabierto, intentando mantenerse firme.

Xu se lanzó hacia Yin, murmurando palabras antiguas en un dialecto que solo los maestros de las estrellas conocían. Movió las manos intentando conjurar un hechizo de marioneta espiritual para contenerla, pero el aura de Yin lo rechazó como una ola de energía brutal.

Era más poderosa de lo que nadie imaginaba. Más de lo que Xu mismo recordaba. Aquello que ardía dentro de ella no era humano.

—¡Haga algo! —suplicó Yenih, arrodillándose junto a la cama, mientras los gritos de Yin retumbaban por toda la cabaña.

Fue entonces cuando los cuentos prohibidos de la capital tomaron forma en sus mentes: la historia de una bestia que dormía en cuerpo humano, sellada en la montaña celestial, oculta del mundo... ¿Yin era esa bestia?

Su cuerpo temblaba con tal fuerza que el suelo vibraba. De pronto, su grito cesó... y una energía oscura emergió de su pecho, expandiéndose como una onda. El aire se volvió espeso, irrespirable. Todos en la habitación, excepto Xu, comenzaron a asfixiarse, como si unas manos invisibles les cerraran la garganta. Cayendo de rodillas, los jóvenes intentaban respirar, pero era inútil.

Justo cuando sus ojos comenzaban a cerrarse por la falta de oxígeno, un destello de luz atravesó el aire como una lanza. La habitación se inundó de una energía brillante, cálida y poderosa.

De esa luz emergió una figura femenina. Vestía de blanco puro, desde los pies hasta el cuello, y su rostro resplandecía con una belleza sobrenatural. No caminaba, flotaba, como si la gravedad no la tocara.

Sin pronunciar palabra, unió sus manos e invocó una esfera de energía dorada, que creció hasta envolver la habitación. Pequeños rayos crepitaban en el aire como relámpagos contenidos. La opresión desapareció. Los presentes cayeron al suelo, recuperando el aliento mientras la energía oscura que emanaba de Yin se desvanecía lentamente.

La mujer se acercó a Yin con pasos solemnes. Extendió la mano y recitó un antiguo encantamiento. Una luz azul emergió de sus dedos, envolviendo el cuerpo de la joven. Sus ojos, antes teñidos de un azul antinatural, comenzaron a recobrar su color original, y su respiración se estabilizó.

Las marcas en su piel seguían ardiendo, pero ya no sangraban energía oscura. Con delicadeza, la mujer tocó la frente de Yin con la yema del dedo. Una onda etérea, como un eco visual, se expandió en el aire. El vapor se desvaneció. Las quemaduras comenzaron a curarse.

Entonces, la joven de blanco se arrodilló frente a ella y colocó ambas palmas sobre el suelo, en una reverencia profunda.

—Mi señora —susurró con voz cargada de devoción—, lamento llegar tarde. Lamento no haber estado cuando más me necesitó. Pero le ruego... aún no es el momento.

Su voz era melancólica, como un canto antiguo.

—La extraño más de lo que las palabras pueden explicar. Las cosas en Wǎngzhàn están fuera de control. Su hermano, el emperador, ha tenido una recaída... y su esposa ha dado a luz a un niño que la corte celestial se niega a reconocer. En el reino demoníaco, el emperador ha hallado el núcleo del sello dorado. Está levantando un ejército para desafiar al cielo. Si usted despierta ahora... Aiton lo sabrá. Y entonces, no habrá marcha atrás.

La mujer contuvo el llanto, respiró profundamente y se inclinó siete veces ante ella. Luego, se sentó junto a la cama y tomó las manos de Yin entre las suyas.

—Por favor, mi señora... aguante un poco más.

La joven cerró los ojos y comenzó el proceso de reanimación. Canalizó su propia energía vital a través de sus palmas, pasándosela a Yin como si compartiera el aliento mismo de la vida. La habitación quedó en absoluto silencio, con solo el sonido sutil del flujo de energía y el temblor de las paredes conteniendo la magia que se agitaba en lo profundo.




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