Mientras Xiao Ba continuaba caminando al lado de la Sinsaya, sintió que el peso de sus pensamientos comenzaba a disiparse poco a poco con las respuestas que ella le ofrecía. Sin embargo, ese instante de calma fue interrumpido por un grito agudo y conocido.
—¡XIAO BA, MUJER RARA! —se oyó la voz de Yenih a lo lejos, corriendo hacia ellos con gran agitación.
Ambos se giraron al mismo tiempo, alarmados. Desde la distancia, la vieron agitar los brazos desesperadamente, pero no lograban entender qué decía. Decidieron esperar a que se acercara, y cuando finalmente llegó, su respiración agitada apenas le permitía hablar.
—¡Yin... Yin despertó! —logró decir finalmente con voz entrecortada.
—¿Qué? ¿Cuándo? —exclamó Xiao Ba, con los ojos abiertos de par en par.
—No lo sé. Cuando fui a revisar su temperatura, ya estaba despierta... estaba sentada sobre la cama —explicó ella, aún jadeando.
Xiao Ba no esperó un segundo más. Apenas oyó la confirmación, echó a correr en dirección a la cabaña, con los demás siguiéndolo de cerca. Pero al llegar a la habitación, se encontraron con una sorpresa: Yin no estaba allí.
—Debe estar con los demás —dijo Yenih, tratando de recuperar el aliento.
Y efectivamente, al salir al patio, la vieron sentada bajo la sombra del gran árbol junto a los demás. Wong Chuye le ofrecía una taza de té, y el viejo Xu y Zhao Chen la observaban con la esperanza de que dijera algo. Había cierta gracia en aquella escena: todos contenían la respiración, como si temieran perturbarla. Pero al mismo tiempo, era inevitable sentir preocupación. Aunque el rostro de Yin parecía sereno, sus ojos hablaban con otro lenguaje: miedo y melancolía.
—¿Yin, te sientes bien? —preguntó Xiao Ba, acercándose con cautela.
Ella alzó la vista lentamente, y una suave sonrisa se dibujó en sus labios.
—Estoy bien. Gracias por preguntar.
La Sinsaya se quedó de pie a un lado del maestro Xu. En cuanto Yin la vio, su expresión cambió y frunció el ceño.
—¿Qué hace ella aquí?
Zhao Chen, que estaba a su lado, se inclinó hacia ella y susurró:
—Fue ella quien te ayudó a despertar.
Yin la miró con más atención. Aquel rostro no le era del todo desconocido. Ya la había visto antes, pero seguía sin comprender la conexión. Aun así, aunque no supiera quién era o por qué siempre aparecía cuando más vulnerable se sentía, decidió agradecerle con la formalidad que su noble crianza le exigía. Se levantó con lentitud, hizo una leve reverencia y murmuró:
—Gracias por tu ayuda.
La Sinsaya respondió con una profunda reverencia, una que parecía más propia de alguien que se postra ante la divinidad.
—Siempre será un honor servirla, mi señora...
—Eh... ¿alguien tiene hambre? —interrumpió Xiao Ba de forma abrupta, tomando del brazo a Wong Chuye y a la Sinsaya—. Vamos adentro, seguro hay algo caliente para comer.
Yin lo miró, confundida por su actitud extraña, pero los demás captaron rápidamente su intención: desviar el tema antes de que Yin empezara a hacerse preguntas. El ambiente cambió de inmediato.
Una vez dentro, Xiao Ba cerró la puerta y se volvió hacia los dos.
—Escucha —dijo, mirando directamente a la Sinsaya—. Mientras estés aquí, no puedes decirle nada a Yin sobre... ya sabes, lo que es. Nada de su origen ni de la profecía.
—No pensaba hacerlo. No me corresponde —respondió ella, tranquila.
—¡Pero siempre la llamas "su alteza" o "mi señora"! Si sigues así, va a sospechar. Yin podrá no recordar muchas cosas... pero es lista. Muy lista.
—Tiene razón —añadió Wong Chuye—. Si no quieres contarle la verdad, al menos llámala por su nombre. No creo que le moleste.
—No tengo permitido hacer eso —replicó ella con firmeza.
Ambos chicos se miraron, frustrados. No sabían cómo hacerle entrar en razón.
—Ugh... esto va a ser complicado —murmuró Xiao Ba, llevándose la mano a la frente—. ¿Te quedarás mucho tiempo?
—No puedo quedarme —respondió la Sinsaya, negando suavemente con la cabeza—. No sin una autorización.
Poco después, regresaron con los demás. Yin conversaba tranquila, aunque su tono seguía apagado. Mientras el sol descendía en el cielo y los colores dorados del atardecer teñían el paisaje, la Sinsaya se despidió... en silencio. No dijo palabra. Esperó a que todos estuvieran distraídos, y se desvaneció entre los árboles como si nunca hubiese estado allí.
Yin, por su parte, no notó su ausencia. Desde el incidente con el Primer Príncipe, su cuerpo seguía débil, y la fatiga la invadía como si llevara siglos despierta. Xiao Ba y Yenih la ayudaron a volver a la mansión, evitando contarle a su madre lo ocurrido. Inventaron una historia sencilla, lo suficiente para distraerla mientras Yin se recuperaba.
Ya en casa, Xiao Ba organizó todo con precisión. Ordenó que se sirviera comida caliente, pidió ropa limpia, y mandó preparar un baño. Mientras tanto, dos jóvenes esclavas se encargaban de masajear a Yin, cuyo cuerpo aún resentía el último ataque. Xiao Ba lo había visto con sus propios ojos: el dolor que ella soportaba cada noche de luna llena no era algo que se pudiera ignorar. Y si estaba en sus manos aliviarlo, lo haría.
Aquella noche, Xiao Ba no abandonó la habitación. Permaneció allí, sentado junto a su cama. Verla dormir con respiración tranquila era lo único que le devolvía la calma. Sus hermanos, al enterarse, protestaron de inmediato.
—¡No puedes quedarte a dormir allí! ¡No es apropiado! —lo reprendieron.
Pero él cerró la puerta sin decir una palabra, dejándolos afuera con sus reglas y su indignación. El único sonido que quedó fue el cantar de los grillos y la respiración suave de Yin, como un bálsamo sobre sus pensamientos oscuros.
Durante la noche, se mantuvo despierto. Se asomó al balcón y contempló el cielo sin luna, envuelto en silencio y viento frío. Las cortinas bailaban con cada ráfaga, mientras los árboles se resistían con obstinación al juego del viento. Sus hojas caían como si la noche les arrancara un pedazo de vida, anunciando que la próxima estación estaba cerca.