Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 39

El aroma del té se deslizaba entre los silencios pesados del jardín imperial. Me mantenía serena, al menos por fuera. Yenih estaba de pie junto a mí, al igual que otras sirvientas al servicio de la emperatriz. Su rostro, sutilmente divertido, dejaba entrever lo mismo que pensaba yo: escuchar conversaciones formales entre adultos podía ser un auténtico suplicio.

Las únicas que hablaban eran mi madre y mi tía, la emperatriz, envueltas en temas de palacio y cortesía. Mi incomodidad, sin embargo, no tardó en hacerse evidente, y pronto la voz de la emperatriz me sacó de mi ensimismamiento.

—Yin, ¿ya has pensado en tu futuro?

Sentí cómo esa pregunta me desgarraba por dentro. ¿Pensar en el futuro? Si tan solo ella supiera cuánto me desvelaban esas ideas. Me llevé la taza de té a los labios, fingiendo calma, deseando que no insistiera. Pero lo hizo.

—Sería bueno que empezaras a trabajar en tu comportamiento. Ya sabes, una mujer debe ser modesta, educada y delicada como una flor. Además, ya estás en edad para casarte. ¿Lo has considerado? Es momento de que honres a tu familia como una buena hija y muestres gratitud por todo lo que han hecho por ti.

Tragué el té, dejando que el amargor reemplazara las palabras que no quería pronunciar. Aun así, no pude quedarme callada:

—Emperatriz, con respeto, no creo que deba casarme para honrar a mi familia. Existen muchas formas de demostrar gratitud hacia mis padres.

Mi madre intervino de inmediato:

—Yin, cuida tus palabras frente a la emperatriz.

Pero mi tía levantó una mano, calmando el ambiente con elegancia.

—Tranquila, hermana. Yin no me ha ofendido. Solo intenta defender su manera de ver el mundo. Pero créeme, querida —me miró con una dulzura casi inquietante—, el futuro que te espera es más hermoso de lo que imaginas.

Después de unos minutos, pedí permiso para retirarme. Mi madre asintió. Caminé junto a Yenih hasta estar lo bastante lejos como para respirar en libertad.

—Uff... creí que nunca me dejarían ir —murmuré, aliviada.

Yenih soltó una risa disimulada.

—Yin, pareces alérgica a la idea del matrimonio.

Le lancé una mirada de advertencia sin decir palabra, lo que solo hizo que se riera más.

Cruzamos el gran jardín dorado hasta toparnos con una figura conocida: Jin Xiao, el tercer príncipe legítimo y uno de mis más antiguos amigos desde que llegué al palacio.

—¡Xiao! —exclamé alzando una mano.

Él hizo lo mismo, sonriendo al verme.

—¡Yin! Qué alegría verte.

Yenih se inclinó respetuosamente ante él, y él, con gentileza, aceptó su saludo. Luego seguimos caminando juntos.

—Mi hermano Hao me contó que estuviste enferma —dijo Xiao con un gesto de pesar—. Lamento no haberte visitado.

—No te preocupes, me basta con verte ahora.

—Lo sé... Por cierto, ya tienes que apuntar la fecha de mi cumpleaños. Cumpliré la mayoría de edad en unos meses.

—¿En serio? ¡Qué rápido pasa el tiempo! —respondí acariciándole el cabello oscuro y brillante—. Me alegra tanto verte feliz, Xiao.

Él bajó la mirada, un tanto más serio.

—Han pasado muchas cosas desde que caíste en cama, Yin. Aún me cuesta aceptar lo que mi hermano intentó hacerte. Nunca lo perdonaré.

—Xiao, tú no tienes la culpa de las acciones de tu hermano —le dije con suavidad.

—Pero no lo entiendo. Crecimos juntos... ¿cómo pudo actuar de forma tan ruin?

—Vaya, mírate hablando como un viejo consejero —bromeé para aligerar la tensión.

Reímos mientras caminábamos hasta una pequeña fuente de agua, donde nos detuvimos a descansar.

—Supongo que ya te enteraste de algunas sorpresas del reino, ¿cierto?

—¿Me tomas por adivina? —respondí con una sonrisa burlona.

—Para una chica que estuvo más de una semana en cama, estás bastante informada.

—Pues... sé que el emperador tiene una nueva concubina, Aiko. También que tu hermano fue desterrado al este, que tu hermana enfermó, que las casas Wang y Chen están enfrentadas otra vez y que el norte y el sur están al borde de la guerra. ¿Eso cuenta?

Jin Xiao me miró sorprendido, como si no pudiera creer que estuviera tan al tanto. Pero también vi en sus ojos que había algo más. Algo que yo aún no sabía.

—Estás bien informada, Yin.

—Para nada. Apenas sé noticias viejas.

—Y sin embargo... no sabes lo más importante.

—¿Lo más importante?

Xiao miró hacia ambos lados, atento a los guardias. Me hizo un gesto para que lo siguiera hasta sus aposentos. La conversación debía continuar lejos de oídos ajenos.

Una vez allí, me invitó a sentarme. Sobre la mesa había una tetera con tazas perfectamente alineadas. Rompí el orden y serví té en dos de ellas. Hicimos un brindis silencioso.

—¿Y cómo está tu padre, Xiao?

Soltó una risa seca.

—No lo sé. Supongo que feliz con su nueva joya, Aiko. Hace días que no lo veo, ni siquiera en las comidas familiares.

—Vaya, estamos igual. Hace semanas que no veo al mío.

—Hace dos días tu padre envió un reporte a mi padre sobre la situación en el campamento... No escuché todos los detalles, pero parece que las cosas allá están empeorando, Yin.

Dejé la taza a medio camino de mis labios.

—¿Empeorando? ¿Qué tan grave es?




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