Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 42

Pasé el resto de la tarde intentando descifrar el contenido del libro. Sin embargo, lo más frustrante era que estaba escrito en una lengua completamente desconocida para mí. Jamás había visto semejantes caracteres. Tenían un aire antiguo, casi místico. Las páginas estaban adornadas con delicadas ilustraciones hechas con pincel de punta fina; cada trazo estaba meticulosamente ejecutado, lo que me hacía pensar que quien lo escribió recibió una educación estricta o, al menos, una formación artística muy refinada.

—¡Yin! —la voz de JinXi resonó desde el pasillo—. La cena ya está lista. Madre quiere que te reúnas con nosotros.

—Ah... Claro, JinXi. Ya voy —cerré el libro con rapidez y lo escondí debajo de la cama. Luego salí de la habitación.

Afuera, me esperaba la pequeña Xyn con su sonrisa traviesa de siempre, esa que parecía dibujada en su rostro como si nunca desapareciera. Su cuerpecito oscilaba de un lado a otro en el mismo sitio, inquieta.

—¿Por qué estás tan contenta?

—Hmm... no lo sé. Tal vez tú deberías decírmelo, hermanita —rió con picardía, tomó mi mano y me arrastró hacia el comedor.

Ahí estaban ya mi madre y mis dos hermanos mayores, sentados a la mesa. La comida estaba servida, y las tazas de té aún humeaban.

—Hija, al fin llegas. Ya íbamos a empezar sin ti —dijo madre con una sonrisa.

Me senté junto a Xyn, quien no dejó de sonreír ni un segundo. El ambiente era inusualmente alegre, demasiado para una simple cena. Todos se miraban entre sí con expresiones cómplices y contenidas, como si compartieran un secreto. Tal vez yo era la única que no entendía nada. O tal vez, simplemente, no era capaz de compartir esa alegría.

Tras unos minutos de incomodidad viendo cómo todos intercambiaban sonrisas sin decir palabra, decidí servirme y empezar a comer. Los demás me siguieron, imitando mis movimientos, como si yo marcara el ritmo de una danza silenciosa. Pero ya estaba harta del jueguito.

—¡Ya basta! —dejé caer los palillos con fuerza sobre el cuenco. Todos se sobresaltaron ligeramente en sus asientos—. ¿Alguien va a decirme qué demonios está pasando?

El silencio se hizo aún más pesado. Se miraban unos a otros, esperando que alguien tomara la palabra.

—¿Entonces? ¿No van a decirme qué ocurre?

JinXi pareció reunir el valor para hablar, pero agachó la cabeza justo cuando iba a abrir la boca. Finalmente, fue madre quien rompió el silencio.

—Yin... la razón de nuestra alegría eres tú.

—¿Yo? No entiendo... ¿qué hice?

Chanzu intervino con una sonrisa que parecía tan satisfecha como misteriosa.

—No te hagas la desentendida. Ya lo sabemos todo... y muy pronto lo sabrán todos.

—¿Saber qué? —pregunté con el ceño fruncido.

—Tu compromiso —dijo la pequeña Xyn alegremente—. El emperador informó a madre que tu compromiso con el príncipe heredero de Liang ya es oficial.

—Estamos muy contentos, hija. No sabes la alegría que sentimos al saber que has aceptado este matrimonio.

—Quién lo diría... Yin, futura emperatriz de Liang. Madre de toda una nación —vaciló Chanzu con tono burlón.

Mientras todos hablaban, sonreían y se mostraban entusiasmados, yo permanecía en completo silencio. No grité. No lloré. No arrojé nada. Pero por dentro... solo había vacío. ¿Acaso nadie lo notaba? ¿Nadie entendía que aquello que los hacía tan felices a mí solo me pesaba?

Claro... olvidaba que la única anormal era yo.

Me levanté sin decir una palabra y salí de la sala, dejando tras de mí los murmullos desconcertados de mi familia. Seguramente se preguntaban si habían dicho algo malo. La verdad, no lo sabría explicar ni aunque quisiera.

Volví a mi habitación y me senté en la cama. No me sentía ni enojada ni triste. Mi mente estaba serena. Entonces, ¿por qué me fui?

Toc, toc.

—¿Yin? ¿Estás ahí? —reconocí la voz de Xiao Ba y me levanté a abrirle.

Traía en sus manos una bandeja con el resto de mi cena y la taza de té aún llena.

—No era necesario. No tengo hambre —dije, dándome la vuelta.

—Lo sé. Pero necesitaba una excusa para venir a verte —respondió con una sonrisa tranquila.

Me senté en la cama y saqué el libro escondido. Xiao Ba se acomodó frente a mí y, sin decir mucho más, empezó a comer de mi bandeja mientras miraba el extraño libro con curiosidad.

—¿Estás molesta? —preguntó con la boca llena.

—No. ¿Por qué lo estaría?

—Entonces... ¿por qué saliste así, sin decir nada? Fue algo descortés, ¿lo sabías?

Me quedé en silencio unos segundos.

—No lo sé... supongo que simplemente me pareció ridículo. No quise seguir escuchando.

—Eso no es razón para dejarnos con los platos servidos y las bocas abiertas —rió—. Pero bueno, ya no importa.

Señaló el libro con la barbilla.

—¿Qué tienes ahí?

—¿Recuerdas cuando me desmayé y me llevaste con el maestro Xu? —asintió—. Ese día, antes de irnos, él me habló de este libro. Me dijo que en él encontraría las respuestas que tanto busco.

—Suena... a magia —comentó, aún masticando.

—Tal vez. Lo sabré cuando logre leerlo.

—¿Y qué estás esperando?

—Está escrito en un idioma que nunca he visto. Primero necesito averiguar de qué lengua se trata.

Xiao Ba terminó de comer, se limpió con un pañuelo y siguió preguntando:

—¿Y cómo lo conseguiste? Me imagino que no fue fácil.

—Le pedí ayuda a Xiao. Él siempre anda de viaje, así que pensé que podía encontrar algo. Y lo hizo. Pero... lo extraño fueron las personas con las que se topó.

—¿Personas extrañas? ¿Por qué?

—Porque todos decían lo mismo —hice una pausa, como buscando las palabras exactas—. Que por nada del mundo este libro debía caer en manos de las... Portadoras. Según un anciano, ellas podrían... despertar.

El gesto de Xiao Ba cambió de inmediato. Frunció el ceño y se irguió, con la espalda tensa. Lo observé con atención, sorprendida por su reacción.




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