Después de pensarlo, supe que no podía quedarme esa noche en la mansión. Escribí una carta a mi padre informándole de la muerte de mi madre y pedí a uno de los guardias que la entregara, sin importar lo que costara. Tomé mi abrigo y el libro, preparé mi caballo y partí sin avisar a mis hermanos.
Desde lo ocurrido, algo dentro de mí había despertado. Podía escuchar pensamientos ajenos sin querer, y por eso necesitaba alejarme. No sabía a dónde ir a esas horas, pero solo un nombre cruzó por mi mente: el viejo Xu.
Sí, sé que es descortés molestar a un anciano a estas horas, pero no podía ir con Zhao Chen ni con Wong Chuye. Ellos tienen cosas más importantes que atender, no podía cargarles mis propios problemas.
—¿Yin? —dijo el viejo Xu con un bostezo, entreabriendo los ojos, medio dormido—. Realmente no esperaba que fueras tú.
—¿No estaba dormido?
—Ash, no me hagas caso. Entra. Y no te asustes por el desorden, tuve un día difícil —me instó a pasar.
—Viejo Xu... digo, maestro Xu —me corregí con rapidez—. Lamento interrumpirlo a estas horas. Es solo que...
—Shu, shu... tranquila —me interrumpió con un gesto—. No tienes que explicarme. Sé lo que pasó.
Lo miré, confundida.
—¿Está bromeando? Ni siquiera le he contado... ¿Cómo va a saber lo que ocurrió?
Suspiró y estiró los brazos al aire, como si aún estuviera sacudiéndose el sueño.
—Supongo que no vine en buen momento. Será mejor que me vaya —me giré para salir, pero antes de cruzar la puerta, me tomó del brazo y me detuvo.
—Oye, espera. ¿No quieres saber cómo supe lo de tu madre?
Lo miré en silencio, aún sin comprender del todo, pero la curiosidad me obligó a quedarme.
Me ofreció asiento y preparó un poco de té. El vapor que salía de las tazas llenó la cabaña de un aroma suave y cálido. Supuse que era uno de esos tés curativos que usan los gurús. No me importaba. Lo cierto es que al beberlo, mi mente se despejó y por primera vez en horas sentí que podía respirar con claridad.
—Dime, ¿cómo están tus hermanos? —preguntó Xu tras dejar su taza vacía sobre la mesa.
—Es difícil —respondí—. Hace unas horas estábamos cenando todos juntos. Estaban tan contentos por mi compromiso con el príncipe de Liang... y ahora resulta que esa fue la última cena con mi madre.
Hablarlo me ayudó a soltar el peso que me oprimía el pecho. El maestro Xu me escuchó en silencio. Ni un bostezo, ni una interrupción. No recuerdo todo lo que le conté, pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía hablar como lo haría con mi madre.
—Debe ser muy difícil, Yin. Tu madre era una mujer excepcional. Una madre dedicada y una buena esposa.
Asentí, sin decir nada más.
—Lo sé... —susurré finalmente.
Pero entonces recordé los resultados del médico, lo que vi en su cuerpo, las voces en mi cabeza, y cómo sentí las emociones de todos a mi alrededor.
—Maestro Xu... vine aquí porque en realidad necesitaba comentarle algo. No conozco a nadie más que sepa de artes mágicas —saqué el libro y lo coloqué sobre la mesa.
Xu lo miró y soltó un largo suspiro. Sacudió la cabeza con un gesto tenso. Esa reacción no me tranquilizó. Recordé la forma en que Xiao Ba se alteró al verlo... y lo que dijeron los ancianos que él encontró.
—¿Sucede algo? —pregunté.
—No pensé que en verdad lo encontrarías...
—Bueno, usted dijo que encontraría respuestas en este libro. Así que le pedí ayuda a Xiao para hallarlo.
—¿A Xiao? ¿Te refieres al tercer príncipe?
Asentí, y el viejo Xu me miró con preocupación.
—Viejo Xu... Desde que tiene el libro, no ha dejado de mostrarse nervioso. ¿Qué ocurre?
Xu se levantó con calma y me hizo una señal para que lo siguiera. Lo hice, aunque era cerca de la medianoche y el calor era inusual para esa hora. El clima no me afectaba mucho, pero aún así podía sentir cómo tensaba mis músculos. Ver al anciano temblar ligeramente confirmó lo intenso de la temperatura.
—¿Está loco? Se va a enfermar. ¿Por qué salimos?
Él se giró y sonrió.
—No subestimes a un anciano como yo, señorita. No sabes las sorpresas que aún guardamos.
Solté un largo suspiro y continué siguiéndolo. Caminaba ni muy cerca ni muy lejos. A esas horas, solo una antorcha alumbraba nuestro paso, así que iba con cuidado para no tropezar.
¿Y ahora qué piensa hacer este viejo? me quejé mentalmente, mientras lo veía adentrarse más allá del patio trasero de su cabaña. Cruzamos el límite y nos internamos en el bosque.
El maestro Xu no se detenía. Caminó durante varios minutos, hasta que llegamos a un río caudaloso. Su origen provenía de una alta cascada, y su destino era otra más abajo, oculta por la espesura del bosque.
El ímpetu de la corriente era brutal. Solo imaginar que un pie en falso me arrastraría hasta perderme para siempre, me hizo retroceder un paso y estremecerme.
—Está realmente loco —murmuré.
Me giré y lo vi detrás de mí, quitándose la túnica exterior. Quedó vestido solo con una túnica blanca sencilla.
—¡Oiga! ¡¿Cómo se le ocurre quedarse así con este frío?! ¡Se puede enfermar!
—Te lo repito: no me subestimes. Este viejo aún tiene bastante poder.
Ajustó su túnica y luego se colocó un lazo blanco de protección. Ese tipo de lazo era usado por los miembros del clan celestial. Pero que yo supiera, Xu había abandonado esa orden hace años. ¿Por qué aún lo usaba? ¿No era eso una falta de respeto?
Mientras él se preparaba, me detuve a admirar el paisaje. A pesar de la hora, el bosque era hermoso. Cerré los ojos, dejándome llevar por el sonido del agua rozando las piedras, el ulular de los búhos y el canto de los grillos. En segundos, una melodía se formó en mi mente, suave y triste, pero reconfortante.
—Yin —dijo Xu, llamando mi atención—. Necesito que vengas... y que traigas el libro.
Asentí y me acerqué con cuidado. Cuando llegué a su lado, nos sentamos frente a frente, con las piernas cruzadas. Le entregué el libro, que él abrió por la mitad y colocó entre ambos.