Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 48

—¿A qué te refieres, Yin?

Mientras Xiao Ba la interrogaba, en la mente de Yin se tejían pensamientos más profundos. Calculaba cada paso, cada decisión. Sabía que las cosas estaban tomando un rumbo complicado, y que si no era cuidadosa, sus seres más cercanos podrían salir heridos. Tenía deudas que saldar... pero debía hacerlo sin arrastrar a nadie al dolor.

—¿Yin? ¿Me estás escuchando?

Antes de que ella respondiera, uno de los guardias que custodiaban la mansión se aproximó.

—Disculpad la interrupción, joven amo —dijo, haciendo una reverencia—. Hay una anciana en la entrada que desea hablar con la señorita Yin.

Apenas Yin leyó los pensamientos del guardia, supo exactamente quién era y por qué había venido. Su expresión cambió sutilmente.

—Xiao Ba —dijo con tono firme—, necesito que te quedes con el viejo Xu. No me sigas.

—¿De qué hablas? ¡Tengo que ir contigo! ¿Y si algo te pasa?

—Muchacho, hazle caso a Yin —intervino el maestro Xu con seriedad—. Si ella dice que debe ir sola, hay una razón.

Yin no esperó más. Salió caminando con paso seguro, cruzó la primera línea de seguridad de la mansión y, al llegar a la entrada principal, la encontró allí. Tal como había intuido, la anciana esperaba en silencio.

Ambas se inclinaron con respeto, Yin como señal de cortesía a una maestra que le había servido en vidas pasadas.

—Dime, Shioko... ¿por qué estás aquí? —preguntó, aunque la respuesta ya la conocía.

—Mi señora —respondió la anciana con serenidad—, he venido a pagar mi última deuda con usted.

Yin asintió en silencio. Ordenó que trajeran un carruaje. Saldría a dar un paseo con la maestra, sin escoltas. Poco después, cruzaron el bullicioso mercado de la capital, salieron por la puerta de la ciudad y se adentraron en el bosque. Allí, descendieron del carruaje y continuaron a pie, solas.

—Dime, Shioko —preguntó Yin mientras caminaban entre los árboles—, me has sido leal por más de una vida. ¿Qué te hace querer terminar de esta forma?

La anciana sonrió con una expresión de paz. Se detuvo y agachó la cabeza.

—Mi señora... no pensé que recordara. Me dijeron que su memoria aún no estaba del todo clara.

—Así es —respondió Yin—. Aunque la transformación ya ha comenzado, aún hay recuerdos que me son confusos. Supongo que los recuperaré con el tiempo. —Hizo una pausa—. Pero eso no responde mi pregunta.

Shioko alzó la mirada y suspiró profundamente.

—Mi señora... en esta vida, y en la siguiente, le debo más de lo que podría saldar. Servirle fue el mayor honor que se me otorgó. Pero sé que mi tiempo ha terminado. Antes de que mi secta me condene por romper los votos, prefiero retirarme con dignidad.

—¿Con dignidad? —repitió Yin con tono neutro—. En tu secta, morir en manos de una Deidad es una deshonra. Te lo pregunto de nuevo, Shioko... ¿qué te impulsa a elegir este final?

Entonces, la anciana abrió su mente por completo. Yin accedió a sus pensamientos y vio lo que ella callaba: había quebrado los votos sagrados de su secta, revelando secretos que juró proteger para evitar que el poder de las Portadoras regresara al mundo. Al romper ese juramento, sabía que no podía volver atrás. Prefería morir a ser juzgada por los suyos.

—Lo entiendo... —murmuró Yin con un dejo de tristeza. Shioko había sido leal durante siglos, acompañándola vida tras vida, intentando ayudarla a cumplir su misión. Según el Rollo Sagrado, esta era la última oportunidad... pero para Shioko, el ciclo ya había terminado.

Yin dio un paso al frente y canalizó su energía. Tomó control del cuerpo de la anciana, guiándolo como una marioneta. Shioko no opuso resistencia. El poder de Yin superaba cualquier defensa que la mujer pudiera tener. Sus rodillas se doblaron, y agachó la cabeza con respeto. Juntó las palmas en un gesto ritual y comenzó a recitar el WodoShaqui, una oración antigua para transferir poder antes de morir.

Cuando terminó el canto, Yin la obligó a tomar su espada y realizar el acto final: cortarse la garganta con su propia mano. La sangre corrió sin detenerse. Murió en segundos.

—Si vas a morir, que sea con la frente en alto —dijo Yin con solemnidad.

Lo hizo pasar por un suicidio honorable, para que su nombre no fuera manchado. Para que la recordaran como una mujer valiente, no como una traidora.

Luego se arrodilló junto al cuerpo, sopló suavemente sobre sus labios y con ello liberó su alma hacia los cielos. Alzó la vista y una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro.

—Lo hiciste bien, mi querida amiga. Nos volveremos a ver... en la próxima misión.

El viento comenzó a soplar y el cuerpo de Shioko se desvaneció, convirtiéndose en polvo.

Yin percibió una presencia tras ella. Reconoció el aura antes de girar: era una de sus creaciones. La Sinsaya Mayor.

—Saludos, mi señora —dijo la guardiana, inclinándose profundamente.

Yin la observó en silencio por unos segundos.

—Desde mi transformación no supe nada de ti. Se supone que debías estar allí.

—Mi señora, no tengo excusas... pero su hermano...

—¡No uses a mi hermano como escudo! —interrumpió con frialdad—. A quien debes obedecer es a mí. No a él. Yo te creé. Yo soy tu señora.

La Sinsaya cayó de rodillas.

—Le fallé... mátame aquí mismo, mi señora.

Yin se acercó y tomó su rostro entre las manos. Al instante, la guardiana comenzó a retorcerse en el suelo. Sus músculos ardían en humo blanco, sus extremidades se contraían de dolor. Aunque su cuerpo suplicaba, ella no se atrevió a emitir un solo grito.

—Recuerda esto: solo tenemos una oportunidad. No podemos fallar. La próxima vez que mi hermano te ordene algo, recuerda quién es tu dueña. Yo, Yin, Portadora y Guardiana de la Gema del Invierno, hija mayor de Changué, te autorizo a desobedecer cualquier orden celestial. Solo me respondes a mí.

Yin soltó su rostro. La Sinsaya se quedó tendida unos segundos antes de incorporarse. Una luz celestial descendió sobre ella y, en un destello, desapareció, trasladada al reino divino.




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