Mientras Yin mantenía la compostura, los dedos de Xiao Ba temblaban. Su respiración era profunda y tensa, tan inestable que lo traicionaba cada vez que exhalaba. Las palabras querían salir, pero se atascaban en su garganta, como si el miedo o los nervios le impidieran reaccionar.
—¿El viejo Xu te dejó venir? —preguntó Yin con voz suave, intentando calmarlo.
—No... ni siquiera sabe que vine —respondió él, evitando su mirada.
Yin se adentró en su mente. Supo enseguida que mentía. Xiao Ba había engañado al viejo Xu, montado a caballo y seguido el carruaje antes de que pudieran detenerlo.
—Xiao Ba —dijo con tono firme—. Antes de que llegues a tus propias conclusiones, déjame explicarte las cosas.
—¿Explicarme? ¡Claro! ¿Por qué no empiezas por decirme por qué asesinaste hace unos minutos a una anciana? ¿O por qué torturaste a esa mujer sin compasión? ¿Acaso sabes lo que ella hizo por ti aquella vez que te desmayaste y casi acabas con todos en la habitación?
—Hermano... necesito que te calmes para que podamos hablar.
—¿Hablar? ¿Ahora quieres hablar? Yin, he intentado hablar contigo desde que llegaste a la mansión, pero siempre me has ignorado. Y aun siendo mayores, sigues excluyéndome de tus "cambios" extraños. ¿Me dirás por qué trajiste aquí a esa mujer para matarla? ¿Qué te hizo?
—Xiao Ba, estás alterado. Debes controlarte...
—¡No me digas que me controle, Yin! Me cuesta creer que a estas alturas ni siquiera sé quién eres. Ya no sé si eres o no nuestra Yin. Pero sí sé algo: que nuestra Yin, por muy fría o poderosa que fuera, jamás lastimaría a alguien. Ella preferiría morir antes que herir con sus propias manos.
—Estás confundido... Ella se suicidó.
La discusión fue interrumpida por un silbido seco. Algo puntiagudo cruzó el aire entre ambos, impactando con fuerza el tronco de un árbol cercano. Yin y Xiao Ba se giraron al mismo tiempo. Era una flecha: su punta era de cristal, el cuerpo de hierro.
Yin se tensó. Reconoció la flecha. Conocía a su creador. Si sus sospechas eran ciertas, entonces Xiao Ba no debía estar allí.
—Xiao Ba... sé que no me harás caso, pero necesito que te vayas. Y no es una opción.
—¿Qué estás diciendo? ¡Aún me debes una explicación por lo que pasó!
—Pero miren a quién tenemos aquí... —interrumpió una voz grave.
De entre los árboles surgió un hombre vestido con un hanfu negro. Su rostro permanecía oculto bajo una capucha, y se apoyaba en un bastón tan alto como él. Saltó con agilidad, aterrizando con elegancia frente a ellos. No venía solo: a su derecha lo acompañaba una mujer de mediana edad, y a su izquierda, un joven apenas mayor que un adolescente.
—Ya están aquí... —susurró Yin, su mirada fija en los recién llegados.
—Parece que hoy es mi día de suerte, ¿no crees? —le dijo el hombre a la mujer que lo acompañaba.
Xiao Ba reconoció al instante tanto la voz como al joven. Su mente buscó entre los recuerdos hasta que dio con el momento exacto.
—¡Tú! —exclamó, señalando al joven, quien respondió con una sonrisa arrogante.
—Qué gusto verte de nuevo, segundo hijo de la casa Mein. ¿Cómo se encuentra la princesa?
—¡Tú! —Xiao Ba quiso avanzar, pero Yin le bloqueó el paso con el brazo.
El hombre encapuchado dirigió entonces su mirada a Yin. Ahí estaba, por fin. Su gema más preciada. Aquella a quien había buscado durante siglos, y que, tras tenerla tan cerca, había perdido. Ahora la tenía frente a él.
Pero algo en ella había cambiado.
Su aura no era la misma. Podía oler la transformación, sentirla en su sangre. El ansia de matar fluía como veneno por sus venas. La antigua Yin deseaba gobernar... pero también estaba su otra mitad: la humana. Aquella débil criatura con emociones, dudas y esa molesta sensibilidad que lo arruinaba todo.
—Te sienta bien la transformación, mi querida Yin —dijo con sorna.
—No soy tu querida Yin —respondió ella con firmeza.
El hombre soltó una carcajada maliciosa. Entonces giró su atención hacia Xiao Ba. Algo en él captó su total interés. Yin lo notó. Se adelantó, poniéndose entre su hermano y el enemigo.
—Ni se te ocurra tocarlo —advirtió con dureza.
Xiao Ba la miró con desconcierto. No entendía lo que ocurría. El hombre aún no había dicho nada, pero Yin parecía leerlo, comunicarse con él sin palabras. Eso lo inquietaba.
—Parece que también te sacrificarías por tu hermanito —dijo el desconocido con una sonrisa oculta.
Hizo una seña a la mujer a su lado. Esta asintió. Sin moverse, canalizó su Ki espiritual, y lo proyectó contra Xiao Ba. Él cayó de rodillas, arqueando la espalda, gritando de dolor.
—¡Aaahhh! ¡¿Qué... qué me está pasando?!
—¡Xiao Ba! —gritó Yin, girándose alarmada.
—Si quieres salvar a tu hermano... ya sabes lo que debes hacer —dijo el hombre, soltando una carcajada.
Yin respiró hondo. <<Cálmate>>, pensó. <<No puedo perder el control ahora>>.
Entró en la mente de su hermano y escuchó su súplica desgarradora:
<<¡¿Cómo demonios quieres que me calme?! ¡Mis huesos se están rompiendo, Yin! ¡Ayúdame!>>
Unió ambas palmas y recitó rápidamente un hechizo. Entonces extendió las manos y liberó una ráfaga de energía dirigida a la mujer. El impacto fue devastador: la lanzó contra un árbol cercano con tal fuerza que su torso se rompió con el golpe.
Xiao Ba, al fin, sintió alivio. Aunque no podía levantarse, el dolor cesó. Su cuerpo estaba herido, sus huesos frágiles, su respiración agitada.
Yin se volvió hacia el hombre.
—¿Qué es lo que quieres?
—¿Qué quiero? —repitió él con fingida inocencia—. Solo quiero saber si mi futura esposa ha cumplido con su deber...