Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 50

—¿Futura esposa? ¿Yin... de qué está hablando? —preguntó Xiao Ba con la voz entrecortada, incorporándose con dificultad mientras intentaba calmar el temblor de sus hombros. Yin se apresuró a sostenerlo, y él se apoyó en ella.

Aquel hombre sonrió con arrogancia.

—Así es, querido cuñado... ¿O prefieres que te llame por tu nombre?

—Yin... —insistió Xiao Ba, con el ceño fruncido—, ¿qué está diciendo?

—No lo sé, Xiao Ba. Vámonos —respondió ella, con decisión.

La diosa intentó alejarse con su hermano, ayudándolo a caminar. Pero su enemigo no lo permitió. Desde su manga, lanzó varias shuriken de hierro que se dirigieron hacia ellos con precisión letal.

Yin, gracias a sus reflejos agudizados, esquivó cada una de las trampas. Sin embargo, al hacerlo, Xiao Ba sufrió más heridas al ser sacudido por los bruscos movimientos. Fue entonces cuando ella lo recordó todo: estaban frente al hijo del rey del mundo de los demonios, acompañado de dos de sus más leales subordinados. Y ella solo tenía a Xiao Ba, medio herido y casi inconsciente.

—¿Qué pasa? ¿La diosa de Whanshang se quedó sin ideas? —se burló el hombre.

Yin cerró los ojos un segundo, respiró profundo... y olvidó sus propias restricciones. Con firmeza, colocó a Xiao Ba apoyado bajo un árbol, acomodándolo con cuidado.

—Quédate aquí. Yo me encargo —susurró.

El hombre, al notar el cambio de actitud en su rival, alzó la mano para detener a sus acompañantes.

—No se metan. Esto es entre dioses.

Yin no esperó. En cuestión de segundos, comprimió una densa energía celestial sobre el suelo. Al liberarla, provocó una explosión masiva. Las aves cercanas salieron volando despavoridas y los árboles más firmes se inclinaron ante la onda expansiva. Su enemigo fue lanzado a diez metros de distancia.

Ella se impulsó tras él y, sin darle tiempo para recuperarse, disparó una segunda oleada de poder: esta vez, afiladas flechas de hielo.

Aitong, el demonio, reaccionó erigiendo una barrera de hierro que detuvo la mayoría del impacto. Pero cuando volvió a ponerse en pie, Yin ya estaba encima de él. Lo arrastró con fuerza mientras lo seguía bombardeando con hielo, y él apenas podía responder, atrapado en una defensa desesperada.

—¿Lo ves? —gruñó Aitong entre jadeos—. No importa cuántas vidas tengas... siempre terminarás siendo igual que tu madre.

Esa frase desató la furia en Yin.

Se excedió. Usó más poder del que su cuerpo podía soportar. Sufrió un derrame interno, pero aun así siguió adelante. En su desesperación, fusionó energía celestial con energía demoníaca, un acto prohibido para cualquier ser espiritual.

Pero Yin ya no obedecía las reglas. Como diosa del Portal de los Tres Reinos, tenía el derecho... y el poder.

Fusionó ambas energías hasta formar una esfera de masa incandescente. El poder dentro de ella hervía, la llenaba de vida, le recordaba quién era realmente. Esa mezcla caótica le provocaba placer... pero también estaba destruyéndola desde adentro.

Con cada segundo, sus órganos sufrían más.

No importaba.

Esa bola de energía creció hasta volverse una amenaza letal. Aitong, dándose cuenta del peligro, empezó a reunir su propia energía oscura. Ambos alzaron sus manos al cielo.

Y entonces, las masas de energía colisionaron.

La explosión fue devastadora. Varios kilómetros a la redonda resultaron afectados. Árboles arrancados, el suelo partido, el aire distorsionado.

Cuando el polvo se asentó, ambos dioses estaban tendidos en el suelo.

Aitong, herido, fue auxiliado por sus subordinados. Apenas consciente, ordenó la retirada. Desaparecieron entre el humo sin volver la vista atrás.

Yin quedó sola, desvanecida entre hojas rotas y tierra quemada. Su respiración era mínima. Su cuerpo... devastado.

Minutos después, Xiao Ba apareció cojeando entre los restos de la batalla. La escena lo dejó sin palabras. Yin yacía a un costado, apenas con signos vitales. El viejo Xu, que lo había seguido al notar su desaparición, llegó también. Al verla, corrió hasta ella.

La examinó. Su rostro se tornó pálido.

—Nos quedan minutos... —susurró.

Los órganos de Yin estaban destrozados. Su sangre brotaba por la nariz y en pequeñas cantidades por la boca. Xu sabía que la pérdida era irreversible. Estaba sufriendo múltiples derrames internos.

Yin quería respirar, pero un líquido espeso y cálido en su garganta se lo impedía. Quería levantarse, pero su cuerpo no respondía. Ni siquiera sentía su cabeza. Todo se desvanecía.

Escuchaba vagamente voces a lo lejos. Alguien... gritaba su nombre. Pero no lo distinguía.

Con la poca energía que le quedaba, impulsó un mensaje al cielo.

Y entonces cayó.

Sus ojos se cerraron lentamente.

Ya no escuchaba. No sentía. No olía.

Solo oscuridad.

—Yin... despierta...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.