Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 53

—¿Yin? ¿Qué estás haciendo?

Mientras caminaba por aquel lugar impetuoso, la voz de una mujer educada resonó detrás de mí. Me giré para verla, pero no encontré a nadie. Supuse que era solo un pensamiento dentro de mi cabeza y decidí ignorarlo.

Pero más tarde volvió a hablar:

—Jovencita... ¿por qué estás aquí?

Esta vez sí la vi. Estaba de pie en medio del puente que cruzaba un pequeño río que conectaba con los dormitorios. La elegancia de aquella mujer irradiaba desde su porte hasta su forma de respirar. Su presencia era imponente, pero su rostro transmitía una dulzura serena que me invitó a acercarme.

—Me honra ver a la Diosa de la Gema Azul ante mis ojos —dijo con voz refinada.

Me incliné y me arrodillé ante ella.

—Saludos, abuela imperial —susurré, llevando mi frente a la punta de sus pies y besándolos como dicta el protocolo ancestral.

Ella me pidió que me levantara, y obedecí.

—Dime, querida... ¿qué te trae de vuelta al viejo mundo de Wanghan?

Miré a mi alrededor, sintiendo un nudo en la garganta. Este lugar me traía demasiados recuerdos, la mayoría dolorosos. No esperaba reencontrarme con ella, la abuela suprema, en este rincón olvidado de mi pasado.

—No lo sé, abuela. Recuerdo estar en la Mansión Mein... y ahora, de pronto, estoy aquí, rodeada de los fantasmas de lo que fue.

La abuela soltó una risa suave y se colocó a mi lado.

—¿Por qué los llamas fantasmas? ¿No fueron ustedes, mis tres hermosas florecillas, quienes florecieron en este lugar?

Desde el puente, miré hacia el agua y vi nuestros reflejos. Una hoja que caía del árbol más cercano rompió el espejo líquido con sus ondas, distorsionando nuestras figuras.

—Es irónico —dije en voz baja— cómo siempre nos llamaste reinas... tus diosas... cuando en realidad fuimos prisioneras de este mundo que todos llaman "cielo".

Ella no se ofendió. Me miró con la misma dulzura de siempre y respondió con calma:

—Así es, mi pequeña Yin. Tú y tus hermanas siempre fueron mis reinas. Mis diosas preferidas.

Caminamos en silencio. Y si algo conocía bien de mí, era que valoraba el silencio. El verdadero. Ese en el que solo hablan los pájaros, los grillos y el viento danzando entre los árboles. Y ella, mi abuela, sabía exactamente cuándo ofrecerme ese tipo de compañía.

—Es gracioso —murmuré al rato, sin detener mi paso— ver cómo los humanos adoran el cielo esperando bondades... cuando este es el mundo más oscuro y corrupto de todos.

Mientras hablaba, unos pájaros azules revolotearon frente a nosotras, como si quisieran contradecirme con su belleza.

—Si crees que este lugar está tan lleno de oscuridad —dijo con tono inquisitivo—, ¿por qué viniste? Las almas en tránsito, por lo general, llegan primero a ese lugar especial que habita en su corazón —señaló suavemente el centro de mi pecho.

Tenía razón.

¿Por qué estoy aquí?

Odio este sitio con cada fibra de mi ser. Quisiera destruir cada rincón de esta prisión disfrazada de paraíso... para evitar que algún otro niño vuelva a ser encerrado aquí.

Y sin embargo... recordé las risas en los pasillos, los juegos en el jardín, los secretos compartidos entre Yun, Yuher y yo. Momentos donde este lugar era todo nuestro mundo.

No respondí. Me limité a quedarme con la duda revoloteando en mi pecho como una mariposa que no encuentra salida.

Pero entonces, una pregunta surgió con fuerza, una que no podía ignorar, una que quizá... ella sí podía responder:

—Abuela... ¿por qué mi madre huyó con el Monstruo del mundo de los Demonios? Hablamos de mi madre... la diosa lunar más hermosa y gentil de todos los reinos. ¿Por qué lo hizo?

Ella me observó con ternura y paciencia.

—Pequeña Yin... hay preguntas que es mejor dejar en paz, como hay verdades que es mejor dejar en manos del destino...

—¿Y si decido retar al destino?

—No sabes lo que estás pidiendo, mi niña.

—Tampoco sé de qué me estoy perdiendo... pero sólo descubriéndolo lo sabré.

La abuela suspiró, como si quisiera aligerar el peso de lo que sabía y no podía decir.

—¿Por qué te aferras tanto al pasado?

—Porque el destino me ha puesto en un sendero de espinas. Cada paso que doy reabre heridas que creía cerradas... y si voy a continuar este camino, al menos quiero conocer la verdad. Toda.

Ella no dijo más. Caminó en silencio entre los jardines. Yo también supe que era hora de despedirnos. No quería... pero entendía que todo esto era una ilusión. Una proyección de mi necesidad de verla, de tenerla cerca. Tal vez de ver también a mi hermano Shangdi... pero ese deseo no se cumplió ese día.

Tenía razón. No tengo idea en lo que me estoy metiendo. Pero si voy a cumplir con la última profecía, lo haré con los ojos abiertos. No aceptaré vendas ni medias verdades.

Quiero ser yo quien decida si vale la pena.

Mientras tanto, en el mundo de los mortales, dentro de la cabaña del viejo Xu, Yin yacía en una de las habitaciones cerradas, acompañada únicamente por la Sinsaya mayor. El resto aguardaba fuera en un silencio que dolía, con el alma encogida, esperando una señal... cualquier sonido que indicara que Yin seguía con vida.

La Sinsaya le transfería su energía, sentadas frente a frente en la misma cama. Pero Yin ya no respondía. Sus labios amoratados y su piel pálida eran el anuncio silencioso de un posible descenso espiritual. Uno del que tal vez no regresaría.

Xiao Ba caminaba en círculos afuera, atrapado en pensamientos oscuros. La esperanza aún brillaba en lo profundo de su corazón, pero las probabilidades estaban en su contra. De una en un millón.

Solo les quedaba rezar. Esperar.

En la Mansión Mein, la pequeña Xyn también oraba. Permanecía de rodillas en el templo familiar, frente a los nombres de sus ancestros, vestida con un saco viejo y sucio, cubierta de lágrimas. Las esclavas la acompañaban en su súplica silenciosa.




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