Mas alla de la luna: La leyenda de Mein Yin.

Capitulo 55

Con el paso del tiempo, todo comenzó a volver a su cauce. Yin, finalmente, despertó. Su recuperación fue sorprendentemente exitosa. El ataque que casi le arrebató la vida ya no le afectaba, y gracias al cuidado constante de la Sinsaya mayor y del viejo Xu, pudo sanar más allá de lo físico. Ellos no se apartaron de su lado ni un segundo.

La noticia de su mejoría no tardó en llegar al palacio imperial. Sin embargo, el emperador Jin fue cauteloso: ordenó que no se revelara nada, ni su caída ni su recuperación, especialmente a su padre, quien aún se encontraba en la frontera liderando su tropa. Como medida adicional, el emperador también pospuso la boda pactada de Yin.

Con el tiempo, los jóvenes aprendices —incluyendo Xiao Ba y Wong Chuye— lograron ascender oficialmente como agentes imperiales. Todos aprobaron el examen final que los acreditaba como espías de la corte. El sueño que los unía desde el inicio, finalmente se hizo realidad. Sin embargo, Yin tenía otros planes para su nuevo puesto. Y esos planes no se compartían tan fácilmente.

Para celebrar el ascenso, el príncipe Jin Hiao organizó un festín privado en sus aposentos. Preparó una gran cena para sus amigos, contrató bailarinas —seguro de que ellos las disfrutarían— e incluso invitó a Yin a formar parte de la presentación principal. Ella, aunque dudosa, aceptó. Para cumplir con la expectativa, debió practicar decenas de veces junto al resto de las chicas, perfeccionando su técnica hasta igualar su elegancia.

Esa noche, el banquete inició puntualmente. Todos los invitados se encontraban ya reunidos en el gran salón preparado para la ocasión. La música, los aromas, las luces... todo estaba dispuesto para una noche memorable. Yin y las bailarinas se preparaban detrás del escenario, listas para deslumbrar.

Yin vestía un atuendo de baile color negro, con una corona dorada que recogía su cabello de forma majestuosa. Sus ojos estaban maquillados con precisión, acentuando su mirada, y sus labios escarlata resaltaban con intensidad. El conjunto la transformaba en una figura hipnótica, aunque ella misma no se sintiera del todo cómoda con ello.

Las demás bailarinas llevaban trajes más modestos: vestidos largos blancos de telas ligeras, que dejaban entrever movimiento pero cubrían todo el cuerpo. Mientras se alistaban, el ambiente tras bastidores era de serenidad... al menos para las demás. Yin, en cambio, libraba una batalla interna.

Jamás en su vida había llevado un atuendo tan revelador. El traje dejaba a la vista parte de su abdomen y un leve escote, elegante pero sensual. Aunque era apropiado para la danza, para ella significaba exponerse de una forma que nunca había conocido. Aun así, debía cumplir. Frente a ella estarían el emperador, su esposa, sus hijos y otros altos dignatarios. No podía fallar.

La música comenzó, y con ella la danza. El salón se llenó de armonía y ritmo. Los invitados observaban fascinados, absortos ante el espectáculo. Yin se movía con precisión, pero sentía cada mirada como una punzada. A pesar de ello, se mantuvo firme, repitiendo mentalmente cada paso aprendido. Su cuerpo obedecía aunque su alma gritara vergüenza.

Todo marchaba según lo planeado... hasta que una figura inesperada irrumpió en escena.

Una mujer, de apariencia majestuosa, entró al salón y se deslizó entre las bailarinas como si fuera parte del grupo. Nadie notó su ingreso. Ni siquiera Yin. Su rostro, como el de las demás, estaba cubierto con un velo, excepto por sus ojos, que brillaban con un fulgor inquietante.

El momento clave de la danza se acercaba. El clímax del espectáculo consistía en un elegante giro aéreo que debía ejecutar la bailarina principal. Yin ya estaba lista para impulsarse, cuando aquella desconocida se adelantó y tomó su lugar.

La sala entera contuvo el aliento.

La extraña ejecutó el giro con una gracia tan perfecta que dejó a todos maravillados. Incluso el emperador se incorporó ligeramente, intrigado. Xiao Ba y Wong Chuye, desde sus asientos, intercambiaron miradas de alerta y se pusieron discretamente en guardia. Aunque no hicieron ningún movimiento brusco, estaban listos para actuar si esa mujer intentaba atacar al emperador. Pero no sucedió.

La joven completó la danza sin error alguno, sellando la presentación con un acto impecable que arrancó aplausos fervorosos de todos los presentes. Nadie, salvo Yin y los dos agentes, percibió la anomalía.

El emperador, impactado por la ejecución, se dirigió a ella:

—Dime, ¿quién es la joven tras ese velo que logró capturar toda nuestra atención?

La mujer bajó la mirada y respondió con voz serena:

—Mi señor, soy solo una muchacha más de esta ciudad. Al enterarme de que ofrecerían un baile en su honor, quise unirme. Le ruego que disculpe mi atrevimiento, no fue mi intención causar molestia.

El emperador sonrió, divertido:

—¿Así que quisiste unirte por tu cuenta? Vaya... parece que tenemos ante nosotros a una jovencita bastante impulsiva.

Los nobles rieron con sarcasmo, lo que hizo que el rostro de la bailarina se tensara sutilmente. Yin, que seguía observándola, captó ese gesto y comprendió que debía intervenir.

—Su Alteza —interrumpió con respeto—, la joven era parte de un acto sorpresa que planeamos para todos los presentes, incluido usted. Por eso no la anunciamos con antelación. Fue una decisión grupal.

Yin se inclinó en una reverencia. Los presentes quedaron desconcertados, sin entender por qué Yin salía en defensa de una desconocida. Pero el emperador, satisfecho con su explicación, asintió.

—Muy bien, Yin. Si así fue, entonces lo dejaremos pasar.

Ella aprovechó la tregua para solicitar:

—Su Majestad, mis compañeras están agotadas. ¿Nos permite retirarnos para cambiarnos?

El emperador lo concedió, y las bailarinas abandonaron el salón. La música volvió a sonar, y el banquete continuó.

Mientras las demás regresaban a su sala para descansar, Yin tomó otro rumbo. Quiso cambiarse sola, como se lo había indicado el príncipe Hao. Se bañó rápidamente, se vistió con ropa más cómoda y arregló su cabello con cuidado. Una vez lista, decidió regresar al salón. Pero entonces, ocurrió algo inusual.




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